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Liber taurus: El laberinto

Viernes, 06 Jul 2012    Quito, Ecuador    Santiago Aguilar | Opinión   
La columna de este viernes

Cuenta la antigua leyenda griega que un poderoso Minotauro, cuyo cuerpo mitad hombre y mitad toro fue el resultado de la unión entre Pasífae la hija del dios solar Helios y un magnífico toro sagrado. Por la fuerza y ferocidad del monstruo, éste fue encerrado en un intricando laberinto. Dédalo, su constructor, montó una estructura gigantesca compuesta por cantidades incontables de pasillos que iban en distintas direcciones, entrecruzándose, de los cuales sólo uno conducía al centro de la estructura donde el Minotauro, llamado Asterión, fue abandonado. Todos los años, hombres y mujeres eran conducidos al laberinto como ofrenda y sacrificio para el extraño ser.

Cansado por el doloroso costo del castigo divino, Teseo, hijo de Egeo, se dispuso a  liberar a Atenas de la condena, contando con la ayuda de la princesa Adriadna. El héroe fue hasta el laberinto de Creta, ató la punta de un ovillo de hilo a la entrada, llegó al centro de los vericuetos, venció al Minotauro y encontró la salida siguiendo el camino marcado por la cuerda. Teseo entonces terminó con la maldición y descifró las idas y venidas del laberinto.

Este maravilloso pasaje de la mitología, escenificado mil quinientos años antes de Cristo, ha sido interpretado en un sin número de ocasiones para tratar de formular sus mensajes sustanciales. Filósofos y escritores han acercado importantes representaciones de la leyenda, el caso del gran Jorge Luis Borges, que en su cuento "La casa de Asterión" lo adapta a la modernidad, refiriendo el penoso vagar del personaje en una inmensa casa llena de habitaciones, corredores y cerraduras. Borges centra la narración en la personalidad del protagonista que teme a los rostros y a las actitudes de la gente del exterior, evitando así salir de su encierro.

Desde aquellos tiempos la palabra laberinto es sinónimo de algo confuso y enredado a efectos de impedir encontrar la salida. El relato del Minotauro y el laberinto de Creta nos sirve para tratar de explicar lo indescifrable que ha resultado para los toreros ecuatorianos participar del circuito taurino internacional; encontrar espacio en los carteles de las grandes ferias de Europa y América y hallar la puerta de la historia mayor de la tauromaquia.

El caso es que la fiesta de los toros en el Ecuador no ha contado con una gran figura de trascendencia mundial, como sí ha sucedido con la mayoría de países taurinos. Lamentamos decirlo, pero en la mitad del mundo no ha surgido  una máxima figura equivalente al colombiano César Rincón, o al venezolano César Girón.

La torería nacional registra nombres -sin duda valiosos- que tienen tras de sí una meritoria historia de dedicación y sacrificios que merecieron otra suerte a la hora de recorrer el complejo laberinto que representa el espectáculo taurino.

Pero la falta de formación más profesional, la inconstancia y la ausencia de apoyos y de oportunidades, dieron al traste con buenos prospectos que tras agotar el recoleto mercado local emigraron soñando con el triunfo y la gloria. Sin embargo, la industria taurina  se convirtió para estos hombres en una maraña de corredores y puertas cerradas que pronto se tradujo en frustración y fracaso.

La fiesta de los toros en el Ecuador requiere con urgencia de una figura mayor que libere el interés y la pasión, un Teseo de hoy, con la inteligencia para encontrar la salida y con el valor para convertirse en héroe.


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