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Historias: Escritos taurinos desde Cuba

Miércoles, 09 Oct 2019    CDMX    Francisco Coello | Infografía: LM   
Juan Corrales Mateos dedicó sus textos a la tauromaquia mexicana
He releído con mucha atención "El porqué de los toros, arte de torear a pie y a caballo" del Bachiller Tauromaquia, edición facsímil de la de 1853 lograda en 2009. Su autor, Juan Corrales Mateos, de quien se tienen tan pocos datos, nos dice entre líneas, que se trata de un español, que habitó la isla caribeña quizá entre los años intermedios del siglo XIX, y que allí permaneció ya en labores diplomáticas, ya en las del comercio, que incluso hasta hoy, no se tiene mayor información de quien fue autor de otras obras taurinas, y algunas más de literatura.

Como menciona en el "Juicio crítico de las corridas de toros en La Habana y Toreo Mejicano" –sí, Méjico así, con "J"–. Por cierto, me llama la atención el hecho de que el nombre de nuestro país siguiese ostentando esa jota, con lo que la idea de no considerar la equis nos lleva a entender que se trataba de un hábito ortográfico de generaciones y más generaciones. Hoy en día, simple y sencillamente se ha puesto en valor ese nombre mismo que ya aparece en casi todos los textos producidos en España como México, sin más.

Pues bien, nos refiere de entrada una explicación sobre el afecto que en tal sitio se tuvo a la tauromaquia, contando para ello con plazas como la del "Campo Marte", la del muy cercano poblado de Regla, y luego la que en 1853 fue a inaugurar Bernardo Gaviño, conocida como "Belascoaín".

Recuerda que el 30 de mayo de 1831, Gaviño se presenta ante el público de La Habana, lugar en el que, durante tres años toreó alternando con el esforzado espada Rebollo, natural de Huelva, con Bartolo Megigosa, de Cádiz, con José Díaz (a) Mosquita y con el mexicano Manuel Bravo, matadores todos que disfrutaban de merecido prestigio en la capital de la gran Antilla.

Bernardo Gaviño es un torero cercano a figuras de la talla de Francisco Arjona "Cúchares" o de Francisco Montes "Paquiro", quienes fueron los dos alumnos más adelantados de la Escuela de Tauromaquia en Sevilla, impulsada por el rey Fernando VII y dirigida por el ilustre Pedro Romero, aunque ni Gaviño, Rebollo y Megigosa fueron alumnos de aquella institución, por haber salido desde 1826 o 1827 de España con dirección a América.

Y fue en la plaza de Regla, donde Juan Corrales Mateos tuvo oportunidad de ver una de las actuaciones de su paisano, que ocurrieron entre diciembre de 1845 y los primeros días de 1846. Gaviño se hizo acompañar de una cuadrilla de toreros mexicanos que estaba formada así:

Director de lidia y primer espada: Bernardo Gaviño. Segundo espada: Mariano González y Fernando Hernández. Banderilleros: Secundino Sánchez, José Mendoza y Francisco Cuéllar. Picadores: Magdaleno Vera "El Charro", Miguel Morado, Hilario Rojas (maestro de El Charro), Antonio Escamilla. "Locos" José Perea, José María Sánchez. Cacheteros, lazadores: Resto de la compañía.

Y es que el torero portorealeño, realizó varias "temporadas" en ruedos cubanos por aquellos años, razón por la cual se hacía acompañar de buenas cuadrillas.

Lo que aprecia Bachiller Tauromaquia sobre aquellas jornadas, es harto interesante, en la medida en que valora lo que para entonces, era el toreo "al uso mexicano" practicado por entonces. Y lo dice como sigue:

"Cualquiera que sin haber tenido ocasión de examinar eso que llaman toreo mexicano, creerá sin duda, que es un arte nuevo, especial de aquella nación y por consiguiente extraño a los toreros españoles. Tal creencia puede mover dos sentimientos distintos entre sí, aunque partiendo de un mismo punto.

