Fue entre el 27 y 28 de diciembre de 1836 cuando España reconoce oficialmente la Independencia de México. Esto se refleja en el tratado "Santa María Calatrava", resultado del acuerdo entre Miguel Santa María y José María Calatrava.
Fue necesario que pasaran 26 y 15 años respectivamente (1810 y 1821, fechas de inicio y conclusión de aquel proceso histórico) para que ocurriera aquella rectificación. Y ocurrió gracias a la labor diplomática habida de por medio.
Sin embargo, privaba por aquellos años un profundo resabio que sustituyó la guerra: el saqueo, los asesinatos mismos que la venganza alimentaba en forma deplorable. El ambiente de una posible convivencia, simplemente era imposible.
Hacía un año más o menos que Bernardo Gaviño, torero español, nacido en Puerto real (Cádiz), el 20 de agosto de 1812, se había establecido en nuestro país. Por cuanto se puede entender, fue aceptado e incluso considerado como "uno de los nuestros". Seguramente su actitud o forma de pensar eran afines al enrarecido ambiente que aún privaba, contando para ello con un privilegio especial, ser torero.
Con él y su participación, no solo se garantizaba la pervivencia del espectáculo, sino también su afirmación en cuanto a los sustentos técnicos y estéticos propios de la tauromaquia. Entendió el hecho de que si bien quedaba materializada la ruptura con lo español, con su presencia e influencia se garantizaba la continuidad.
Y aún más importante, es que tuvo a bien asimilar el que era entonces el incipiente significado del toreo con una absoluta carga de lo nacional. Lo hizo suyo, y lo estimuló en un sentido que alcanzó cotas inimaginables de expresión. Para ello fue necesario que participara directamente, de ahí que el toreo mexicano decimonónico, cobrara una relevancia especial durante los años en que consiguió tenerlo bajo su control.
Regresando a 1836, y bajo el síntoma de aquella renuencia habida para con lo español, "El Mosquito Mexicano", en su edición del 3 de junio tuvo a bien publicar el texto de un personaje que si bien no daba su nombre, se escudaba en el alias de Argos, evocando así al mítico gigante de los cien ojos. "Ese Argos", desplegaba ciertas ideas que me parecen oportunas incluir a continuación.
Mayo 24 de 1836
Señores editores. Me admira y me ha admirado mucho tiempo hace la simpleza de muchos mexicanos que no les enfada la diversión semanaria, si es que lo es, de ir a ver lidiar los toros; pues prescindiendo de que es una práctica bárbara la de divertirse mirando correr sangre, dar estocadas, y ver ese peligro de los toreros ¿no debía dejar de enfadar la monotonía de esa insulsa diversión, en que se están repitiendo unos mismos actos, de una misma manera, sin tener otra diferencia, que los colores de los toros que se torean; de modo que así como se toreó el primer toro que se lidió en el mundo, así se han toreado todos y se toreará el embolado con que concluirá la fiesta del día del juicio.
¿Y por un espectáculo tan insulso se desviven los mexicanos? Vaya, que es menester verlo para creerlo. Pues todavía es más notable que concurran las señoras a ver actos de barbarie y divertirse con ellos, no obstante sus gritos, monerías y aspavientos con que divierten a los concurrentes cuando el toro parece que ya alcanza al torero. ¿Qué van a hacer allí las mujeres?
Esto sí que asombra: no puede atribuirse a otro motivo semejante fenómeno, que a la mala educación, preocupaciones y hábitos ridículos. Si en los hombres no encuentra el hombre juicioso razones con que disculpar esa pasión insensata por un espectáculo tan insípido y bárbaro, ajeno de estos tiempos de ilustración, ¿cómo podrá hallarse disculpa para las mexicanas que gustan de los toros? esto es inconcebible.
No lo es menos el que se diviertan con esas sandeces con que se intenta varias o amenizar las corridas de toros, con figurones, torear en burros, colear en pelo, y otras frioleras semejantes, que mas bien deben causar enfado, y pensar que los que se aprovechan de nuestra necedad, se burlan de nosotros, ofreciéndonos unos juegos que solo para los muchachos serían dignos; pero con ellos nos sacan el dinero y nos emboban.
Por poco que se medite lo que es una corrida de toros, y se compare su diversión con la del teatro, se verá la diferencia tan notable que hay entre uno y otro espectáculo: aquel todo es horror, sangre y peligros; este música, dulzura y alegría; chiflos, ruido, gritería el uno; canciones, sosiego y decencia el otro; monotonía, incivilidad, actos de barbarie el primero; variedad, instrucción y finura el segundo. ¿Por qué, pues, se adopta la concurrencia a la plaza de toros, que contribuye no poco a endurecer los ánimos, y se desprecia la del teatro que instruye y puede mejorar las costumbres?
