...Y si el año que viene su nombre no aparece en los carteles...
Ser torero es muy difícil. Más aún cuando no se torea. Es entonces que la paciencia se convierte en una de las virtudes más preciadas de todos aquellos que se visten de luces. "Saber esperar", se dice. A veces sin tener siquiera una fecha marcada en el calendario, que es lo más duro.
Es en esta desesperante espera donde se fragua el carácter necesario para salir adelante. Y por más injusta que se la vida, siempre llegará ese momento preciso para demostrar de qué están hechos los hombres dotados de esa virtud tan humana, como le acaba de ocurrir a Diego Urdiales en Madrid, donde salió a hombros luego de conseguir un inolvidable triunfo que tocó las fibras más sensibles de la gente.
Aunque su capacidad artística estaba de sobra comprobada, a Diego le faltaba eso: abrir la Puerta Grande de Las Ventas, y demostrar su entereza para lidiar a dos toros muy encastados de Fuente Ymbro, delante de los que se jugó la vida con una torería nacida de la naturalidad de su alma de artista.
En estas veinte temporadas como matador de toros, Diego Urdiales no ha sumado ni 150 corridas, "aunque usted no lo crea"¿, como afirmaba Ripley. Es decir, un promedio de siete por año. Y no es porque no haya tenido la posibilidad de torear con más frecuencia, sino porque cuando lo han llamado no ha sucumbido a la tentación de “venderse barato”.
Así que cuando ha toreado, lo ha hecho consciente de que hacía lo correcto; satisfecho de que se respetaban sus ideales, sabedor de que la dignidad de un hombre está en sus manos y su obligación es defenderla contra los ataques que intentan mancillarla.
Al final, el tiempo le está dando la razón. Y lo mismo da sin es después de veinte años o no, porque ahí queda su triunfo de Madrid como una bandera que representa a los toreros oprimidos, a los que las empresas han dejado arrumbados en cualquier rincón, a todos aquellos que, teniendo méritos para descollar, el mezquino sistema se ha encargado de destrozarles las ilusiones.
Cruz Ordóñez lo confesó en el documental que se presentó recientemente en el Ciclo Cultural de la Feria de Zacatecas: "Espero que no se cansen las ilusiones", dijo el torero ecuatoriano. Y es verdad que, muchas veces, esas ilusiones se cansan, sobre todo cuando el hastío arrasa con la esperanza de verse anunciado en una tarde de toros.
Lo más significativo del caso de Urdiales es que jamás ha traicionado su forma de pensar y de sentir: su tauromaquia se edifica en un concepto de pureza difícil de encontrar hoy día, cuando el toreo mecanizado e insustancial se ha convertido en un supuesto “estilo” cegador, cargado de falsedad.
Por eso deben de existir toreros como Diego Urdiales, que son capaces de arreglarse la vida en un par de faenas, el día clave, en la plaza indicada, como sucedió el domingo pasado en Madrid, para gozo de la afición que tanto disfruta con aquellos toreros que están en el olvido de las empresas.
Y si el año que viene su nombre no aparece en los carteles de las grandes ferias, será porque ese monstruo avaricioso que habita en el tinglado taurino, volverá a representar el papel de "Saturno devorando a su hijo", como en esa impresionante obra de la época negra de Goya que está en el Museo del Prado.