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Ruedo: La fina prestancia

Miércoles, 18 Jul 2012    México, D.F.    Heriberto Murrieta | Opinión   
La columna de este martes en el periódico Récord

Hace unas horas, Jesús Solórzano Pesado cumplió 70 años de edad. Ya ha pasado agua bajo el puente desde que nació en la Ciudad de México el 16 de julio de 1942. Recibió la alternativa el 25 de septiembre de 1966 en Barcelona, llevando como padrino a Jaime Ostos y de testigo a Fermín Murillo, con toros de Atanasio Fernández.

"Son años bien bailados", resume, feliz de la vida, a través del hilo telefónico. Mientras dejo caer estas teclas, el aristócrata del toreo está en óptimas condiciones, sin perder ni un ápice de la enorme personalidad que ha derrochado por igual en los ruedos y las canchas de polo, entre muletas y mazos, entre toros y caballos. Una formación de gran pureza y un entorno con ambiente taurino de primera respaldaron el surgimiento de este artista supremo. Hijo del Rey del Temple, desde niño conoció la grandeza del toreo y dio muestras de contar con una excelente arcilla. Convivió con figuras de época y aprendió de ellas. Lo dejó marcado para siempre una larga cambiada que le vio a Rodolfo Gaona durante una tienta en la ganadería de Pastejé.

Sus espejos fueron nada menos que el propio Indio Grande, Silverio, Arruza, Ordóñez, Dominguín, Pepe Luis Vázquez, Antoñete y Rafael de Paula. Chucho ya había triunfado clamorosamente como novillero en Barcelona cuando alcanzó la alternativa en la Feria de la Merced de la Ciudad Condal, que en 1966 tenía tres grandes atractivos: la despedida de Antonio Bienvenida, el retorno de Manuel Benítez "El Cordobés" y precisamente el doctorado del joven diestro mexicano.

Torero de gran prestancia al que nunca le interesó martillear, vestía ternos de bordados ligeros confeccionados por el maestro Fermín, quien se inspiraba en el arte de Francisco de Goya, Pablo Picasso y Salvador Dalí. Lo mismo hacían sus íntimos amigos Luis Miguel Dominguín y Curro Romero. Toreaba con el capote con gran naturalidad, sin afectaciones, echándolo adelante para dibujar la verónica con las manos bajas.

Inventó el "par del moreliano" que surgió como un recurso frente al novillo "Bellotero", de Santo Domingo, al que le cortó el rabo en la Plaza México el 18 de octubre de 1964, estando en el biombo el juez Juan Pellicer, que tenía fama de duro. El ojiazul torero salió del estribo hacia el tercio, pero el novillo le pasó por detrás, en los adentros, entre su cuerpo y las tablas. Al volver el animal, Solórzano le clavó un par de antología. Después, al notar la gran respuesta en los tendidos capitalinos, sesgaba y se pasaba intencionalmente, como si de un galleo se tratara, para repetir la suerte en siete ocasiones más, con sus respectivas siete vueltas al ruedo.

También dio a conocer un pase en el que embarcaba al toro volteando la muleta y presentando su envés, seguido de un giro completo al desenganchar la embestida para quedar preparado para ejecutar un derechazo. Ese muletazo fue bautizado como la fedayina, en recuerdo a su imaginativo trasteo al toro "Fedayín", de Torrecilla, el 13 de enero de 1974 en el coso metropolitano. La tarde anterior a su faena más recordada, Jesús había ido en busca de sensibilizarse a un cine de Ciudad Satélite donde proyectaban una película sobre la vida del célebre compositor austriaco Johan Strauss.

Alguna inspiración habrá hallado en la evocación del autor del "Danubio Azul" porque logró provocar el delirio de la multitud reunida en la plaza de Insurgentes. Y es que Chucho, al darse cuenta de que en "Fedayín" existía un yacimiento estético, liberó su espíritu, desplegó las banderas del arte, hiló fino y toreó con exquisitez. En la película que testimonia la bellísima pieza, se aprecia al fondo cómo saltan de emoción los espectadores de las barreras de Sol mientras Chucho dibuja un soberbio pase natural plantado en los medios sobre el surtidor de agua.

En esa misma faena le dio por pegar un solo muletazo e irse de la cara del burel zacatecano, pinceladas sueltas del artista que alcanzaba la cumbre de su desconcertante carrera. Había toreado despacio, como la degustación del vino.

Chucho ha sido un torero de excelente concepto que ha entendido como pocos la condición artística del toreo. Es un ser que tuvo la fuerza de voluntad suficiente para atemperarse a tiempo, dar un golpe de timón, evitar la decadencia humana y hallar la reivindicación a través de la entrega a Dios.

Todo el gran bagaje acumulado en el camino permite a Chucho hablar de toros con gracia, elocuencia y profundidad. Es un placer conversar con él. Cosas interesantes se aprenden al charlar con este torero principesco de tanto arte y sensibilidad.


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