Después de varias años perdido, Rafael Gil "Rafaelillo" vuelve a ser noticia, y a sus años -38 de alternativa- va a torear por primera vez en la plaza "Vicente Segura" de Pachuca, un acontecimiento que comparte con otro incansable romántico: El Pana. Para hablar de esta vuelta a la actividad en un coso de importancia, y muchas otras cosas interesantes, aquí lo tienen frente a ustedes.
-¿Cómo estás para la corrida del domingo?
-Pues muy motivado para el domingo que viene en Pachuca, porque el cartel es de arte; un arte con mucho pellizco y sentimiento. Los tres disfrutamos mucho el toreo, porque ahora se piensa mucho en el dinero, más que en lograr expresar lo que trae uno por dentro. Yo considero que lo más importante es lo espiritual.
-Y más que motivado, ¿podríamos decir que estás emocionado?
-Te voy a decir una cosa: yo nací torero y moriré torero, Dios mediante. Y ese sentimiento lo llevo en el alma desde que me escapé de mi casa cuando tenía 10 años para correr la legua y pretender ser torero. ¡Cómo no voy a estar emocionado de torear por primera vez en una plaza como Pachuca!
-¿Qué podrá ver el público, Rafael?
-Una corrida con “azuquiqui”, como digo yo. En mi van a ver a un torero renovado, a un artista en plenitud. Y le advierto a la gente que vaya a la plaza que el domingo voy a torear para mí. Espero que eso les guste a todos, porque soy un torero de mucho sentimiento que me gusta hablarle a los toros con mucho cariño, y a veces lloró cuando toreo.
-¿Podrías hacer un breve balance de tu larga trayectoria?
Encantado. El próximo 25 de diciembre cumpliré 38 años de matador de toros en activo. Tengo 40 cornadas, cuatro de las cuales me han llevado a recibir los Santos Óleos, y afortunadamente te lo estoy contando. El toro me ha castigado, pero también me ha dado mucho. Mi carrera es un mosaico de sensaciones. Tengo una vida llena de anécdotas y vivencias.
-Cuéntanos una…
-En una ocasión estábamos mi compadre El Pana y yo por ahí en el año 1968 con las vacas misioneras de Rancho Seco, donde caímos de paracaidistas y donde por supuesto no éramos bien recibidos, y bueno luego de salirles y terminando de torear ya estábamos en la orilla de la carretera y empezó a llover. Nos resguardamos en un árbol y nos tapamos con los capotes. Yo estaba muy chaval, tenía unos 13 años. Y recuerdo que mientras esperábamos a que dejara de llover, dibujé en una servilleta con mucha ilusión el cartel de mi alternativa: “Gran alternativa del diestro Rafael Gil “Rafaelillo”. Padrino: Manolo Martínez. Testigo: Francisco Rivera “Paquirri”. Toros de Mimiahuápam. Al cabo del tiempo aquel sueño se hizo realidad y sólo me equivoqué con los toros, pues fueron de San Martín. La servilleta la tengo enmarcada en mi casa.
-¿Qué pasó después de aquella alternativa soñada?
-Tuve entonces que irme a España porque aquí no les hacía gracia, a las figuras, alternar conmigo. Confirmé allá antes que aquí. Por fortuna tengo varias placas de bronce en distintas plazas de España que señalan los rabos cortados en Barcelona; las orejas que corté en Sevilla; la oreja que corté en Madrid. Las orejas que corté en la temporada 1975 donde toreé 52 corridas, que fue la más importante de las ocho temporadas que hice en España. Toreé muchos manos a manos con Manolo Martínez, con Curro Rivera, con Eloy Cavazos, y alterné con otras muchas figuras.
-¿Qué le faltó a Rafaelillo para ser la figura consagrada que de él se esperaba?
-Fíjate que siento que no me faltó nada; soy como soy, y soy el hombre más feliz del mundo. Mi padre Dios me ha bendecido infinitamente con muchas cosas. Soy un millonario espiritual. Y más seré cuando se abra ese portón de cuadrillas de Pachuca, después de estar batallando por más de siete años, toreando en placitas de ínfima categoría, con todo respeto, pero al final que te llenan como torero, porque no torear para un torero es como padecer una muerte civil. Es terrible, y lo he soportado estoicamente, gracias a la gente que tengo a mi lado y que me ha apoyado.
-Anda, cuéntanos otra anécdota…
-De chavalillo me le tiré de espontáneo en Monterrey al matador Joselito Huerta, con un tío de José Julián Llaguno y le pegué cuatro de rodillas al toro. Claro, me llevaron al “talego”, y el apoderado del maestro Huerta, don Restituto González me fue a sacar de la cárcel, pagó mi multa y me dio dinero para unos tenis, porque los míos ya estaban muy “palmados”. Este tipo de vivencias me dioeron mucho rodaje, y sobre todo un gran acervo cultural taurino que hoy, desgraciadamente, se ha perdido mucho.
-¿Quiénes fueron tus maestros?
-Pues fíjate que me acuerdo mucho de una foto que tengo con el maestro Luis Castro “El Soldado”, sentadito en sus piernas, cuando apenas tenía siete años de edad. Don Lorenzo Garza, que ambos me dispensaban con su amistad. De Alfonso Ramírez “El Calesero”, de mi padre Rafael Gil. Fueron mis ejemplos a seguir, todavía me tocó por fortuna el coletazo final de aquellos figurones del toreo.
-¿En qué te pareces al Pana?
-Yo creo que en la actualidad, tanto mi compadre El Pana como yo somos los últimos toreros que quedamos del siglo pasado y toreros con esa vitola y en sello, que nos hicimos en la fragua de la lucha, de la entrega, y a veces del abandono y las cornadas. Yo respeto mucho la fiesta brava, y respeto mucho el quitar un sitio que a un compañero, si yo no tuviera esa ilusión, ese deseo y ese gusto de vestirme de seda y oro. El domingo para mi es vital.
-¿Qué le pides ahora al toro, a la vida?
-Quiero despedirme con dignidad y cerrar mi ciclo de torero en la Plaza México. Es una ilusión muy grande hacerlo ahí, y con categoría.