Ponciano Díaz y Luis Mazzantini parecen brillar con luz propia en las tauromaquias que uno y otro encabezaban. La figura de otro Díaz –don Porfirio– parece mediar simbólicamente en aquel nuevo escenario. Así comenzaba la "reconquista vestida de luces". Colección digital del autor.
En diversas ocasiones me he referido aquí, al episodio que decidí asignarle el concepto de "reconquista vestida de luces", circunstancia que se afirmó de manera contundente en nuestro país a partir de 1887 y que se consolidó, con toda su realidad al finalizar el siglo XIX. Por tanto, he decidido aprovechar el presente espacio, para compartir con ustedes su significado esencial. Veamos.
Al finalizar el siglo XVIII, los únicos toreros extranjeros en escena eran Tomás Venegas "El Gachupín toreador", Pedro Montero y otros que incursionaron sin influir en forma contundente en el destino estético o técnico de la tauromaquia novohispana.
Del mismo modo ocurrió con otros personajes, casi medio siglo después, cuando se contó con la presencia de Manuel Bravo, Bartolo Mejigosa, Joaquín González "El Calderetero", José Sánchez "El Niño", y dos falsos toreros, que ostentaban los apodos de moda: Antonio Duarte "Cúchares" y Francisco Torregosa, de Jerez, el cual tuvo el descaro de usar el sobrenombre de "El Chiclanero". Ambos, así como llegaron, así se fueron.
Sin embargo, y en lo fundamental, se contaba con un personaje, pieza clave en la tauromaquia nacional por aquel entonces. Me refiero a Bernardo Gaviño y Rueda (1812-1886), quien vino a México, y en México se quedó desde 1835 y hasta su muerte, 51 años después.
Por aquellas épocas, se intensificó una tauromaquia nacional peculiar, basada en la propia idea de interpretación que trajo consigo precisamente una independencia, pero no el intento por afirmar sus valores en lo técnico o estético. Era más bien el libre albedrío y la espontaneidad lo que privaba en diversos espectáculos, que los hubo en forma generalizada, por diversas partes del país.
En todo ello, la figura de Gaviño fue vista y entendida como la de un "maestro" o un "patriarca". Y con todo, llegó un momento en que la tauromaquia quedó sujeta a un impasse que duró cerca de 20 años (de 1868 a 1886), cuando por razones administrativas, se encontró la salida al prohibir las corridas a finales de 1867.
Aquella medida tuvo peso significativo en la entonces ciudad de México, y sólo afecto algunos estados, cuyos gobernadores fueron condescendientes con el decreto firmado por Benito Juárez, pero que luego rectificaron y volvieron a permitirlas.
Así que fue la provincia el recipiente o crisol donde se forjó un estilo de torear muy propio, donde los nuestros saldrían a enfrentarse, no solo con los diestros españoles, sino con la nueva época impuesta por ellos, quienes en masa llegaron en 1887 dispuestos al plan de reconquista (no desde un punto de vista violento, más bien propuesto por la razón) que contó además, con la presencia de ganado de lidia que trajeron directamente para su negociación y venta entre los hacendados de aquel entonces.
De ahí que el toreo como autenticidad nacional haya sido desplazado definitivamente concediendo el terreno al concepto español que ganó adeptos en la prensa (que se fortaleció en forma muy amplia), así como por el público que dejó de ser un simple espectador en la plaza para convertirse en aficionado, adoctrinado y con las ideas que bien podían congeniar con opiniones formales de españoles habituados al toreo de avanzada.
Para finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, el toreo en España alcanzó el rango de profesional en los momentos en que un tratado técnico conocido como la Tauromaquia de José Delgado "Pepe Hillo" permeó en el espectáculo, junto al sentido crematístico y la nueva forma en que los ganaderos se comprometieron a criar un toro aprovechando la presencia de castas bastante bien definidas.
Todo eso, en conjunto permitió el curso de una fiesta que volvió a pasar por una nueva etapa correctiva, al aparecer la Tauromaquia de Francisco Montes en 1836, la que, al igual que la de José Delgado, establecen en algunos de sus capítulos lo referente a las condiciones del toro de lidia.
Ese estado de cosas no resultó ser el mismo en México. Una distancia geográfica con los dictados del viejo mundo, la emancipación y logro del nuevo estado de gobierno causaron cierto y relativo aislamiento con España. Cierto y relativo, porque de nada valió en el espectáculo la expulsión de españoles impulsada en 1833 justo en el régimen de Manuel Gómez Pedraza, y que Vicente Guerrero, la decidió y enfrentó.
De ese grupo de numerosos hispanos avecindados en México, había comerciantes, mismos que no se podía ni debía lanzar, pues ellos constituían un soporte, un sustento de la economía cabisbaja de un México en reciente despertar libertario. En medio de ese turbio ambiente, pocas son las referencias que se reúnen para dar una idea del trasfondo taurino en el cambio que operó en plena mexicanidad.
