Los públicos de América del Sur siempre fueron sumamente receptivos con los toreros de México. Y si a partir de los años 60 empieza a extrañarse su presencia, particularmente en Perú y Colombia, habrá que responsabilizar al poder disuasorio de las grandes casas españolas y su decisión, resueltamente colonialista, de apoderarse de tan jugoso mercado, que antes era manejado por empresarios locales. ¿Por qué no sucedió lo mismo en Ecuador y Venezuela?
Sucedió, sí, pero atenuado por dos razones de peso: una, que los mexicanos gozaban allí de un cartel equiparable por lo menos al de las figuras hispanas que venían a hacer la América; la otra, que el producto bovino nacional, además de escaso, era de calidad muy inferior a la de los astados procedentes del país norteño, en vista de lo cual los criadores aztecas acordaron no vender un solo pitón si no participaba en cada corrida cuando menos un espada compatriota. Por estas razones, durante unos tres lustros –es decir, hasta finales de los años 70–, fue constante la presencia y los éxitos de diestros mexicanos en la temporada invernal de Caracas, la feria de Quito y las corridas postineras de los distintos departamentos venezolanos, con evidente beneplácito de sus respectivas aficiones.
Quito, diciembre de 1974
Está por arrancar en la capital de Ecuador y su feria de Jesús del Gran Poder un suceso realmente singular. Domingo González Lucas, el mayor de los hermanos Dominguín, concesionario del coso de Iñaquito, ha anunciado una especie de mano a mano hispano-mexicano a lo largo de la semana sin que la obligada inclusión de algunos nombres locales consiga disimular la pugna entre dos selectas representaciones de las dos naciones más taurinas del orbe para contento de la afición quiteña. De los siete carteles del ciclo, cinco giran en torno a esa idea, animada por los cuatro ases de la baraja mexicana –Manolo Martínez, de gran cartel en Ecuador, Eloy Cavazos, Curro Rivera y el debutante Mariano Ramos–; con y contra ellos, los hispanos Paco Camino, El Viti, Miguelín, Paquirri, Curro Vázquez, Niño de la Capea, Ruiz Miguel y Antonio José Galán –los dos últimos triunfadores de un muy árido San Isidro–, además de los ecuatorianos Armando Conde, Edgar Peñaherrera y Fabián Mena. Ganado de los tres países en liza, aunque con mínima presencia mexicana y predominio de la cabaña brava nacional. A última hora trascendió que 24 reses españolas habían sido rechazadas por los veterinarios, mas como respetar tan duro dictamen equivalía a cancelar la feria, varios astados terminaron dándose por buenos.
Entre otras cosas porque el papel está vendido casi por completo, lo que augura plaza llena cada mediodía de corrida, horario éste habitual en Quito con el fin de eludir la permanente amenaza de los aguaceros vespertinos, muy frecuentes allí en el mes de diciembre.
¿Piso parejo?
Aunque Domingo Dominguín les había ofrecido a los mexicanos todo tipo de garantías, las condiciones ambientales favorecerían en todo y por todo a los iberos, empezando por un juez de plaza sospechosamente obsecuente y casi toda la prensa oral y escrita haciéndole segunda. Después de la primera corrida, en la Curro Rivera cortó una oreja con petición de otra, y Palomo Linares obtuvo otra, pero de un toro español de Martínez Gallardo obsequiado en séptimo lugar y rechazado en principio porque sus astas estaban visiblemente manipuladas. Rivera y Palomo sostuvieron agria disputa en un programa de televisión porque el que Linares achacó al mexicano el haber hecho público lo del morlaco en cuestión, y Rivera, que no estaba invitado, se presentó de súbito para desmentirlo. Esa tarde –diciembre 2, segunda de feria–, Paco Camino cortó un rabo y Manolo Martínez tuvo fuerte petición de idéntico apéndice (el de Martínez Gallardo desorejado por Manolo sería el último toro español que mató en su vida). Y en la tercera, con mansos de Guardiola y Huahuagrasi, Capea paseó un auricular y Cavazos tuvo petición y dio una vuelta al anillo como preámbulo del triple mano a mano –diciembre 4: Camino, Palomo y Paquirri por España; Martínez, Rivera y Cavazos por México– en el que falló estrepitosamente el ganado y únicamente Manolo y Paquirri tocaron pelo en tanto Eloy se quejaba del juez, que devolvió un prometedor toro de Chafick por presunta cojera. Nada importante ocurrió en el cuarto y quinto festejos –sin mexicanos en los carteles–, y como broche de la feria iban a partir plaza, el sábado 7, Francisco Ruiz Miguel, Antonio José Galán y Mariano Ramos para despachar reses de Aracataca y Santa Mónica, ecuatorianas, y Antonio Pérez de San Fernando, hispana.