"El primero puede fundarse en una vanidad nacional, digna de mejor suerte y de más sólidos cimientos, y el segundo evitar un injusto escarnio entre los rigoristas del arte tauromáquico, considerando como ridícula y extraña una cosa que nada tiene ni de lo uno ni de lo otro, y que por el contrario, nos pertenece exclusivamente; es, pues, uno de los muchos legados que dejaron nuestros padres a nuestros hermanos de México en punto a costumbres; en una palabra, no reconocemos semejante toreo mexicano, no encontraremos en el sistema de lucha puesto en práctica por aquellos lidiadores nada que no sea español, ninguna suerte que no sea familiar a nuestros toreros o ningún lance que no sea digno de los hombres de valor y fuerza, tales y de tan recomendables circunstancias, como hemos admirado en diferentes épocas en los toreadores mexicanos.

"El toreo que se practica en México –continúa con su apreciación Corrales Mateos–, es nuestra primitiva tauromaquia; las suertes que ejecutan sus naturales en la lidia, y que parecen libres están sujetas a reglas; lo que ellos mismos llaman con cierta modestia o humildad mojigangas, no son otra cosa que suertes de amenidad muy usadas antiguamente entre nosotros, y no olvidadas todavía particularmente en las plazas de toros subalternas, en las novilladas y corridas de becerros erales.

"Mas es innegable que el arte de torear ha avanzado mucho entre nosotros, las suertes se han refinado por medio del buen gusto y del progreso del arte, el espectáculo se ha regularizado descartando de la lidia aquellas suertes en que no brilla tanto el arte como el valor, dándole por tanto un aspecto severo y de rigurosa fórmula, y que a medida que los tiempos van transcurriendo, van también apareciendo nuevas y vistosas suertes con sus autores los genios del arte.

"No ha sucedido lo mismo en México en donde la tauromaquia no ha dado un paso hacia adelante desde sus primeros tiempos y por lo tanto ha permanecido estacionada y sujeta al incuestionable denuedo que caracteriza a los toreros mexicanos. Vamos pues a dar una idea de lo que se llama toreo mexicano, y las razones que nos asiste para aseverar que dicho toreo, no es otra cosa que la misma tauromaquia española, si bien en muchos grados de atraso respectivamente, a la que practican nuestros lidiadores contemporáneos"

Hasta aquí con estas primeras afirmaciones que merecen ser analizadas. Desde luego, lo que sugiere nuestro autor, es precisamente el estado de cosas que guardaba hasta entonces la puesta en escena del toreo que se practicaba en el México decimonónico, sujeto por aquellos años, a los inevitables vaivenes postindependentistas, que motivaban una deseable búsqueda de estabilidad social o política la que no se conseguía debidamente, y con ello permitir la felicidad de sus pobladores.

Por tanto, lo que sucedía en los ruedos, era espejo de lo ocurrido plaza afuera. Es decir, que el toreo quedó sometido a una especie de caos donde cada tarde parecía convertirse en un intenso desbordamiento de hechos donde se desarrollaba la lidia convencional, aunque nunca faltaban elementos que hoy entendemos como “parataurinos”; por ejemplo: mojigangas, jaripeo y coleadero, fuegos de artificio, enfrentamiento de toros con otros animales, toros embolados, cucaña o palo ensebado y demás invenciones que Gaviño no solo detento, sino que él mismo las hizo suyas, tal y como puede apreciarse en una bien documentada relación de carteles a que he acudido para confirmar lo dicho hasta aquí.

Y vuelve a la palestra Corrales Mateos:

"Distínguense los mexicanos en el circo efectuando variadas suertes que ya no están en uso entre nuestros toreros, por las razones expresadas. En una misma corrida de toros se les ve picar a pie, derribar a la falseta, a la mano y de violín, derribar las reses desde el caballo o con la mano, enlazarles desde el caballo, también, como asimismo a pie, etc."

Explica a continuación todas esas suertes, a la manera de la "Tauromaquia" de José Delgado "Pepe Hillo", la cual aparece al comienzo de esta obra, con lo que concede atribuciones de esa estatura para considerarlas en el mismo rango de aquel tratado técnico, que fue elaborado 50 años atrás en España.

