Contrastan estilos, de cara al domingo (fotos)
Jueves, 10 Nov 2011
San Miguel de Allende, Gto.
Juan Antonio de Labra | Enviado
Ignacio Garibay gustándose en una media verónica
Dos de los espadas del cartel del próximo domingo en La México -Zotoluco y Alejandro Talavante- y uno más que actuará en Guadalajara -Ignacio Garibay- contrastaron sus estilos durante una interesante convivencia taurina en la finca de Pepe Marrón.
Y para ello, el presidente de los ganaderos, les encerró un toro a cada uno y varias becerras. Así que todo estaba servido para deleitarse con tres espadas de generaciones bien diferenciadas; modos de entener del toreo con su acento propio, y una misma responsabilidad: dar lo mejor de sí mismos el próximo día 13 de noviembre, domingo cabalístico, que será de la buena suerte.
Zotoluco no ha dormido bien en los últimos días, ya siente el cante de volver a La México, sobre todo después de que el año anterior, cuando reapareció tras cuatro años de incomprensible ausencia, sabe que se juega mucho en esta tarde. Pero sale el toro y las dudas se despejan, sobre todo cuando Zotoluco se relaja por completo, recreándose en cada uno de los muletazos, y aprovecha ese buen toro de Marrón, que embiste con ritmo y suavidad.
No en vano ha toreado más de mil corridas, y como suelen decir, la veteranía es un grado importante en el toreo. Hasta dos faenas en una cuaja Zotoluco al cárdeno, al que dibuja momentos muy de su gusto, hasta en el abaniqueo final con el que abrocha una faena donde ofrece su mejor faceta.
Ignacio Garibay no se queda atrás y marca el rumbo de la tarde con el primer toro que salta a la arena de este mexicanísimo tentadero edificado, hace más de 75 años por el maestro Pepe Ortiz, cuando era dueño de este rancho. Y el torero capitalino se regusta toreando con el capote, que coge largo para tender la suerte bellamente en sus cadenciosas verónicas.
Vestido de charro, Garibay luce toda esa gallardía de los hombres de otra época. Y así se manifiesta su forma de interpretar, con una acusado sello campero... y nacional. El toro tiene su miga, y Nacho lo entiende de principio a fin en otro trasteo con mucho fondo, sobre todo por las pausas entre los pases, la sutileza de los toques y una colocación perfecta que le permite fundirse por completo con este cuatreño hondo y rematado.
Mientras tanto, y sin haber tenido suerte con su toro, porque embestía con la cara muy alta, Alejandro Talavante observa detenidamente a sus compañeros. Y se desquita con una becerra noble, que acude una y otra vez a los embaucadores vuelos de sus avíos, como imantada por la mágica concepción del toreo que tiene el extremeño, con ese desparpajo suyo hasta en la forma de ir vestido al campo.
Y como si de un niño se tratase, Talavante sonríe ampliamente y suelta todos los músculos del cuerpo con su característica expresión, que termina por enloquecer a la vaca, a la que se pasa en redondo por aquí y por allá; la cita para una arrucina que sufre una metamorfosis singular, henchida de barroquismo; se la enrosca en la cintura de sacacorchos y después... le borda un cambio de mano de una hondura pasmosa. Así torea Talavante, el ilusionista del toreo.
Al finalizar la comida sigue la tertulia. La noche cae con la alegría de los buenos deseos, pues la vibra con el ganadero se convierte en otro punto de complicidad. Y en la despedida se suceden los parabienes que siempre invaden las horas previas de una nueva corrida. Porque no hay palabra más taurina que esa: ¡Suerte!
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