Cuatro orejas a Mariano
Francisco Ruiz Miguel, con dos de Santa Mónica, chicos y blandos, pudo desorejar al primero pero lo pinchó (vuelta al ruedo); Antonio José Galán paseó una oreja de su primero por una exhibición más circense que torera –saltos de rana, variados desplantes, besos en el testuz, estocada con derrame…–, fue paseado en hombros por los monosabios en pago al brindis de su segundo, y obsequio de un séptimo toro, de Guardiola, con el que reprodujo su grueso repertorio con dedicatoria a la galería pero tardó en matar.
El debutante Mariano Ramos, en cambio, manejó artísticamente el percal y ofreció dos serias faenas que si cobraron calor fue gracias al ceñimiento y profundidad de su toreo en redondo, particularmente por naturales. Tanto al de Aracataca como al de Antonio Pérez los despachó de fulminantes estocadas y a ambos les cortó las orejas, con sonora petición del rabo del primero suyo, tercero del mediodía quiteño. Salió de la plaza en hombros.
Reporte del ESTO
El diario deportivo de mayor tiraje en México tuvo como enviado a Francisco Lazo, cronista de larga y discutida trayectoria. Entresaco los fragmentos más relevantes de su reseña: "Mariano Ramos cerró la actuación de los toreros mexicanos en la feria de Quito en forma por demás extraordinaria: cortó cuatro orejas y hubo petición de rabo en su primero (…) Aplastó el toreo efectista de Antonio José Galán, quien se vio obligado a regalar un toro tratando de escapar del baño que le propinó el mexicano. Además, Mariano rubricó brillantemente el servicio inapreciable que los toreros de nuestro país han venido a hacerle al público quiteño al imponer el toreo verdad, de temple, mando, hondura, limpieza absoluta, muy superior a ese de saltos de rana, mantazos viendo al tendido, muletas frecuentemente enganchadas y demás efectismos para impresionar ingenuos (…)
El público se entregó definitivamente al mexicano y lo coreó sonoramente, mientras, a mi lado, don José María Plaza, hermano del ilustre Galo Plaza, nos decía: "Qué torero más bueno, me recuerda a Armillita…" (…) y su hijo Leónidas gritaba: "Eso, eso es torear” (…) Y una dama nos invitaba una copa de "tranquito", que es un coctel bastante fuerte, diciendo "Viva México". Y es que las cuatro orejas fueron ganadas a ley por Mariano, como si fueran de la Plaza México, y calaron hondo en el ánimo de la afición y el público quiteños (...)
