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Historias: Ponciano Díaz y la idolatría popular

Miércoles, 23 Oct 2019    CDMX    Francisco Coello | Infografía: LM   
...Deben imprimir igual o mayor nivel de capacidad, que los lleve a...
Existe una idolatría muy particular en cuanto un torero alcanza la cima de todas sus aspiraciones, y esto puede materializarse en la salida a hombros luego de haber logrado esa hazaña que consiste en haber ejecutado una labor completa que implica ese privilegio de ser llevado en andas, en pleno olor de santidad.
 
Esa distinción particular la han logrado muchos, muchos toreros que luego, para seguir consagrándose deben imprimir igual o mayor nivel de capacidad, que los lleve a convertirse en figuras del toreo, en auténticos mandones, lo cual significa superarse así mismo cada tarde en que comparecen por diversos ruedos en el planeta de los toros.
 
Si han de recordarse nombres emblemáticos, ahí están toreros como Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa "Armillita", Silverio Pérez, Lorenzo Garza, Alberto Balderas… y un largo etcétera, convertidos todos ellos en blanco de semejante celebración. Además, la idolatría agrega a tan particular circunstancia el honor de pasar a esa "Rotonda de los hombres ilustres", a través de la memoria donde el imaginario colectivo convierte cada episodio en capítulos y pasajes que pasan a formar parte de un historial cargado de leyendas y exaltaciones que se conservan intactas pasados muchos años después de haber sucedido tal o cual jornada que rememora lo ocurrido en determinada época que luego calificamos como notable.
 
En ese sentido hubo, en el último tercio del siglo XIX mexicano, un personaje que reunió tales atributos, mismos que hasta hoy se mantienen vigentes como referencia o paradigma. Me refiero concretamente al caso de Ponciano Díaz Salinas (1856-1899), quien se convirtió, gracias al modo específico en que materializó la más pura expresión del toreo a la mexicana desde el momento mismo en que fue elevado a matador de toros. 

Esto ocurrió el 13 de abril de 1879, y en Puebla, precisamente cuando el patriarca Bernardo Gaviño otorgaba ese ascenso, tal y como lo afirmó el propio diestro atenqueño, en el dicho que aparece en el cartel para una función de toros llevada a cabo en la plaza de toros de Toluca, la tarde del domingo 1° de junio de 1879 en estos términos:
 
"Habiendo terminado la temporada en la ciudad de Puebla, en donde fui elevado al difícil rango de primer espada, por la benevolencia de tan ilustrado público, me he propuesto antes de disolver mi cuadrilla dedicar una función, que tenga por objeto, pagar un justo tributo a mis paisanos ofreciéndoles mis humildes trabajos: si estos son acogidos con agrado quedará altamente agradecido S.S. Ponciano Díaz".
 
Y desde esa fecha, hasta su última actuación, registrada el 6 de marzo de 1899, el "torero con bigotes" acumuló 722 actuaciones, no solo en nuestro país. También en el extranjero, como fue el caso de haber acudido a Estados Unidos de Norteamérica, Cuba, España y Portugal. Es bueno aclarar que logró la cima (esto entre 1879 y 1890, y luego la decadencia, entre 1890 y 1899).
 
Lo notable en su caso es que el pueblo logró convertirlo en ídolo, y para corroborar esa condición de privilegio, fue necesario que se agregaran diversos componentes que afirmaban y reafirmaban aquel estado de cosas. Basta mencionar que Ponciano es de los pocos toreros que, a lo largo de su vida torera, pudo acumular casi un centenar de versos, corridos y canciones que lo elevaban permanentemente. 

Y esto puedo apuntarlo con toda certeza, gracias al hecho de que en uno de mis trabajos destinados a entender la vida y obra de personaje tan relevante (me refiero al que lleva el título de Ponciano Díaz íntimo, que recuerda aquella obra que escribiera José Luis Blasio –Maximiliano íntimo. El Emperador Maximiliano y su corte–, destinada a exaltar el paso efímero de quien fuera segundo emperador de México. Me refiero al monarca Maximiliano I de Habsburgo 1864-1867).
 
También se encuentran en torno a esa virtud popular, algunas anécdotas, como las que incluyo a continuación.
 
La misma poesía popular se dedica a exaltarlo, al grado mismo de ponerlo por encima de los toreros españoles.


Yo no quiero a Mazzantini
ni tampoco a Cuatro Dedos,
al que quiero es a Ponciano
que es el padre de los toreros
¡Maten al toro! ¡Maten al toro!