Ya explicadas cada una de aquellas representaciones, reitera su dicho como sigue:

"Otras de las cosas a que se ha dado el nombre de toreo o lidia mexicana es el poquísimo arte que se nota en casi todos los picadores que hemos visto de aquella nación. Este es otro error en que estamos. Antiguamente picaban nuestros toreadores con esa misma libertad, con más puya aún que la que usan los mexicanos, y hasta con lanzas, cuya parte de la tauromaquia es la que menos ha adelantado en la vecina República, supliendo a esa falta de arte el denuedo, la pujanza y la destreza que caracterizan a los picadores mexicanos.

"Mas siguiendo el hilo de nuestra imparcialidad, no podemos menos de manifestar que el arte de banderillear se encuentra en México a una altura inconcebible. Es sabido que nuestras banderillas tienen como dos tercias de largo, lo que unido a lo que da de si la extensión de los brazos, resulta un espacio de más de vara y media desde el pecho del banderillero hasta la cabeza de la fiera. No así en México, a cuyos toreadores hemos visto plantar banderillas en el mismo cerviguillo del toro, de cuatro pulgadas de largo. (…) Como llevamos dicho, los picadores mexicanos son valientes y esforzados, pero se sujetan al arte, así como los banderilleros son vivos, trabajan con limpieza y se tiran sobre el testuz del bruto a fin de colocarle las banderillas. La suerte de matar entre los toreros que nos ocupa, corre casi parejas con la de picar; su sistema es ninguno, su propósito el matar cuanto antes al toro sin aprensiones de ninguna naturaleza.

"Así que ya encaminados al punto final de estas apreciaciones, podemos entender hasta ahora que el juicio crítico de Bachiller Tauromaquia se ajusta a la sola idea en que predomina un objeto, un propósito por encaminar de mejor forma los procedimientos técnicos y estéticos, al margen de entender que aquello ya descrito, es una razón predominante en los ruedos nacionales, lo cual será muy difícil de modificar, porque Gaviño siguió marcando control en esa forma peculiar de la tauromaquia, misma que heredó entre algunos de sus más avanzados alumnos, siendo Ponciano Díaz uno de ellos y quien se prodigó en la misma medida que su tutor. Sin embargo, el punto culminante de todo aquello habría de enfrentarse a una etapa que he considerado, de un tiempo a esta parte, como de la “reconquista vestida de luces”, episodio que alcanzó sus mayores cotas en 1887 y del que en otra ocasión me ocuparé en detalle.

"Por tanto reconocemos –reflexiona Corrales Mateos– la capacidad más justa que en el arte de torear se conoce en el reino de México, según nos lo acredita por otro lado la opinión de hombres de idoneidad en la materia, y conocedores del precitado país.

Hemos querido dar a conocer lo que llama el vulgo toreo mexicano, con la ligereza que nos ha sido posible y con la imparcialidad que siempre ha guiado a nuestra pluma. Alternativamente hemos empleado con los toreros mexicanos la amarga censura, la crítica festiva y el aplauso; según lo han exigido las circunstancias y nuestra conciencia. Nuestros lectores son testigos de esta verdad, por lo cual nos creemos relevados de protestas estériles e intempestivas".

Hasta aquí con este interesante juicio de valor de quien siendo español, aprecia en Cuba el toreo mexicano al mediar el siglo XIX. Pone énfasis en la evolución –o conflicto de evolución– por la que pasaba aquella tauromaquia nuestra, la que se lucía con la intensidad de tantos y tantos festejos fantásticos, llenos de fascinación. Diferentes unos de otros, pero que en el fondo, conservaban y respetaban principios rigurosamente técnicos y estéticos que se mantuvieron como andamiaje perfecto para dar continuidad al espectáculo, no solo hace dos siglos, sino también –ya evolucionado y puesto al día–, en el pasado y ahora, en este XXI, donde pervive, para admiración de unos y reclamo de otros.

Obra de consulta:

Juan Corrales Mateos (seud). "Bachiller Tauromaquia", El por qué de los toros y arte de torear de a pie y a caballo por el (...) Habana, imprenta de Barcina, 1853, 178 p. Ed. Facsímil elaborada por Editorial MAXTOR, Valladolid (España), 1990.

Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/.


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