Especial: Banderillas negras y de fuego

Domingo, 27 Ene 2013    Barcelona, España.    Juan Antonio Polo | Especial   
Una investigación interesante

Como sea que, a raíz de las banderillas negras con que fue castigado el toro de Jorge María lidiado como regalo en la decimotercera corrida de la temporada de la Plaza México, se han publicado numerosas inexactitudes sobre la forma en que la normativa taurina española regula la aplicación de dicho castigo, así como sobre los efectos que en su momento producían las hoy abolidas banderillas de fuego, errores en las que también incurre Horacio Reiba en el artículo que acabo de leer en este portal; me permito molestar su atención y efectuar algunas precisiones sobre el tema.

En España se tienen noticias de la utilización de las banderillas de fuego desde los últimos compases del siglo XVIII y el propio Goya dejó constancia de ello en algunas estampas de su Tauromaquia. Pero yendo a tiempos más cercanos, interesa destacar que el Reglamento taurino español de 1930, establecía en su Artículo 61 que corresponde al Presidente "ordenar se pongan banderillas de fuego a las reses que no reciban en toda regla cuatro puyazos", mientras el Artículo 34 concretaba que "las banderillas de fuego, que serán de igual longitud y características de arpón que las corrientes, llevarán colocada la mecha en forma que no entorpezca o impida la introduc-de aquél en la piel del toro, y los petardos o detonadores, en número de tres, colocado el más próximo a siete centímetros del arpón y en forma que exploten hacia arriba al clavarse con objeto de que no le quemen".

Sin embargo, la Orden gubernativa de 18 de marzo de 1950 dispuso que, "cuando el toro no acuda a tomar las varas reglamentarias, denotando su mansedumbre, el quebranto necesario en sustitución de las de fuego se obtendrá por el empleo de banderillas de mayor castigo, las que además, para mostrar ostensiblemente la sanción a la ganadería que presentó tal ejemplar, serán rizadas en negro".

Las banderillas negras -las "viudas"-, se han mantenido desde entonces y el actual Reglamento de 1996, dispone en su Artículo 75 que, "cuando debido a su mansedumbre una res no pudiera ser picada en la forma prevista en los artículos anteriores, el Presidente podrá disponer el cambio de tercio y la aplicación a la res de banderillas negras o de castigo", en las que, como prescribe el Artículo 63, "el arpón, en su parte visible, tendrá una longitud de ocho centímetros y un ancho de seis milímetros. La parte del arpón de la que sale el arponcillo será de 61 milímetros, con un ancho de 20, y la separación entre el terminal del arponcillo y el cuerpo del arpón será de 12 milímetros. Las banderillas negras tendrán el palo con una funda de color negro con una franja en blanco de siete centímetros en su parte media".

Es evidente que las banderillas negras, como antaño las de fuego, no tienen otra finalidad que la de quebrantar al toro que, debido a su mansedumbre, no ha recibido en el tercio de varas el castigo adecuado, pero no es menos evidente que, desde el primer momento, las actuales banderillas negras se revelaron totalmente ineficaces, con el agravante de que la mayor longitud de su arpón provoca que muchos toros se duelan al castigo y se tornen recelosos y más peligrosos que aquellos que por una u otra circunstancia llegan enteros e insuficientemente picados al tercio final.

Prueba de ello son las palabras de Areva en la quinta edición de su "Reglamento Taurino Comentado" (Ediciones EMA, Madrid, 1957, pág. 53), al afirmar que "si sobre algún punto concreto del espectáculo están de acuerdo ganaderos, toreros, empresarios, críticos y aficionados, es en el del restablecimiento de las banderillas calientes o de fuego, porque las 'negras', así denominadas por el público, han demostrado en la práctica su total ineficacia".

Cabe preguntar si las de fuego resultaban útiles y si producían en los toros los daños que nos cuenta Horacio Reiba. Personalmente, de niño ví foguear varios toros y aunque mi edad de entonces me impide juzgar sobre su eficacia, el testimonio de Areva y lo que yo mismo escuché de boca de aficionados, cuando castigaban a un toro con las "viudas" -algo que ahora raramente ocurre-, me hace pensar que a veces resultaban positivas.

Respecto a los daños del toro, eran similares a los que producían las banderillas ordinarias, ya que como decía el Reglamento tenían el mismo arpón. Ocurría, eso sí, que al explotar los detonantes, que  eran verdaderamente estruendosos, los toros se llevaban unos sustos de muerte, saltaban, se revolvían y corrían despavoridos por la plaza, cansándose y supliendo de esta forma el castigo que no habían recibido en varas. Y nada de olor a carne quemada, los petardos, colocados "en forma que exploten hacia arriba al clavarse con objeto de que no le quemen", lo más que hacían era chamuscar superficialmente la piel del toro. Y eso sí -lo recuerdo perfectamente-, olía endiabladamente a pelo quemado.


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