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Reflexiones sobre el Coloquio de Tlaxcala

Martes, 24 Ene 2012    Tlaxcala, Tlax.    Manuel Camacho Higareda | Opinión   
El doctor Manuel Camacho Higareda, uno de los organizadores
Dicen que cuando el diablo está satisfecho, es buena persona. Ya lo creo pues, nomás del puro gusto, me invade la sensación de tener en gran afecto a los anti taurinos; siento que son mis almas gemelas, mi yo en el espejo, que coincidimos, que miramos hacia el mismo punto, nomás que unos de allá para acá y otros de aquí para allá.

Y es que, ahora tengo claro, las acciones malintencionadas con frecuencia derivan en efectos contrarios.

Gracias a que los "anti" pugnan por la extinción del toro bravo, lo más nutritivo de la intelectualidad artística y científica del mundo, es decir, la crema y nata, se congregó en Tlaxcala, los días 17 al 19 de enero, para analizar, con la mayor sobriedad que el sano raciocinio permite, la naturaleza objetiva de lo taurino y su probable pervivencia en este mundo moderno, así como su eventual candidatura ante la UNESCO para que se declare Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Por el solo hecho de que 29 luminarias hayan compartido mesas de discusión y expuesto, de viva voz, sus variados argumentos, puedo afirmar (al igual que afirman múltiples medios nacionales y extranjeros) que el Coloquio Internacional La Fiesta de los Toros Un Patrimonio Inmaterial Compartido, en su capítulo mexicano, fue todo un éxito, muy lucido (como aseveran los propios ponentes y la centena de espectadores que, en promedio, hubo durante cada una de las tres jornadas); fue sencillamente extraordinario, o sea, fuera de lo ordinario.

No se trató de una de las típicas reuniones semanales o mensuales entre amigos recurrentes. Mucho menos se tuvo como propósito el esparcimiento compadrero, ése de las consabidas autocomplacencias, el de los afanes de nostalgia o de pretensiones memorísticas, como para imponer una imagen de impresionante conocencia (del hablante hacia los contertulios) al calor de los buenos vinos.

Éste fue uno de esos eventos cumbre en donde la calidad de pensamiento (la que se tiene o no se tiene), pero sobre todo la aptitud moral (la que no se compra ni se arrebata, la que nace de un corazón y un cerebro en perfecto equilibrio), privaron como rasgos comunes entre panelistas y público.

Algunas exóticas molleras extrañaron los millares de asistentes. El concepto de “grandes masas”, cuando se malentiende o se aplica de mala leche, aterriza en el show, en el espectáculo cascabelero para entretener a los apetentes de frivolidad.

La inteligencia que rige en las iniciativas finas descansa en la idea de “masas justas”. El coloquio del que hablo se ofrece como irrefutable ejemplo de la altitud de miras, de las acciones adelantadas y de los procedimientos con los más elevados propósitos de bien colectivo, ejecutados por la cantidad precisa de sujetos que mostraron la capacidad necesaria para hacerlo.

Quedaron sentadas las bases para acciones de orden superior. Por ejemplo, y sólo por ejemplo: conformar comités culturales y científicos en cada uno de los estados de la república que albergan a la práctica taurina como parte de su diáspora cultural, a fin de analizar la posibilidad de una declaratoria local, primero, y una nacional, después (para esto último, el conjunto de comités, ya federados, actuarán en consecuencia). Cada uno de los ocho países taurinos recibió el llamado a hacer lo mismo.

Viajeros somos y en el camino hacia la UNESCO andamos.

Como puede verse, los asuntos tratados fueron muy serios. El grado de compromiso, sin más, profesional. Los planteamientos lucieron gran envergadura, lo mismo basados en la experiencia que en las grandes teorías antropológicas, sociológicas, lingüísticas, filosóficas, ecológicas, financieras, periodísticas, tecnológicas, etcétera.

Prevaleció la conciencia de que el proyecto Toros-UNESCO es un paso hacia la coordinación y la ecuanimidad del hacer taurino. Sólo uno. Necesarísimo. Nadie en México lo había intentado con actitud equilibrada y cuerda. Tampoco en Tlaxcala. En Francia sí, también en España, en Portugal, en Venezuela.

El sentido de unidad en la familia taurina fue un clamor unánime. Los que oídos tienen lo oyeron; los que sí fueron, lo vieron; los que comprendieron, habrán de predicarlo entre los ausentes al coloquio. La nobleza obliga a sumar en las buenas causas, las del bien colectivo.

Un libro, en toda la forma, dará fe de lo que digo. Las ponencias serán compiladas y lanzadas a la mar de la intemporalidad, con excelente difusión para que lleguen, incluso, a manos no enteradas, o para que toquen puerto en el país de los necios entendimientos.

Y prefiero seguir creyendo que el mejor amigo de un noble es otro noble.


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