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Especial: Morante o el toreo etéreo

Viernes, 16 Nov 2012    Aguascalientes, Ags.    Jesús Zavala | Foto: De Labra   
La actuación de Morante provocó muchos sentimientos

La  vida, como el toreo, para disfrutarlos hay que sentirlos. El toreo sólo se puede expresar en un ruedo estando un torero frente a un toro y ante un público. No todas las tardes se puede sentir el toreo y disfrutarlo como lo hizo don José Antonio Morante de la Puebla el pasado domingo en el Nuevo Progreso de Guadalajara, Jalisco.

La frase del maestro Juan Belmonte "se torea como se es" no puede ser más verdadera, pues Morante es un artista y torea con una arte inconmensurable, como nadie en la actualidad lo ejecuta: con duende. Morante se siente torero dentro y fuera de la plaza. Sus ternos, su expresión, sus largas patillas, su donaire al realizar las suertes son de un artista.

Aun fuera del ruedo es torero; su vestimenta para algunos resultará estrafalaria, pero es auténtica, es Morante. Y Morante parece torero fuera y dentro del ruedo. Incluso me atrevería a decir que con su actual silueta "arromerada", la expresión de sus verónicas resultan ser más señoriales y tienen más solera que antes.

A Morante no hay que irlo a ver triunfar en una plaza de toros, hay que irlo a disfrutar, hay que ir con la sensibilidad a flor de piel para poder apreciar lo que este hombre es capaz de lograr ante una fiera: una expresión artística etérea.

Lo realizado en Guadalajara quedará para la memoria de los que estuvimos presentes. Yo no sé cuántas orejas y rabos cortó esa tarde, sólo sé que su toreo me conmovió. Me hizo sentir lo que busco en el toreo: arte y valor. La actuación de Morante no sólo se me quedó en la retina, sino también en el corazón.

Todavía siento los lances de capa, los ayudados por alto a dos manos, unos derechazos de antología y quizá lo que más me emocionó: la forma de matar a su segundo toro. Eso fue la demostración que el toreo es grandeza, que el toreo es dramatismo, que el toreo es arte. Morante a pesar de un pinchazo en todo lo alto al primer intento, al meterle la espada al segundo viaje sintió que el toro ya estaba completamente herido de muerte, con gritos y ademanes impidió que las cuadrillas intervinieran. Fue un momento mágico;  ver al toro tambalearse intentando en vano sostenerse en pie e irse a entregar en el centro del ruedo a los pies del matador. Ahí quedará esa escena torera.

Ante la vorágine que se ha desatado en contra de la fiesta de toros, la cual no hay que soslayar, emerge el arte de Morante para decirnos a todos que el toreo es eminentemente estético y que para disfrutarlo hay que tener sensibilidad, cosa que muchos –por desgracia– carecen. Por ello no suelo desgastarme con gente que no entiende ni sabe de esto. Prefiero en cambio chanelar con amigos afines y conmoverme con el toreo etéreo de Morante.

El toreo de Morante despide perfume de azahar. Y expresa su toreo con un profundo sentimiento estético, para regalarnos un toreo de ensueño. El albero del Nuevo Progreso se perfumó del aroma de este gran torero ¡gracias Morante! ¡que viva el arte, y que viva Morante!


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