 
El "padre de los toreros", cómo no lo iba a ser si en él se fijaban todos los ojos con admiración.

Su vida artística o popular se vio matizada de las más diversas formas. Le cantó la lírica popular, lo retrataron con su admirable estilo artístico Manuel Manilla y José Guadalupe Posada en los cientos de grabados que salieron, sobre todo del taller de Antonio Vanegas Arroyo, circulando por las calles de aquel México y de aquella provincia. He aquí otro caso.

En los días de mayor auge del lidiador aborigen, el sabio doctor don Porfirio Parra decía a Luis G. Urbina, el poeta, entonces mozo, que se asomaba al balcón de la poesía con un opusculito de "Versos" que le prologaba Justo Sierra:


–Convéncete, hay en México dos Porfirios extraordinarios: el Presidente y yo. Al presidente le hacen más caso que a mí. Es natural. Pero tengo mi desquite. Y es que también hay dos estupendos Díaz -Ponciano y don Porfirio-: nuestro pueblo aplaude, admira más a Ponciano que a don Porfirio.


Y aquí una curiosa interpretación:


En aquellos felices tiempos, comenta Manuel Leal, con esa socarronería monástica que le conocemos, había tres cosas indiscutibles: La Virgen de Guadalupe, Ponciano Díaz y los curados de Apam...

  
Su figura fue colocada en todos los sitios, aun en bufetes, oficinas de negocios, consultorios de médicos; en fotografías, o en litografías en colores y a una sola tinta, publicados en periódicos mexicanos o españoles como LA MULETA, EL MONOSABIO, LA LIDIA, EL TOREO CÓMICO que ilustró sus páginas –este último– con un retrato del torero mexicano del mismo tamaño que los que había publicado de Lagartijo, Frascuelo, El Gallo, Mazzantini y Guerrita.

En la calle se le tributaban verdaderas ovaciones, lo mismo en Plateros que en El Hospicio que en La Acordada; al pie de la estatua de Carlos IV que al pasar junto a la tabaquería llamada "La Lidia", lugar de reunión de los toreros españoles, que recibían sendas rechiflas.
  
Realmente, esos eran los grados de ilusión obsesiva adoptada por el pueblo, vertiente de una sociedad limitada a una superficialidad y a un todo que no les es negado, pero que asimilan de muy distinta manera, a como lo hacen esas otras vertientes intelectuales y burguesas; o simplemente ilustradas.
 
La "sanción de la idolatría", a más de entenderse como aplauso, como anuencia, como beneplácito; es también castigo, pena o condena. Y es que del sentir popular tan entregado en su primera época, que va de 1876 a 1890 se torna todo en paulatino declive a partir de 1890 y hasta su fin, nueve años después.


GRANDE Y PEQUEÑA CULTURA A SU ALREDEDOR.

 
El mundo de la música se acerca también a Ponciano Díaz, y en el año de la reanudación del espectáculo taurino –1887–, se estrena el juguete "¡Ora Ponciano!" escrito por don Juan de Dios Peza y musicalizado por don Luis Arcaraz, donde


se aprovechaba en él la fiebre que había en la capital por las corridas de toros y se glorificaba al ídolo taurino del momento: Ponciano Díaz. La piececilla gustó mucho y se repitió innumerables veces, hasta culminar con la aparición del propio matador en la escena durante dos o tres noches. (Luis Reyes de la Maza: Circo, maroma y teatro (1810-1910). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1985. láms., ils., p. 274-5.


Por su parte Juan A. Mateos intentó escribir en 1888 la anunciada zarzuela PONCIANO Y MAZZANTINI, con música del maestro José Austri. Sólo que por razones política, no pudo prosperar su anhelo.
 

Debido a la gran pasión despertada por estos dos espadas. Incluso


(varias) veces hubo que se llegó a las manos por dilucidar cual de los diestros toreaba mejor.

Los actores vistieron trajes de luces pertenecientes a los espadas y el Teatro Arbeu fue insuficiente para dar cabida a tanto número de espectadores llegando aquello al paroxismo total.
 
A Mazzantini aquella idea de verse representado en un escenario le gustó y aceptó la sugerencia de presentarse como actor en el Teatro Nacional en una función de beneficencia a la que asistió don Porfirio Díaz. El buen éxito alcanzado animó al diestro a presentarse dos veces más en diferentes obras. Y como el público le aplaudió más que a los otros actores, el matador seguramente creyó que era tan buen autor como buen torero.

