"...Ambos exigen tiempo, aprendizaje y la disposición a incomodarse...
Ayer, mientras departía con los bibliófilos taurinos de México en su celebración de la Navidad, reflexionaba sobre la idea de coleccionar libros. Don Antonio Barrios, cuya biblioteca ronda los cinco mil volúmenes taurinos, me hablaba de la emoción que siente cada vez que incorpora un nuevo ejemplar. Para el bibliófilo, ese gozo no nace de la posesión inmediata, sino de la búsqueda: recorrer librerías de viejo y anticuarios, rastrear catálogos, esperar durante años una edición esquiva, viajar con la esperanza de encontrarla. Sin ese esfuerzo –sin ese pequeño sacrificio–, el libro no se conquista del todo.
Para Umberto Eco, la bibliofilia no era una simple afición por acumular volúmenes, sino una forma intensa de amor por el conocimiento, el lenguaje y la memoria cultural. En su ensayo "De la bibliofilia y otras pasiones", distingue con claridad entre el coleccionismo mecánico y el deseo erudito –casi sensual– por los libros como objetos cargados de historia, saber y belleza tipográfica.
La bibliofilia, para Eco, posee una doble dimensión. Es material, porque el libro es un objeto concreto: raro, bello, marcado por el tiempo. Pero es también espiritual, porque cada ejemplar encierra un mundo de ideas y establece una conversación con quienes ya no están. Leer, adquirir, conservar libros, es habitar una arquitectura del pensamiento que se construye a través de los siglos.
Esa es la impresión que me queda cada vez que convivo con los intelectuales que, semana tras semana, se reúnen para hablar de libros y toros en la agrupación de Bibliófilos Taurinos de México: no acumulan volúmenes, cultivan conversaciones.
Los libros no existen para hacernos felices. La tauromaquia tampoco. Ambos existen para enseñarnos a mirar la vida sin filtros, sin atajos emocionales.
En "La memoria vegetal", Umberto Eco sugiere que leer no es un acto pasivo; por el contrario, exige del lector una capacidad crítica, una memoria activa y la disposición a dejarse interpelar por otros mundos y otros tiempos. Leer, en ese sentido, implica una forma de valentía: aceptar la ambigüedad, la ironía, la contradicción.
Algo muy parecido ocurre en el toreo, que es también un acto de valentía física y moral. Leer y torear incomodan a un mundo que busca placer inmediato y respuestas simples. Ambos obligan a enfrentarse a lo desconocido, a aquello que desafía nuestras certezas y nos exige pensar –o sentir– con mayor hondura. Ambos demandan una disposición a lo incómodo, a la contradicción, al silencio. Mientras el mercado exige gratificación instantánea, el arte –ya sea leído o lidiado– exige entrega y tiempo.
Umberto Eco explica que "la lectura se convierte en un diálogo, pero un diálogo –y esta es la paradoja del libro– con alguien que no está delante de nosotros, que quizá murió hace siglos, y que está presente solo como escritura. Se da una interrogación de los libros (se llama hermenéutica), y si hay hermenéutica, hay culto del libro."
Los bibliófilos taurinos de México prolongan ese diálogo: intercambian ideas, se confrontan, matizan. En ellos veo una defensa serena contra el empobrecimiento espiritual del mundo moderno. No porque pretendan dar respuestas definitivas, sino porque enseñan a pensar, a dudar y a mirar con mayor profundidad.
Antonio Barrios, con más de 88 años, se puso de pie y agradeció a sus contertulios, a quienes llamó maestros. Dijo que con ellos había aprendido a ver toros, a coleccionar libros y, sobre todo, a pensar la vida con mayor hondura.
La humildad y la verdad de sus palabras me confirmaron que la lectura es una forma de resistencia cultural frente a la inmediatez, la superficialidad y el olvido. Leer –y más aún formar bibliotecas– es una decisión que implica demorarse, aceptar la complejidad, elegir profundidad en un mundo que exige atajos.
Al final comprendí que los libros y los toros se parecen más de lo que solemos admitir. Ninguno está hecho para complacer de inmediato. Ambos exigen tiempo, aprendizaje y la disposición a incomodarse. Por eso los Bibliófilos Taurinos de México no celebran solo libros ni faenas, sino una manera de vivir con hondura.
En un mundo que confunde felicidad con consumo rápido, ellos eligen demorarse, pensar, recordar. Y esa elección –como diría Eco– no garantiza placer, pero sí algo más raro y valioso: una vida con sentido.