Ya para 1835 se encuentra en México Bernardo Gaviño el que, dicho sea de paso, llegó a este continente con apenas vaga idea de las nuevas y frescas condiciones propuestas desde el tratado de Pepe Hillo, aunque eso sí, absolutamente ajeno a las de Francisco Montes, quien alentado por Santos López Pelegrín "Abenámar" o por Manuel Rancés Hidalgo (ambos, amanuenses del diestro que era analfabeta) allá por 1836, decidieron en conjunto la aparición de esa importante doctrina.
Por eso Gaviño, se instala en tres diferentes épocas compartiendo honores con:
1a. Luis, Sóstenes, Mariano Ávila, José María Vázquez, Manuel Bravo y Andrés Chávez;
2a. Jesús Villegas, Mariano González, Pablo Mendoza e Ignacio Gadea, y
3a. Ponciano Díaz, Pedro Nolasco Acosta, Lino Zamora, Gerardo Santa Cruz Polanco y Timoteo Rodríguez, los que, en conjunto tuvieron que ejercer un acuerdo común para establecer criterios que permitieran el desarrollo de una lidia, la más adecuada.
Para ello, es preciso apuntar que entre 1836 y 1842, José Justo Gómez de la Cortina logró adquirir un ejemplar de la Tauromaquia de Pepe Hillo, la que debe haber puesto al alcance del gaditano. Lo mismo ocurrió en 1862, momento en el que de la imprenta de Luis G. Inclán está saliendo una edición de la de Francisco Montes, con la peculiar compañía de una hoja ilustrada, donde aparecen 36 diferentes pasajes de la lidia, misma que refleja el espíritu mexicano imperante al inicio de la sexta década del siglo XIX.
En dicho escenario las distancias tuvieron que acortarse, así que poco a poco el encuentro de las rutas o los caminos entre España y México, en términos más concretos, se daría a partir de 1883, cuando ya están en México Andrés Fontela, Juan Moreno "El Americano", Francisco Gómez "El Chiclanero" y Francisco Jiménez "Rebujina"; luego 1887, con Luis Mazzantini, Diego Prieto, o Ramón López, entre otros, para culminar en el arranque del siglo XX, momento en que toda la estructura alcanzó rango de madurez.
Lo anterior permite contemplar aspectos que parecen no tener una relación directa con el ganado, pero influyen y mucho. Simplemente por el hecho de que tantas y nuevas condiciones estaban imponiendo también un nuevo estado de cosas, aunque todavía en los últimos 15 años del siglo XIX siguieron manifestándose inestabilidades y anarquías, fruto de aquella pugna entre la anacrónica expresión mexicana y la fresca llegada del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna.
Esa "reconquista vestida de luces" contó con el apoyo de la prensa que extendió sus influencias en número importante de títulos, siendo cada vez menos los de filiación o tendencia nacionalista. Todo este comportamiento responde a la simple y sencilla razón de la presencia inesperada de la modernidad, que vino a ocupar el lugar de un toreo mexicano en franco agotamiento y que, por razones desconocidas seguía sosteniéndose en un círculo vicioso el cual parecía no tener fin.
Durante el siglo XIX se manifestó una actividad taurina muy intensa, donde los toros de Atenco participaron permanentemente. La fama que adquirió en los años que van de 1815 a 1915 hacen verla como una hacienda ganadera poseedora de unas capacidades notables, gracias al tipo de toros que allí se criaron; gracias a la participación de personajes tan notables como Bernardo Gaviño, Ponciano Díaz; José Juan Cervantes y Michaus, o Juan Cervantes Ayestarán, lo mismo que los señores Barbabosa y otros personajes que administraron esa importante unidad de producción agrícola y ganadera.
Valga el dato de que en ese periodo –1815-1915–, fueron lidiados 1178 encierros, señal muy clara de que la célebre ganadería gozaba de cabal salud. De otra forma sería imposible entender todo el movimiento que se dio con el ganado en plazas de la capital del país, así como de otras tantas en los estados alrededor del corazón político de México, donde los toros de Atenco simbolizaron y constituyeron un emblema representativo en el capítulo de la evolución sobre la crianza del ganado destinado a la lidia, crianza que supone una intuición deliberada por parte de administradores, pero también de vaqueros que estuvieron a la búsqueda del toro "ideal" para momentos tan representativos como los del siglo XIX, donde el toreo "a la mexicana" se elevó a alturas insospechadas de una independencia taurina tan cercana pero también tan ajena a la que se desarrollaba al mismo tiempo en España, país del que llegaban los dictados de la moda.
Solo que, el aislamiento producido por la emancipación de México y España hizo que uno y otro concepto artístico se desarrollaran por separado, durante los años que van, más o menos de 1810 a 1880, momento este último en que comenzó a registrarse un síntoma nuevo y necesario también: Me refiero a la reconquista vestida de luces, que debe quedar entendida como ese factor el cual significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole eso sí, una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera, chauvinista si se quiere, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades– aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España.
Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño.
Y no solo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX, tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento afortunado del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona.
De esa forma dicha reconquista no solo trajo consigo cambios, sino resultados concretos que beneficiaron al toreo mexicano que maduró, y sigue madurando incluso un siglo después de estos acontecimientos, en medio de períodos esplendorosos y crisis que no siempre le permiten gozar de cabal salud.
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