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Historias: Reyes y presidentes en los toros

Miércoles, 24 May 2017    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"...López Mateos no ocultaba su afición al espectáculo taurino..."

Hace apenas unos días, el 17 de mayo pasado, acudió a los toros el Rey, o Rey emérito Juan Carlos I de España. Ya sin el protocolo aquel que los pone a distancia del pueblo, este personaje rodeado de prestigio y desprestigio se apersonó en Las Ventas y ocupó su barrera como cualquier otro aficionado.

Este acontecimiento en el que tienen que ver las figuras públicas supone lo que en México llamamos darse "baños de pueblo", pues ello rompe con la imagen sacralizada que ostentan quienes en su mayoría nos gobiernan, para bien o para mal.

En el virreinato acudían con frecuencia los representantes del rey, lo mismo a los toros, al teatro que a las misas y otros acontecimientos donde su presencia les afirmaba como alter ego del monarca en turno. Para el siglo XIX, los presidentes –civiles o militares; conservadores o liberales- hicieron lo mismo y hasta se recuerdan esas 11 ocasiones en que S.A.S. Antonio López de Santa Anna se presentó en los toros (sin contar aquellas otras en que pudo hacerlo en el anonimato).

Allí están Benito Juárez con todo y la prohibición que le cargan a cuestas, y el Gral. Porfirio Díaz y otros que también acudían con frecuencia. Y no se diga de todos aquellos que ya en el XX también hicieron acto de presencia en los toros: Francisco I. Madero, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y un largo etcétera. Es más, conviene recordar la anécdota aquella en la que siendo presidente el Gral. Elías Calles este afirmaba, en caso de algún nuevo funcionario en el gabinete: "Hay que mandarlo a los toros". De su aceptación o rechazo dependía la importancia del personaje en cuestión.

Con los años, un presidente de la república que podía romper protocolos acudiendo a los toros fue el Lic. Adolfo López Mateos. Y esto ocurrió la tarde del 10 de febrero de 1963 en la plaza “México”. Meses más tarde, justo el 6 de octubre, se hizo acompañar por el mariscal Tito, de visita en nuestro país por entonces.

Toreaban esa ocasión Jesús Córdoba, Diego Puerta y Jaime Rangel para entendérselas con seis ejemplares de Las Huertas… y con el fuerte viento que sopló toda la tarde. Los tres espadas, que no podían quedar mal, brindaron sus toros al mandatario.

López Mateos no ocultaba su afición al espectáculo taurino, por lo que hoy día, como él o como el Rey Juan Carlos I, sabían o saben que se puede ir a la plaza sin que ello represente un riesgo. Ellos lo tienen muy claro ya que son el blanco de todas las miradas, de los comentarios y hasta de la franca respuesta que el público sepa darles en un trato entre iguales. La plaza es ese espacio donde priva la democracia en su más pura expresión, y puede convertirse en un intenso termómetro que termine dándoles su auténtica dimensión.

Es un hecho que una buena parte de los políticos de hoy no van a los toros por considerar que es “social o políticamente incorrecto” dar a conocer el gusto o la afición que tienen en lo particular por este espectáculo. Hace ya mucho tiempo que eso no ocurre, y si bien el episodio más reciente, ocurrido en la persona del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas, responsable de los destinos en el entonces Distrito Federal, fue una prueba de fuego para él, por otro lado inolvidables deben haber sido los momentos para el Dr. Juan Ramón de la Fuente, rector de nuestra Universidad Nacional, quien tras el brindis del torero en turno, recibió una sonora ovación, como pocas veces se ha escuchado; sincera y franca por parte de los que allí nos reunimos aquella ocasión. Con ello se sabe en qué nivel de popularidad se encuentran, y eso lo tiene muy claro no solo la afición. También el pueblo, también el ciudadano de a pie que, como cada uno de nosotros, vivimos el día a día.

El Lic. Adolfo López Mateos, nos recuerda Esperanza Arellano Verónica en su reseña nos dice que ya en el tendido “…el público tributa una gran ovación al C. Presidente de la República que ocupa una barrera de sombra”.

López Mateos se hizo acompañar en esa ocasión por los licenciados Humberto Romero, Gustavo Díaz Ordáz y Justo Sierra. Quizá eran momentos de mandar mensajes subliminales sobre el que ya era un “secreto a voces”. Allí estaba el “delfín” y más tarde primer mandatario entre 1964 y 1970. Me refiero al Lic. Díaz Ordáz.

Y justo el poblano, en medio de su polémico mandato, se encargó de consolidar la imagen que fue paradigma en su sexenio: la fortaleza del ejército. De ahí que entre otros ejemplos, encontremos el de una constante celebración del día del ejército, rematándolo con un evento cuyo toque taurino no podía faltar. Y para más “inri” en la mismísima plaza de toros “México”, donde los festivales de esta naturaleza no faltaron.

Quedaron atrás aquellos tiempos en los que hasta los presidentes en este país acudían a los toros.


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