La muerte, a pesar de ser lo más vulgar –lo único inevitable–, provoca sentimientos intensos. Dolor, pero también esperanza. Octavio Paz decía que el amor no vence a la muerte, pero la integra en la vida: "La muerte de la persona querida confirma nuestra convicción: somos tiempo, nada dura y vivir es un continuo separarse; al mismo tiempo en la muerte cesa el tiempo y la separación".
Hace unos días murió mi padre y experimenté los sentimientos asociados con el fenómeno. Dado que nos unía la pasión por la fiesta de los toros, durante sus exequias reflexioné sobre la muerte, las corridas de toros y la animadversión que provocan en los antitaurinos.
No hay duda que las corridas de toros son un espectáculo cruento. Hay sangre y muerte. Eso provoca las pasiones que se viven en la plaza. Las acciones de los protagonistas de la corrida tienen consecuencias. Por eso es difícil permanecer indiferente ante los toros, o nos apasiona o provoca rechazo y aversión.
El aficionado a los toros no es un espectador pasivo. Durante la corrida, el taurino aprecia de lo bueno y de lo malo, juzga lo justo y lo injusto, diferencia lo bello de lo feo. El espectador valora la autenticidad de la fiesta. Por eso Tierno Galván dice que "acudir a los toros sea un acto de brutal sinceridad social, que nos delata, en cierto modo, ante los demás". En el ensayo "Los toros, acontecimiento nacional", Tierno Galván agrega:
"A mi juicio, los toros son un acto colectivo de fe. La afición a los toros implica la participación de una creencia; de aquí, que para el auténtico aficionado, la afición sea en cierto sentido un culto. Pero ¿creencia en qué? ¿Fe en qué? En el hombre".
La fascinación por la fiesta brava en México está vinculada a la relación que tenemos con la muerte, a que la entendemos como parte de la vida. Octavio Paz explica que para mexicanos “la vida sólo se justifica y trasciende cuando se realiza en muerte. Y ésta también es trascendencia, más allá, puesto que consiste en una nueva vida”.
En México se vive cotidianamente con la muerte, no se utilizan eufemismos para evocarla, ni se esconde como pasa en otros países. Paz, en El peregrino en su patria, nos ayuda a comprender porque la animadversión de algunas sociedades hacia las actividades en donde hay muerte, como la fiesta de los toros: "Para el habitante de Nueva York, Paris o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente".
Los movimientos antitaurinos –en su mayoría de origen extranjero, principalmente anglosajón– quieren esconder la muerte y el sufrimiento. Es frecuente que los norteamericanos oculten la muerte hasta en el lenguaje, dicen he passed away, lo que quiere decir "se fue lejos" o "pasó" para no decir "murió".
Dice Paz: "Cuando el mexicano mata –por vergüenza, placer o capricho– mata a una persona, a un semejante. Los criminales y estadistas modernos no matan: suprimen”. Y ahí está la intención de los abolicionistas: ¡Suprimir! Por eso les molestan las corridas de toros, porque en una plaza no hay eufemismos, se vive y se muere de verdad.
Si alguien entendió y logró plasmar el vínculo que la muerte y los toros tiene en la cultura mexicana fue José Guadalupe Posada (1852-1913). Posada grabó al mexicano con rasgos tan fuertes y genuinos que algunos autores lo equiparan al sentimiento estético de lo gótico o lo bizantino. El artista retrató a la sociedad de forma realista, pero con un estilo fantástico, burlón y, a veces hasta piadoso.
Posada grabó los extremos, la cultura del peligro y por eso está estrechamente ligado a la cultura callejera. Ilustra la muerte: mujeres de alto rango disparando unas contra las otras, escenas de suicidas, estrangulamientos, cogidas de toros… Señala que la muerte nos está esperando a todos; nos espera en la feria, en la fiesta, en la vida cotidiana… José Guadalupe Posada, al ilustrar al mexicano en su vida cotidiana, se volvió un artista taurino. Como buen hidrocálido era un gran aficionado a los toros y sus grabados taurinos tienen una dimensión estética profunda.
Como hemos dicho anteriormente en este espacio, la defensa de la tauromaquia es mucho más trascendente que sólo proteger al toro bravo, o nuestro derecho a acudir a nuestro espectáculo favorito. Estamos defendiendo nuestra libertad, nuestra forma de entender la vida y la muerte. Estamos salvaguardando nuestro derecho a pensar en forma distinta, a que no sean los antitaurinos de origen extranjero los que imponga sus creencias.