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Tres versiones contrastantes de "Tapabocas"

Lunes, 05 Nov 2012    Puebla, Pue.    Carlos Horacio Reiba | Opinión   
Fermín Espinosa "Armillita" y el recuerdo del bravo "Tapabocas"
"Tapabocas" se llamaba el esmirriado bichejo de Xajay lidiado –es un decir– el domingo anterior en La México, galante obsequio de Enrique Ponce a la inauguración de la temporada capitalina. Nombre ilustre el suyo si nos atenemos a otros dos "Tapabocas", corridos respectivamente en Madrid y en el Distrito Federal allá en los años treinta. Dos modelos preclaros de lo que el toro de lidia debe ser y tener cuando se antepone el trapío, la casta y la bravura al tipo de consideraciones –lesivas a la dignidad y al decoro– que desde hace tiempo rigen los destinos de la fiesta en nuestro país.

Madrid, 30 de abril de 1934

En la vieja plaza de la Carretera de Aragón alternan Nicanor Villalta, Vicente Barrera, Domingo Ortega y Antonio García "Maravilla" con ocho toros de Carmen de Federico, Murube puro. A Villalta lo hiere de gravedad el primero y ya la tarde se verá dominada por la dureza de un encierro con mucho que torear. Como su tocayo reciente, "Tapabocas" fue séptimo, segundo del lote de Domingo Ortega. Gregorio Corrochano, orteguista confeso, escribió en ABC: "hermoso toro (que) salió sacudiéndose, estirándose y alzando el belfo, como si ventease… Ortega le tendió el capote y el toro se fue a él con fiereza… se vio a Ortega dudar, se vio crecerse al toro (que) fue codicioso a los caballos… Ortega no intervino en quites sino lo indispensable… llegada la hora de la muleta, lo más fuerte del toreo de Ortega, Ortega flojeó. Definitivamente se dejó vencer… no se atrevió, dudó y perdió la partida…  (o) lo desconcertó el público o no se dio cuenta de la responsabilidad que tiene en el toreo… se le dieron al toro dos vueltas al ruedo… parárselo delante a Ortega para que lo contemplase me pareció un ensañamiento…"

Muchos años después, interrogado sobre el caso un ya venerable Domingo Ortega, cuya personalidad y maestría llenaran una época del toreo en España, la inmediata anterior a Manolete, responde a su biógrafo Antonio Santainés: "Al cuarto pase le cogí los pitones y el público se metió conmigo. ¿Ah, sí? Lo tiré sin puntilla. Estos fueron los hechos… tenía instinto de defensa… (pero) nada que ver con un toro bravo". Opinión que difiere de la del ganadero, expuesta en carta dirigida al mismo Santainés con la reseña de su corrida de aquella tarde madrileña:

"Tapabocas", número 3, superior… lo mató Domingo Ortega y la verdad es que no pudo con él… tomó seis puyazos y se le dieron dos vueltas al ruedo".

Toreo de la Condesa, 20 de marzo de 1938

El segundo "Tapabocas" fue otro toro bravísimo. Pasaría a la historia por lo que con él realizó Fermín Espinosa "Armillita", el maestro de Saltillo, rival tantas veces de Domingo Ortega. En España, había comprometido de tal manera la supuesta primacía del toledano que su superioridad torera sobre Ortega y los demás ases hispanos terminó por forzar el boicot del miedo –Juan Belmonte dixit– que en la primavera de 1936 expulsó del país a los toreros mexicanos.

“Tapabocas” venía en el hato que Domingo González "Dominguín" trajo a México ese invierno para ser lidiado en la temporada grande. Fermín lidió las cinco corridas españolas y en la segunda ya había inmortalizado a "Hurón", de Antonio Pérez Tabernero. La corrida de Coquilla (Sánchez Fabrés), dice Paco Malgesto en su biografía de Armilla, "era la más bonita de todas las que vinieron de España… había quedado incompleta porque uno de sus toros, 'Lobito', mató a otro, 'Cantarillo'…  'Lobito' le tocó a Garza, que dio con él uno de sus más tremendos mítines".

Esta corrida de Covadonga era como una síntesis de la triunfal temporada 1937-38. Cartel de triunfadores: toros de Coquilla para Armillita, Alberto Balderas y Lorenzo Garza, precedidos por el portugués Simao da Veiga, que para abrir boca rejoneó dos de San Diego de los Padres. La torada salmantina estaba saliendo áspera y deslucida cuando en cuarto lugar apareció "Tapabocas", número 65, largo, bien armado, muy fiero con los capotes. Tomó cinco puyazos de los hermanos Barana y aún así llegó al tercio final con una fuerza y una codicia impresionantes. Tanto que Fermín, que era un banderillero extraordinario, solo le colgó dos pares y ordenó a su hermano Juan que cerrara el tercio, pues juzgó necesario tomarse un respiro antes de la faena de muleta.