 Al ampliar esta información se sabe que entre el 25 y el 31 de diciembre de 1888 hubo un asunto que fue tema de conversación. Algunos aficionados llegaron al extremo de alquilar el Gran Teatro Nacional para arreglarlo de tal modo que pudieran darse en él algunas corridas de toros en las noches, toreando las cuadrillas de Luis Mazzantini y Ponciano Díaz. Hoy, esa especie provoca estruendosa carcajada, pero entonces se la acogió como verosímil y aun hubo quien hiciera proyectos de reventa de boletos. Ese "notición" fue publicado en el periódico taurómaco EL ARTE DE LA LIDIA.


El género chico ha sido considerado subliteratura, dice Aurelio de los Reyes. Justifica tal exposición con aquello de que


En el (Teatro) Principal habían seguido en auge las tandas de los Hermanos Guerra afortunados empresarios de zarzuela barata: su más rico filón se lo proporcionaban el episodio histórico-lírico CÁDIZ (...). No creo, a la verdad, que perjudique gran cosa la historia del arte, no deteniéndome más en tan exiguas novedades: por igual causa me contento con citar el estreno en el teatrillo Apolo, de Tacubaya, de la zarzuelilla de circunstancias "Casarse por la influenza", el de un sainete titulado LA CORONACIÓN DE PONCIANO, en (el Teatro) Arbeu, y en otro teatro de más inferior clase el del a propósito "La fiera de San Cosme".

 Recordemos que el día de la inauguración de la plaza BUCARELI (15 de enero de 1888) luego de que hizo su aparición don Joaquín de la Cantolla y Rico

una niña encantadora (Josefa Romero) –toda de blanco vestida– coronó a Ponciano con laureles y mirtos, mientras el diestro que estrenaba ropa morada y oro, aceptaba de rodillas la conmovedora ofrenda...


En MANICOMIO DE CUERDOS, otra zarzuela, con letra de Eduardo Macedo y música del maestro José Austri se incluye un fragmento con dedicatoria a Ponciano Díaz. Veamos:
 

Discuten varios toreros españoles y la "Afición" sobre los méritos del mexicano Ponciano:

TORERO 1o. ¿Conque pronto vendrá Guerra?
       "         2o. ¿Que si vendrá? ¡Ya lo creo!
       "         1o. Es un barbián de valía
       "         2o. Y un excelente torero.



AFICIÓN            Pues le auguro muchas palmas; sobre todo, muchos pesos. ¿Es                                         superior a Hermosilla?

TORERO 2o.   Muy superior.

AFICIONADO           No lo creo.

RANCHERO ¿Más que el Ecijano?

TORERO 2o. ¡Digo!

RANCHERO ¿Y que Mazzantini?

TORERO 1o. ¡Cierto!

RANCHERO Mire que es mi compatriota y nadie rebaja a México ni en producción                                  ni en industria ni en riqueza ni en gobierno.

TORERO                ¿Y eso que le importa al arte?

AFICIÓN                Señores, calma y sentémonos,

RANCHERO      Pues insisto en que Ponciano vale mucho.

TORERO               ¡Vaya un necio¡ Repito que no es artista...

RANCHERO ¿Por qué no tiene meneos? ¿Cree usted que en la trastienda, es 

                                  donde buscan el mérito?¡ Cómo er arfiler yo saque encomiende                                        su  arma ar cielo! Como saque el chafarote...



La influencia musical tuvo gran peso y se sabe que en media república se tocaba una marcha titulada "¡Ahora, Ponciano!", que recordaba la frase –exclamación– cuidadosa que el público hacía en las plazas, indicando al espada cuando podía entrar a matar. También era común escuchar otra pieza denominada "A los toros", dedicada al célebre torero mexicano. Y ese "¡Ahora Ponciano!", "¡Ora, Ponciano!", como ya vimos era una exclamación y exaltación a la vez que el público lanzaba en la plaza de toros o en las calles, elogiando al torero popular, cumpliéndose así, una vez más, el grito de guerra que daba perfil al prototipo de torero cuya fama propiciaba entusiasmo, pero también incitaba –en ocasiones– a la riña. De ese modo adquirió dimensiones que hoy entendemos gracias a estos ejemplos maravillosos.


Se caería en la reiteración insistir en otros géneros de la cultura que manejaron a Ponciano Díaz como tema central de aquella expresión tan peculiar, traducida en ejemplos como los ya indicados, tanto en el grabado, como en corridos o en la poesía misma. Por lo tanto, no me queda sino concluir con estos apuntes diciendo que la magnitud de su popularidad alcanzó esos interesantes renglones del arte, arte popular, que trascendieron y han quedado como parte de una interpretación que ya es histórica.


Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/


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