A la importancia que se daba a las corridas de toros en tiempo del gobierno español, haciéndolas muy raras por celebrarse con ellas las coronaciones de los reyes, infundió en los ánimos un cierto aprecio que se ha hecho hereditario; y por otra parte, una policía mal dirigida, que ha facilitado la frecuencia y baratura de ese espectáculo, que ya que no se hubiese desterrado de entre nosotros, por lo menos se hubiera mantenido en su antigua rareza [incluso, se llega a anotar, a pie de página que "La gran plaza de San Pablo que fue víctima de un incendio –ocurrido este al mediar 1821–, era del ayuntamiento, cuando la autoridad política debía ya que no impedir absolutamente, a lo menos hacer raras las corridas de toros] cuando por otra parte la carestía de los asientos en el coliseo ha alejado a la gente pobre de esa diversión verdaderamente instructiva.
El teatro llamado de los Gallos o provisional que debió haber proporcionado diversiones cómodas para el pueblo, ha sido tan mal dirigido, así por la elección de piezas como por la codicia con que se ha pretendido hacerlo tan costoso o más que el teatro principal, dejó de ser concurrido, perdiendo así el modo de vivir que les hubiera proporcionado a los que con título de aficionados se habían dedicado a él, y el pueblo no tiene donde distraerse los días de fiesta; con cuyo motivo no dejará de concurrir a los toros, mientras no se le proporcione diversión poco costosa.
Estando tan escasos los arbitrios para ganar la vida, podrían dedicarse muchos que no tienen ninguno, a los ejercicios teatrales; y ofrecer al público diversiones cómodas en precio y útiles para ilustrarlo; de cuyo modo se irán abandonando los usos y costumbres góticas, heredadas de nuestros antiguos dominadores, pudiendo desarrollar habilidades que nos escusen solicitar de Europa a mucho costo, actores y actrices que nos divierten en latín o en italiano, que casi es lo mismo para no entenderlo, pues hasta en esto ha de prevalecer la moda [y agregan la siguiente observación: ¿No será ridículo que en Italia se cantasen canciones en mexicano? Del mismo modo lo es, a mi entender, que en México se cante en italiano; creo que no hay dificultad en traducir las óperas, arreglando el metro a la música italiana para que fueran más agradables, entendiéndose la letra delo que se canta; pero esto sería ir contra la moda].
Proporcionando comedias, con sus intermedios de baile como antiguamente para amenizar el espectáculo, y sus sonecitos o sainetes, a precios moderados, no dejará de haber gran concurso con utilidad de los que a ellos se dediquen; porque siendo barato el precio, la concurrencia aumenta las entradas, y la carestía las disminuye hasta el caso de no poderse costear; agréguese al teatro de los Gallos otra galería más, y sea la entrada al patio y palcos a 2 reales y las cazuelas a 1, trabajándose solo los días de fiesta, y les tendrá cuenta a los que intenten la empresa; pero no tengan el gusto tan estragado como el de Joaquín Pastrana [seguramente empresario en el teatro de los Gallos.
En esos momentos, el que se encargaba de los destinos de la plaza de toros era el polémico General Manuel de la Barrera, a la sazón "Sastre, agitador, concesionario de los servicios públicos, habilitador de vestuario para el ejército, prestamista, propietario y especulador inmobiliario, miembro del Cabildo metropolitano, contratista de espectáculos, fiador y agiotista", a decir de Ana Lau, una de sus mejores estudiosas] para dar en espectáculo ridiculizando así, los principales misterios de nuestra religión.
Ya he sido largo: quizá plumas mejor cortadas tomarán a su cargo desarraigar la afición a las corridas de toros, según los deseos del viejo de cien ojos.–Argos.
Dejo que los lectores las valoren en su auténtica dimensión, sobre todo hoy, en que sigue pesando la demanda de perdón, solicitud hecha por nuestro actual presidente de la república, tanto al estado como al monarca españoles.
Al margen de la profunda polémica suscitada, conviene una sensata reflexión, que consiste en levantar puentes de comunicación, afirmados por la unión de los pueblos. La conquista, con todo lo que supone como un complejo proceso, ocurrió hace 500 años, lo cual nos obliga a mirar y analizar con equilibrio, todos los episodios, pero también todas las consecuencias de aquel acontecimiento, lo cual no fue cosa menor.
Para concluir, valen la pena más los acuerdos que los desacuerdos. Reconocemos el profundo dolor arraigado y lo que un reclamo así genera. Conviene, en todo caso la concordia y un profundo reconocimiento de todo aquello que fue consecuencia directa por parte de la conquista. Comencemos por entender dos valores fundamentales: el mestizaje y el sincretismo de cuyas complejas redes surgiría, entre otras muchas expresiones la tauromaquia misma.
Obras consultadas:
CUESTA BAQUERO, Carlos (Roque Solares Tacubac): Historia de la Tauromaquia en el Distrito Federal desde 1885 hasta 1905. México, Tipografía José del Rivero, sucesor y Andrés Botas editor, respectivamente. Tomos I y II.
FOSSEY, Mathieu de: VIAGE A MEJICO. Por (…) Traducido del francés. Méjico, Imprenta de Ignacio Cumplido, Calle de los Rebeldes número 2, 1844. 363 p. Ils., grabs.
Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/.