Fue un faenón memorable, una de las mayores cumbres en la gloriosa carrera de Armilla. En palabras de Armando de María y Campos, cronista de El Eco Taurino, "Tapabocas llegó al tercio final nada fácil de temperamento y achuchando por el pitón derecho… Para corregirle el defecto Fermín se paró, aguantó… y a pesar de lo rápido que se revolvía el toro, lo metió en la franela (y) ya no lo dejó achuchar… Faena larga, variada, en un palmo de terreno y con gran señorío… En el tendido, en el ruedo, aquí y en España tiemblan las coletas ¿Para qué ser torero si no se podrá mejorar lo que hace Armillita con este bravísimo toro? Borracho de arte y emoción, Fermín entra a herir y logra una estocada honda, en lo alto. La codicia del burel hace larga la agonía. Cuando dobla, la ovación y el griterío son ensordecedores".

Omite este relato que, tras comenzar la faena con unos doblones secos, durísimos, que era lo indicado para dominar al toro y enseñarle quién mandaba en el ruedo, Fermín se puso la muleta en la izquierda… y al segundo pase un derrote lo desarmó y la muleta voló diez metros y fue a estrellarse en la contrabarrera. Lo aconsejable parecía abreviar, pero Armilla decidió jugarse el todo por el todo, y terminó cuajando épico faenón. La clave consistió, antes que nada, en una perfecta comprensión del toro para domeñar su temperamento y acabar convirtiéndolo en un auténtico cordero, de modo que la faena pasó de la emoción dramática al éxtasis artístico de un toreo al natural largo y mandón, templado y ceñido, que precedió toda la gama de adornos con que Fermín acostumbraba ornar sus mejores faenas: cambios de mano, molinetes de pie y de hinojos, desplantes, muleteo rodilla en tierra. Y una estocada honda que tardó en hacer efecto y tuvo que ser refrendada con dos descabellos. Razón suficiente para que el premio se redujera a una solitaria oreja, aunque la descomunal apoteosis dio para cuatro vueltas al anillo.

Plaza México, 28 de octubre de 2012

Ya las orejas son un premio devaluado y los toros un triste remedo del trapío y la bravura verdaderos. Pero el "Tapabocas" de Xajay obsequiado por Ponce –de presencia nula, pese a los 501 kilos que la pizarra le atribuía– terminó por soliviantar los ánimos de una afición cuyas consabidas condescendencia y blandura tienen sin embargo un límite. Lo marcó con gruesos caracteres la deriva ética del valenciano, perfectamente identificado con una empresa que ha hecho de la autorregulación su santo y seña, en complicidad con taurinos desaprensivos, autoridades omisas y una crítica especializada en vías de extinción. En efecto, aquel deambular sin rumbo del maestro de Chiva delante de una ídem de trote cochinero y huidizo no merecía otra cosa que la repulsa general, seguida de la desbandada de ese público que llenó el amplio coso, y que antes de marcharse hizo llover cojines e improperios sobre los responsables del desaguisado.

Este tercer "Tapabocas" murió sin haber mostrado un ápice de bravura y tras una sucesión de mandobles de su matador, que a duras penas consiguió eludir el tercer aviso.

Reincidencias y bipolaridades

No es ninguna novedad que, de un tiempo a esta parte, las figuras importadas toman la México por plácido campo de entrenamiento, para lo cual eligen invariablemente novilladas incapaces de perturbarles el sueño. Pero si bien El Juli y Castella conocen también el rigor de la paciente afición capitalina ante sus torpes manejos, ha sido Enrique Ponce el autor de los mayores y más reiterados abusos, incluida la suelta "accidental" de un utrero con hechuras de eral con el que "triunfó" cierto 5 de febrero de hace casi una década. No es por tanto remoto que, pese al escándalo referido, el divo valenciano gestione pronta reconciliación, y las mismas masas que la emprendieron contra él a cojinazos olviden el incidente y, debidamente mediatizadas por la publicrónica, lo confirmen como su consentido.

Un consentimiento bipolar, a prueba de (in)dignidades reiteradamente pisoteadas.

¿Bravo…? el futuro

Pero mientras eso sucede, la temporada se les ha puesto cuesta arriba a los diestros y ganaderos anunciados en los próximos carteles. Veremos hasta donde llega el enfado de la afición y el descaro de los taurinos, pues en lo que a empresa y autoridades se refiere pocas dudas quedan. Mejor dicho, ninguna.

Eso sí, está claro que mientras existan toreros con la decisión y el amor propio de Diego Silveti, ciertos inconvenientes podrán disimularse. De lo contrario, las cosas se seguirán complicando.  


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