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Historias: ¿Qué es un toro de "bandera"? (I)

Miércoles, 15 Abr 2020    CDMX    Francisco Coello | Foto: FC   
"...En nuestro código, es asunto que manejamos cotidianamente..."
Habiendo "concluido" la elaboración de mi "Galería de toreros mexicanos de a pie y a caballo. Siglos XVI-XIX" –con poco más de 2050 personajes– y que viene publicándose por entregas en el portal Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana (http://www.fcth.mx/index.html), es momento de compartir otra de esas "Galerías", destinada a poner en valor la presencia de toros bravos, lidiados en México entre el siglo XIX y hasta 1946. 

No es común encontrarse con mucha información relacionada con estos casos, sobre todo del siglo antepasado, aunque por fortuna abundante para esos primeros 46, momento en que se inaugura la plaza de toros "México". 

Espero que de esa fecha y hasta nuestros días, otros interesados hagan extensivo el tema, sobre todo porque en los últimos años, el asunto del "indulto" se ha intensificado en forma desmedida, sin contar con los fundamentos que ahora pretendo poner a la consideración de los lectores. 

El caso, se ha tornado en auténtico incordio, donde las exaltadas manifestaciones de sentimiento momentáneo, privan y se decide un asunto de natural importancia como lo es el perdonar la vida a un toro. Sin embargo…, entre las primeras preguntas que me hago, y creo que nos la hacemos permanentemente los aficionados, se refiere a ¿qué es un toro de "bandera"?

En mi muy personal opinión, si por "bandera" se entiende como un concepto cuya tipología o simbología representan un valor significativo, entonces estamos frente a un término de orgullo. La bandera es una señal, una afirmación, legitimidad, reconocimiento. Es, según se ubica en La Enciclopedia, Vol. 2 de Salvat (en su edición de 2004), p. 1482: "de bandera" loc. adj. como "Excelente en su clase"; o "llevarse uno la bandera" fr. fig. "Llevarse la palma".

Lo anterior explicaría en principio, el elevado concepto que alcanza un toro cuando cubre a cabalidad esas condiciones excepcionales. Esto es lo que podría entenderse como principio fundamental para contextualizar de mejor manera el significado del "toro de bandera".
 
En nuestro código, es asunto que manejamos cotidianamente, pero sin tener claro los parámetros que determinan alcanzar tal privilegio. En el libro "Los toros de Bandera", de "El Bachiller González de Rivera" –o sea Juan Guillén Sotelo y Bruno del Amo "Recortes", publicado en Madrid en 1910–, parece encontrarse la razón de dicho enigma, cuando los autores plantean que:

"Toros de bandera se han llamado desde añejos tiempos aquellos que por su bravura y nobleza honraron la ganadería de que procedieran, dejando recuerdo vibrante de la pelea hecha en plaza.
 
El excelente revistero y gran aficionado José Carmona Jiménez, denominaba toros de bandera aquellos que tomasen más de quince puyazos, es decir, que el tipo era el de dieciséis. Por tratarse de autoridad tan legítima y tan olvidada injustamente, nosotros acatamos la clasificación del señor Carmona Jiménez, aun no hallándonos conformes con ella. Puede (es decir, podía) un toro tomar veintidós puyazos y ser topón, sin poder y salirse suelto de la suerte; puede adolecer de mil resabios durante el segundo tercio y llegar al último completamente huido o hecho un marrajo. Y eso no es un toro de bandera.

Pero prevaleciendo en la mayoría de la afición antigua la teoría de don José Carmona Jiménez, la hemos adoptado gustosísimos al consignar en nuestro humilde trabajo, con el elogio merecido, el nombre asaz preferido del gran técnico que dirigió el famoso Boletín de loterías y toros [publicado entre septiembre de 1858 y marzo de 1885], arsenal inapreciable de datos para los que gustamos de estudiar y depurar la historia del toreo.

Pensamos, al hacer nuestro trabajo, remontarlo hasta la época de Francisco Montes, pero hallamos que las revistas de la época (salvo algunas del Correo literario y mercantil) son sumamente incompletas; y es más, hay lapsos de tiempo relativamente importantes en que no se encuentra ninguna. Entonces, hubimos de conformarnos a comenzar nuestro estudio desde 1851, prolongándolo hasta la fecha en que este folleto entre en máquina [es decir, 1910].

Y así lo hicimos. Revisamos, uno por uno, los toros lidiados en corridas estoqueadas por espadas de alternativa en las plazas matritenses antigua y moderna, y a continuación van especificadas por antigüedad de lidia todas las reses que Carmona Jiménez pudo estimar como de bandera, en razón a tomar de dieciséis puyazos para arriba.

Como se verá por quien lea, sin creer perder el tiempo en estas para nosotros gratísimas investigaciones taurinas, desde el toro Velero, de Benjumea, lidiado en 31 de mayo de 1883, no ha habido ninguno que en la Corte (y creemos fundamentalmente que fuera de ella tampoco), haya llegado a tomar dieciséis puyazos. Esto pudiera hacer creer que somos de la célebre estrofa de Jorge Manrique, tan predilecto de los aficionados a toros […con aquello de que todo tiempo pasado… fue mejor]. Y no es así.

En el toreo, como en todo, lo esencial nunca cambia. Lo que se modifica es lo accidental y adjetivo. En el toreo lo esencial es el toro, y hoy se crían y se lidian en mayor o menor número, como antaño sucedía, toros tan bravos, tan grandes, tan finos y tan de bandera como antaño se criasen. 

