Fumata blanca. Con demasiado retraso y apremiando, no sin cierto desprecio, a los posibles candidatos a trabajar contrarreloj para presentar sus ofertas en veinte días, por fin hay pliego de condiciones para el concurso por Las Ventas.
La Comunidad de Madrid, presidida por una de las cabezas visibles del partido que ha arrollado en las elecciones generales, ha esperado sospechosamente a que éstas se celebraran para presentar el texto que debe decidir, para bien o para mal, el futuro del primer escenario taurino del mundo, el más decisivo.
Cualquiera que sea mínimamente consciente de la situación actual del toreo sabe que ese texto tendría que haber sido la clave para solucionar el dilatado declive de la plaza de Madrid. Y para que, saneada y potenciada, ésta lidere a su vez la necesaria renovación estructural del espectáculo.
Cualquiera lo sabe, menos los políticos. Y por eso no ha habido sorpresas. El pliego, premeditado que no precipitado, es más de lo mismo y el concurso por Las Ventas, como siempre, vuelve a ser una subasta encubierta, una puja al mejor postor. Eso sí, siempre y cuando el aspirante sea uno los grandes grupos empresariales que, generación tras generación, se siguen repartiendo la gran tajada del negocio taurino español.
Porque, aunque por primera vez no se pide expresamente experiencia en la gestión, ya que no lo permite la legislación europea, en una burda artimaña los políticos madrileños se descuelgan exigiendo que el concursante ha de haber dirigido, al menos, dos plazas de primera categoría en las últimas tres temporadas.
Es decir, que, salvo improbables uniones de otros gestores, se restringe el concurso a sólo tres empresas: los Martínez Uranga, anteriores gestores de las Ventas (que sumarían su "delegada" gestión en Zaragoza), sus familiares los Chopera y el francés Simón Casas (si es que se acepta como tal la plaza de Nîmes). Ni siquiera otros grandes "barandas" del negocio, como los Lozano, los Balañá, los Canorea o los Matilla, pueden optar esta vez a Las Ventas, por no hablar de los jóvenes empresarios que han hecho gestiones modélicas en otros cosos.
Pero más excluyente aún, tanto que puede ser la base del habitual "pucherazo", es la cláusula que exige a la empresa haber facturado en cada uno de esos tres años de gestión taurina un total de diez millones de euros, cifra que parece sólo al alcance de quien haya llevado la plaza de Madrid, o sea, los Choperitas.
El pliego sigue siendo más de lo mismo en otros puntos clave, como el del canon a pagar. Porque, aunque el mínimo se haya rebajado a 2.3 millones de euros (un millón menos que en el anterior concurso y justo la cantidad que la Comunidad ha rebajado al presupuesto de asuntos taurinos para 2012), no se ha fijado un tope máximo de oferta. Por tanto, siendo este apartado el de mayor puntuación en el baremo (25 puntos sobre cien), el vil metal vuelve a ser el aspecto decisivo de la concesión. Incluso sabiendo que los millonarios derechos de imagen por televisión están ahora mismo en el alero.
Es evidente que a los políticos que rigen los destinos de esta plaza de propiedad pública sólo les interesa el beneficio económico que sacan de ella, no su buen funcionamiento ni su futuro a medio plazo. Hasta el punto de que en plena crisis, cuando bajan los salarios de los funcionarios y se congelan las pensiones de jubilación, cuando la región de Madrid registra medio millón de parados, han decidido incrementar un cinco por ciento el precio de los boletos. Por mucho que Las Ventas sea la plaza más barata de España...
Y además se carga a la empresa con muchos más costes, como las ayudas a nuevas escuelas taurinas, la taquilla de corridas deficitarias como la del 2 de mayo y la de Beneficencia o las obras en un inmueble protegido que debería hacer la Comunidad. Tantos gastos, tantos pagos añadidos que no habrá empresario que pueda apostar así por la programación de calidad que necesita una plaza que ha perdido su grandeza.
En vez de seguir sangrando al toreo, de continuar haciendo negocio del fracaso, la Comunidad de Madrid debería revertir todo ese dinero que obtiene de Las Ventas en promoción del espectáculo. Para que el público vuelva a acudir a los tendidos fuera de San Isidro y hacer efectivo su título de plaza de temporada. Para que, ante la brutal reducción de festejos en toda España, su ruedo vuelva a ser el mejor escaparate para la renovación del escalafón y un vivero de noveles. Para que la Fiesta siga teniendo futuro.
Pero el partido "del cambio", tal y como afirmaba el Partido Popular en sus lemas electorales, parece que no quiere que nada cambie en Las Ventas. Este pliego inmovilista, "vendido" como innovador aunque redactado claramente a medida de la empresa que no ha podido o sabido mejorar la plaza en ocho años, es otra ocasión perdida para relanzar la Fiesta. Y puede que no nos queden muchas más.