José María de Cossío nació en 1892, pertenecía a una familia y a una casa llena de libros, todas las novedades filosóficas, literarias y artísticas llegaban a su casa, coleccionándose dichos libros con revistas inglesas y francesas, estampas y grabados que se iban incorporando poco a poco al gran archivo.
Con su tío Manuel Bartolmé Cossío mantuvo una estrecha relación familiar y personal, pese a la diferencia de edades, quien a su vez ejerció una gran influencia para el mundo intelectual de la época, y que alguna vez expresó al joven José María aquello de que "en la belleza está lo divino", lo que nos proporcionará una de las claves más importantes para entender el pensamiento crítico de Cossío.
Quizá por eso, mejor nadie en la España de la época supo apreciar armónicamente el valor popular de los toros, que como afirmaba, encarnaba justamente los últimos y más hondos elementos, con esos datos primitivos del alma de la multitud que por eso se llaman naturales, y de los que brotan las escuelas, las inspiraciones y los acentos de los genios creadores.
Su pasión sin límites por Miguel de Unamuno los motivó a seguir cursos en la entonces Facultad de Letras de la universidad de Salamanca, y siguiendo a éste, se formó además con las ideas de Marcelino Menéndez Pelayo y Ramón Menéndez Pidal y que unido a su entusiasmo por el mundo de los toros, tiene como resultado a uno de los grandes investigadores y críticos de la tauromaquia.
En 1936 escribe un primer libro de dos volúmenes: "Los toros en la poesía castellana", causando gran impacto en los círculos intelectuales, al grado de que La Real Academia Española, de la cual llegó a ser académico de número, sustituyendo a Eduardo Marquina, le concedió el prestigioso premio Fastenrath.
Su afición por los toros y su entusiasmo por Joselito, en tanto que el ahora Don José María, aglutinó a su alrededor a multitud de pensadores, lo que le convirtió en una especie de fenómeno universal para sus contemporáneos, caso de la llamada Generación del 27 y para cuantos grupos o revistas se formaban en torno al ideal del amor a la poesía y la exaltación a la fiesta de los toros.
El tándem Cossío-Ignacio Sánchez Mejías y su facilidad para aunar aficiones, estableció la comunicación que luego fue tan fecunda para la fiesta, entre poetas, toreros y ganaderos, en tanto que se ganaron nuevos espacios para la tauromaquia que al son de la cultura y las artes, adquirió un carácter universal, de allí que José Ortega y Gasset mencionara que no podía entenderse la historia de España sin el fenómeno de los toros.
Ortega tenía afecto grande por José María, a quien con anterioridad ya le había comunicado su preocupación por las corridas de toros y fue quien intuyó que Cossío reunía las condiciones para elevar el fenómeno taurino a la máxima altura, la Guerra Civil "facilitó" que tanto él como un nutrido grupo de escritores se concentrara en Madrid para el proyecto.
Allí aparecen entonces Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, el poeta Miguel Hernández (secretario de Cossío), Enrique Lafuete Ferrari y Antonio Díaz Cañabate, con quienes desarrolló largas pláticas y lecturas que culminaron en los "Los toros, tratado técnico e histórico", de la Editorial Espasa-Calpe, de la cual era consejero.
El libro que inicialmente se pensó abarcaría un solo volumen, debido al extraordinario trabajo en equipo publicó cuatro voluminosos tomos, llegando a decir Ortega y Gasset, que se mostraba orgullosísimo del trabajo, siendo desde su perspectiva y hasta ese entonces, la obra más importante que se había realizado sobre un tema español.
Para Cossío, acérrimo Gallista y gran amigo de Juan, Belmonte fue un auténtico revolucionario que provocó una crisis profunda y meritoria en la concepción y en los fines del toreo, pues fijó los nuevos terrenos hasta entonces inexplorados, mediante el recurso de invadir el terreno que siempre se había entendido era propio y exclusivo del toro bravo.
Admirador fervoroso de Lope de Vega y todo lo hispano, que desdeñó las reglas que venían impuestas desde fuera, y donde todo símbolo o exaltación le apasionó elevándolo como algo sustantivo y principal que lo hizo bucear entre lo sublime y lo maravilloso, y de ahí su aproximación a la fiesta de los toros que le sumergía en el lirismo, la sublimación de colores y el amor patrio.