Que hoy los toros toman menos puyazos, es cierto. Que los cuatro toros conceptuados como los más bravos y más de bandera lidiados en la plaza nueva madrileña: Jaquetón, de Solís; Tornillito, de Patilla; Catalán, de Miura, y Estornino, de Arribas, no llegaron ni con mucho a dieciséis varas, puesto que Jaquetón tomó nueve, Tornillito diez, Catalán nueve y Estornino nueve, es cierto también; pero… y aquí entra el accidente modificativo, aquellos toros de antaño no se picaron con las garrochas hoy en uso. 

Compare quien quiera los modelos de puyas de 1850, 1880 y 1905, y verá la diferencia que hay entre una puya de hierro, ancha de base, de mucho tope, afilada en piedra de agua, a una puya de acero, estrecha y larga, vaciada con lima en las tres aristas. No hay toro posible, ni elefante, ni megaterio si existiese, que resista dieciséis puyazos con las lanzas actuales.
 
Y no se hable de tamaños. Los toros no son bravos por los centímetros que tienen de alzada ni las arrobas que llevan de peso. Eso les podrá dar poder, cosa muy distinta de la bravura; por mucha alzada y mucho peso que tengan, podrán dar muchas caídas, pero no tomarán más varas que un toro de igual bravura con ocho arrobas menos. Citaremos dos ejemplos. 

Ningún aficionado negará que el toro Mesonero, de Esteban Hernández, lidiado este año en 8 de Mayo en la plaza madrileña, ha sido un toro de bandera en toda la extensión de la palabra, un soberbio ejemplar de tamaño y trapío en toda época. Pues bien, tomó siete varas, por cinco caídas y dos caballos muertos. La vacada de Carriquiri ha dado antaño y ogaño muchas reses, cuyo número de puyazos recibido ha sido en los diversos tiempos verdaderamente excepcional, y la raza es de las más pequeñas de España.
 
Así es que, al publicar como curiosidad estos datos, no somos trovadores de un pasado, en la mayoría de los casos hiperbólico. Así como creemos firmemente que de veinte años a esta parte, desde las retiradas de Frascuelo y Lagartijo el Grande, con el corolario de la de Guerrita [esto a finales del siglo XIX], los toreros han decaído de una manera lamentable, no siendo esto sombra, ni en carácter ni en factura, de lo que aquello fue, así creemos que el ganado continúa igual que antes, que hubo también muchos bueyes y se fogueaban muchos toros y se echaban perros a muchos e iban bastantes al corral por mansos del todo. Y hay toros buenísimos, buenos, que cumplen, blandos, huidos, bueyes y mansos como antaño los hubiera; y habría toros de bandera tal como los entendía Carmona Jiménez si se picase con puyas y no con ametralladoras.

Pensar otra cosa fuese incurrir en el vicio, por nosotros censurado, de afirmar a zancas y barrancas que cualesquier tiempo pasada fue mejor y formar en la compacta multitud de esos viejos que viviendo del recuerdo de lo que antaño vivieron en realidad, dan a la vida encanto retroactivo, y a quienes no hay medio de convencer de que el sol que calienta y tonifica sus setenta inviernos es tan rutilante y fecundador como el que alumbró sus veinte abriles, y que tan lindas, gentiles y graciosas son sus nietas como la primera mujer que cincuenta años atrás gallardeó en su vida. Sol y Belleza son inmutables como esencia que son.

Y bravura es inmutable también, porque también es sustancial…”

 Con la firma de ambos autores y fechado lo anterior el 16 de julio de 1910.

Hasta aquí la extensa pero necesaria cita de este importante volumen, hoy para el caso, referencia incuestionable. Sólo que es necesario poner tales criterios en el escenario de nuestro país, desde aquellas épocas y hasta, como se sabe, el límite establecido de 1946.

La visión desde la que opinan ambas autoridades corresponde a su presente, 1910, aunque con la indispensable contemplación que remontan hasta 1851.

Por aquellos tiempos, y hasta antes de 1928, los caballos de pica salían al ruedo sin el peto, elemento que comenzó a ser un factor para mejorar la suerte en condición de distanciarse de aquellos cuadros desagradables en los que moría una cuadra completa de caballos. 

Encuentro con frecuencia en la prensa decimonónica mexicana y, en el último tercio de aquel siglo, notas en las que se apuntaba que "la corrida no fue buena porque sólo hubo dos bajas entre los caballos…"; o algunas más en las que se dice: "el festejo fue excepcional. Hubo 20 caballos muertos".

En aquellos tiempos la suerte desarrollada en nuestro país, estaba asociada a diversos elementos, entre otros al hecho de que los cuadrúpedos salían sin peto (en la época de Ponciano Díaz, se impuso un implemento que luego, en plan de sorna fue conocido como "babero", trozo de cuero que iba colocado en el pecho, acompañando en muchos de los casos a la anquera). También es sabido que hubo picadores muy hábiles que defendían la cabalgadura y de que el tipo de puya, no como la actual, terminaba en el entonces conocido "limoncillo".

De estos y otros asuntos me ocuparé en la siguiente entrega.

OBRA DE CONSULTA

Los toros de Bandera, Juan Guillén Sotelo, "El Bachiller González de Rivera" y Bruno del Amo "Recortes". Madrid, Establecimiento tipográfico de Ginés Carrión, 1910. 45 p.

Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/.


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