Joselito "El Gallo" murió en Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1920. En el toreo, hay un antes y un después de esa fecha. En el 2020 se están cumpliendo cien años de aquella tragedia por lo que, en este espacio, cada mes y, hasta el 16 de mayo, lo estaremos recordando.
La feria de Sevilla de 1915 fue fundamental en la evolución de la tauromaquia del Siglo XIX al toreo moderno. En una tarde Gallito lidió magistralmente a dos toros de Miura, faenas poderosas a toros fieros, tal como se acostumbraba en antaño. Al día siguiente, el 6 de octubre, toreó en línea natural –antecedente directo del toreo en redondo que perfeccionarían Chicuelo y Manolete– a "Cantinero", negro listón, lucero, bien puesto de pitones de la ganadería de Santa Coloma. La faena fue tan impactante que el presidente le concedió la primera oreja que se cortó en la Real Maestranza de Sevilla, rompiendo así una secular tradición.
Gallito había entendido que, para el toreo moderno, se necesitaba un toro distinto. Un tipo de astado que se había empezado a seleccionar por influencia de Guerrita, quien procuró afinar tanto el estilo de los toros como su tipo y encornadura, "a fin de hacerlos más aptos para la lidia y facilitar, con el lucimiento de los toreros, la brillantez del espectáculo", como lo explica Pepe Alameda en "Los arquitectos del toreo moderno" (Editorial Costa-Amic, 1961, p.16).
Gallito se ocupó del funcionamiento las ganaderías, de los empadres y de las cruzas. Apostó por los encastes Vistahermosa, Ibarra, Parladé, Murube y Saltillo. Por un toro que le permitiera a él torear en redondo y ligar naturales, y a Belmonte templar y colocarse en los terrenos del toro. A Joselito le interesaba cuidar a Juan Belmonte y, por lo tanto, necesitaba buscarle ese toro para que tuviera más tardes buenas y que no se cumpliera el presagio del Guerra ("el que quiera verlo debe darse prisa").
Alameda calificó de gran paradoja la relación entre el Guerra y Belmonte: "Guerrita que, al hacer posible al toro moderno, hizo posible a Belmonte, fue el primero en negar el toreo belmontino. Como un padre que no reconociera a su hijo" (Ibídem, p.18).
Esto se explica porque quien continuó con el hilo del toreo de Guerrita fue José y no Juan, quien se decantó por el toreo cambiado y en ochos. Gallito influyó, aún más, en la selección del toro que permitiría el arte, temple y la colocación de Belmonte.
El toreo es un espectáculo popular y así lo entendió Gallito. La pasión que provocaba la rivalidad con Belmonte, le hizo darse cuenta de que las plazas quedaban pequeñas y empezó a influir para que se construyeran plazas monumentales, capaces de dar cabida al pueblo que quería ver a sus ídolos.
Para situarnos contextualmente, la época de oro del toreo se da en la segunda década del Siglo XX, unos años antes de que el filósofo español José Ortega y Gasset –quien, por cierto era gran aficionado a los toros– escribiera La rebelión de las masas. Para dar espacio en los toros a la aglomeración, al "advenimiento de las masas" –como decía Ortega y Gasset–, Gallito participó en la construcción de tres plazas monumentales: Barcelona, Sevilla y Madrid.
En Sevilla, tuvo que desafiar a la alta sociedad, a los maestrantes y, pese a repulsiones, consiguió que se levantara una plaza con cupo para más de veinte mil espectadores. Y si bien, con la muerte de Joselito, la sociedad sevillana dejó en ruinas la Monumental de Sevilla, el ejemplo ayudó para que, en años posteriores, se construyeran otras grandes plazas que sirvieran para que las masas aclamaran a ídolos populares como Manolete o El Cordobés. En México, se construyó una plaza de casi cincuenta mil concurrentes –que la semana próxima estará cumpliendo 74 años– para que los mexicanos pudieran ver al Monstruo de Córdoba.
Joselito fue, también, el primer matador que pasó de las 100 corridas en una temporada. Y lo hizo en los años de 1920, donde las comunicaciones y medios de trasporte eran una limitante. Pero, como mandaba dentro y fuera del ruedo, diseñaba temporadas inteligentes que le permitían aprovechar las rutas del tren.
José cuidaba sus derechos –y los de Belmonte–, sabía manejarse dentro y fuera de la plaza. Dio así las pautas para que posteriormente sugiera el apoderado moderno, personajes como Camará y Domingo Dominguín aprendieron de él.
Fueron los años más intensos en la historia del toreo. Con 25 años de edad y en tan sólo 8 temporadas (1912 a 1920), José Gómez Ortega cambió el devenir de la fiesta. Un genio que tomó el hilo del toreo de Guerrita para torear en redondo y ligar naturales, que influyó en la selección de un toro que permitía un trasteo templado y artístico, y que diseñó una fiesta para que el pueblo se apasionara y vitoreara a sus ídolos. Como lo describe Paco Aguado (Espasa-Calpe, 1999), "Joselito “El Gallo”, el rey de los toreros".