Aquel 24 de abril de 2010, el toro "Navegante", de Pepe Garfias, asestó una terrible cornada a José Tomás en Aguascalientes. Al cabo de una década de este trágico acontecimiento, el torero de Galapagar ha aumentado su leyenda. Porque no sólo fue superar ese impresionante percance, sino de continuar, sin descanso, con su permanente transitar hacia un concepto del toreo que ha aportado a la tauromaquia una extraordinaria dosis de revolución.
A lo largo de la historia han sido pocos los toreros considerados como revolucionarios. Desde Belmonte, hace un siglo, a José Tomás en la actualidad, el toreo, y también el toro, han caminado por un sendero que cada día se acerca más a la perfección.
Y de 2007 a la fecha, en escasos trece años, desde que reapareció en la Monumental de Barcelona, José Tomás ha tenido mucho que ver en el desarrollo de esos cauces técnicos y expresivos que han puesto este arte –tan efímero y eterno– en un plano superior al de hace veinte años.
Quizá por ello el torero de Galapagar se da a cuentagotas, y sus esporádicas apariciones en los ruedos sean la consecuencia de una forma de torear que, por razones obvias, no se puede hacer muchas tardes, por más que así lo anhelen sus miles de fervorosos partidarios.
Todavía hace algunos años, había quienes dudaban de esta evolución, e intentaban negarle su valía a José Tomás, insistiendo en que se trataba de un suicida, cuando no se daban cuenta de que dentro de su inmenso valor anidaba esa incesante búsqueda de la perfección.
Curiosamente, esta filosofía parte de una misma base que entronca con Belmonte y que se resume en dos frases cumbres que, a tantos años de distancia, siguen rigiendo la acción de los toreros; es decir: "se torea como se es" y "para torear hay que olvidarse de que se tiene cuerpo".
Sobre esa sinceridad y ese abandono, José Tomás ha edificado una concepción muy personal, misma en la que ha profundizado conforme han transcurrido los años. Gracias a ello ha conseguido torear con una colocación más precisa, un temple más sedoso, y una cadencia más honda, lo que vendría a ser una forma interpretativa que resume todo lo que se ha hecho desde Belmonte a la fecha. Es como el Alfa y el Omega. Un siglo entero de toreo cabe en la tauromaquia de José Tomás.
La cornada de Aguascalientes vino a reafirmar una vocación que ahí está, todavía palpitante y estoica, a la espera de seguir en esa senda evolutiva que resume una forma de ser y de estar en la plaza, tal y como quedó en evidencia el año pasado en la Feria del Corpus de Granada, surgida de la inspiración de un torero que ya le vio la cara a la muerte dos veces. Y fue aquí en México. La última, hace exactamente diez años.