A su primero, de Aracataca (hijo de un semental de Piedras Negras), se le dio la vuelta al ruedo. Vuelta benévola, pues el toro fue débil, de pocos pases, que terminó echando la cabeza arriba para aliviarse (…) Mariano le mide muy bien la fuerza y torea muy suavemente, y con un sentimiento que pronto conmocionó a los tendidos (…) Terminó con adornos como el martinete, la sanjuanera, la regiomontana, y media estocada en todo lo alto que tiró sin puntilla. Blanqueó la plaza y el juez otorgó las orejas ¿Qué habrá que hacerle a un toro para que también se conceda el rabo? La gente lo pedía, pero el palco lo negó (…) Y en su segundo, un toro español de Antonio Pérez, blando con los montados, Mariano hizo gala de su maestría, de su poder, enjundioso, tenaz, hasta hacerse de una res con tendencia a la huida. Brindó al alcalde de Quito, señor Durán Ballen. Y cuajó otra gran faena, intercalando desplantes temerarios cuando el animal aún conservaba fuerza para herir (...) Mariano jalaba y jalaba, marcando, con los compases que hacía la vacilante res, los tres tiempos del toreo al natural hasta convertirlos en cuatro, al alargar el viaje y hacerlo volver con el muñecazo mientras el público le aclamaba sin reservas entre gritos de ¡Torero! ¡Torero!, que sólo se apagaron cuando Mariano se echó la espada a la cara para sepultarla hasta la bola (…) Otras dos orejas y el delirio, como brillante punto final de esta feria de Jesús del Gran Poder en la muy hermosa y noble ciudad de San Francisco de Quito (…)
Con Mariano Ramos se ha dado la última gran demostración de buen toreo en la feria quiteña. Y debe dársele el trofeo de triunfador de esta serie de corridas, pues ha cortado cuatro orejas sin sombra de duda (...) Se alegará que Paco Camino cortó igual número de apéndices, pero además de que la de su primero fue duramente protestada (…) sus faenas no fueron mejor trazadas, ni mejor medidas, ni más redondas que las de Mariano, que tuvieron además una limpieza absoluta, cosa que no puede decirse de las del sevillano (…) Aunque dudamos que la gran maquinaria hispana que ha dominado esta feria deje escapar el trofeo al triunfador, y que nuestro compatriota quede relegado a segundo término." (ESTO, 8 de diciembre de 1974)
Que sí, que no…
En efecto, un jurado integrado por ¡veinte! Personas, entre las cuales había políticos locales, una reina de belleza, el juez de plaza y su asesor, Domingo Dominguín y algunos de sus empleados, un cronista español y varios ecuatorianos, el representante de los ganaderos y los empresarios hispanos, acaudalados aficionados y aficionadas locales conocidos por su zalamera cercanía con diestros visitantes, especialmente los procedentes de la península ibérica, y solamente dos mexicanos, los cronistas José Alameda y Francisco Lazo. Naturalmente, los premios discernidos por tan variopinto jurado fueron todos para los españoles, incluidos los destinados a subalternos de a pie y de a caballo; el de triunfador de la feria lo recibió Paco Camino, asimismo autor de la mejor faena –aunque un primer escrutinio había terminado en empate entre el de Camas y Manolo Martínez-
Preseas franciscanas para Mariano
La sorpresa radicó en la designación de máximo triunfador, que según tradición estaba a cargo de los padres franciscanos de Quito al margen del otro jurado, aunque normalmente coincidieran en su selección: en un principio, los religiosos habían declarado desierto el nombramiento ante la imposibilidad de decidir entre el sevillano Camino y los mexicanos Martínez y Ramos… Pero a los pocos días decidieron nombrar a Mariano. No se trataba ya de la estatuilla de antaño sino de un anillo con la efigie del Cristo y una corona de brillantes. Los aficionados consultados por Lazo recibieron con beneplácito la noticia, lamentando de paso la abierta parcialidad del jurado de los veinte.
Remachando el clavo
Pero al torero nacido en la capital mexicana, además del doble premio, le esperaba una recompensa más: esa semana se anunció su participación en la corrida a beneficio del niño desamparado que la esposa del presidente del régimen militar anunció para el domingo 15, con toros españoles de Benítez Cubero y Martínez Gallardo, y Ángel Teruel y Curro Vázquez como alternantes. Corrida triunfal en la que Teruel cortó una oreja a su primero y otra más de un séptimo de obsequió, y Curro salió a apéndice por toro.
Pero eso fue nada comparado con el recital ofrecido a los quiteños por un inspiradísimo Mariano Ramos, que si a su primero le cortó una oreja, con el sexto, de Martínez Gallardo, bordó tal clase de faenón, sin desafinar una sola nota y siempre a más, que el público, enardecido, solicitó el indulto del magnífico astado y, una vez concedido, los máximos trofeos para el torero de la Magdalena Mixhuca. Y así, alzando al cielo dos orejas y un rabo traídos del destazadero, Mariano Ramos rubricó su paso triunfal por el coso de Iñaquito.