Una de las enseñanzas que obsequia el toreo a quien lo sepa ver es esa instantánea, especial e intransferible electricidad que conecta a determinados artistas con quien los ve torear. A veces, más de las que estaríamos dispuestos a aceptar, supera con creces los méritos taurinos de lo que ocurre en el ruedo, rebasados por el entusiasmo de la multitud. Y lo contrario también es posible: que una faena de buen fondo no llegue al tendido y se mire hasta con indiferencia. Lo de enseñanza hay que entenderlo en sentido pedagógico, como advertencia de algo que puede darse en otros ámbitos de la vida y, por lo tanto, sirve para enriquecer nuestra experiencia, entendimiento y sensibilidad. La tauromaquia, generosa hasta en eso.
Sin pena ni gloria
Joselito Adame tenía una sonrisa contagiosa que encendía a los públicos con el juego alegre de su capote y los convencía cuando, muleta en mano, lo veíamos parar, templar, mandar y ligar con cabeza clara y frescura y desparpajo realmente notables. Todo eso que lo elevó por encima de sus compañeros de generación –hablo de los mexicanos– y lo puso en torero de Madrid, donde ningún compatriota ha partido plaza más veces (20) que el moreno diestro de Aguascalientes. Pero esa magia quedó lejos. Tan lejos como la sonrisa juvenil y contagiosa de Joselito.
Hoy, José Guadalupe Adame muestra un semblante adusto y torea con más técnica que entrega. Y en la función número 23 de la isidrada, el miércoles 4 de junio, tuvo un toro de triunfo en sus manos y sin embargo el triunfo no llegó. Ya se había visto desbordado por el revoltoso tercero, al que al final pudo dominar, pero lo de "Sifuera", el excelente quinto de Lagunajanda, no tiene explicación. No en un torero tan experimentado, que había declarado de entrada que venía en pos de esa puerta grande de Madrid que más de una vez rozó y que de ninguna manera iba a alcanzar con tandas de tres muletazos y medio, de trazo apresurado, en faena monótona y de estructura incierta. Lejos, muy lejos de aquel ánimo sonriente que le hacía poderles a los toros con imaginación, valor y temple. Y que con tanta facilidad establecía esa vibración de alta frecuencia que enciende a los públicos.
Eso, la conexión
Qué diferente, en cambio, la situación de toreros como Borja Jiménez, cuyo momento, actitud y forma de torear se encuentran en perfecta sintonía con el público de Las Ventas. Se palpaba en la manera de empujarlo hacia un triunfo de puerta grande que no llegó a concretarse porque el jabonero de Jandilla que cerraba plaza el jueves 5 terminó por regatear una embestida alegre y pronta al principio, cuando el rubio torero de Espartinas le ligó aquella redonda serie de derechazos con las dos rodillas en tierra al inicio del muleteo. Ya tenía en el esportón la oreja del tercero, "Vid", un castaño que será sin duda uno de los toros de la feria y al que Borja toreó a placer, tanto que muchos pedían para él la segunda oreja pese a lo desprendido de su estocada.
También hubo conexión de Fernando Robleño con Madrid y su gente. El sábado, el veterano espada –25 años de matador– hizo su postrer paseíllo en San Isidro y el púbico lo acogió con especial deferencia. No como su primero de Adolfo Martín, tobillero y de sentido. Pero con el cuarto, pastueño y de poca fuerza, ese afecto se desbordó, acrecentado por el delicado trato del espada al burel que le permitió ligar series algo discontinuas pero muy suaves y templadas con la zurda. No lo mató bien, pero le hicieron recorrer el anillo entre ovaciones y vítores. Lo que no había sucedido con Antonio Ferrera en el turno anterior, con un castaño imposible de Martín Lorca al que le buscó las vueltas con decisión y oficio mientras partían de la grada mofas y befas del todo injustificadas.
Por cierto
El decepcionante encierro de Adolfo –ni un solo toro potable, varias alimañas, un inválido que hubo que apuntillar una vez decretado su reemplazo–, incluyó como cierraplaza a un cardenito que debe ser el más diminuto de todo San Isidro. Manuel Escribano, tan entusiasta siempre, lo había banderilleado a todo tren y la cosa prometía. Pero "Madroño" resultó ser un depredador en toda forma, especie de fiera en celo que no dio un instante de reposo a su lidiador, midiéndolo todo el tiempo y revolviéndose como felino en busca de su presa. Por su escasa presencia no parecía toro para Madrid.
Hablando de las lecciones que da el toreo, el tal "Madroño" representa un rotundo mentís a la madrileña manía por el astado mastodóntico, como si el exceso de volumen y las cornamentas aparatosas fuesen la única garantía de riesgo palpable y cierto, tan necesaria para la buena salud y la autenticidad de la fiesta de toros en cualquier tiempo y lugar.
Morante: la coda de un genio
Quedaba, fuera de abono, la corrida de Beneficencia de ayer domingo. Los de Juan Pedro Domecq despertaban cierto recelo pero no el momento imperial que atraviesa Morante de la Puebla, a quien le sirve cualquier astado que medio embista. Tal cual. Al colorado primero, noble aunque algo soso, lo toreó por nota desde que abrió su capote, derramó arte con la muleta, lo estoqueó a lo Frascuelo y le cortó la oreja. Pero la puerta grande la abrió con el cuarto, calamochero y de corto recorrido, al que obligó con la zurda hasta reunir dos tandas al natural sencillamente monumentales por su ajuste, suavidad y perfecta ligazón. Hasta en los muletazos preparatorios de la estocada –algo baja esta vez—ofreció Morante un recital de estética sublime. Otra oreja a su buchaca y la salida en hombros hasta el hotel a la manera de los ídolos de antaño. Quizá ninguno de ellos haya soñado el toreo como este colosal artista.
A su lado, apenas se notó la presencia del siempre valeroso Fernando Adrián –que paseó un apéndice—y de Borja Jiménez, con todo el apoyo incondicional en Las Ventas. Pero cuando el arte de torear asciende a la gloria no hay predisposición favorable que valga.
Pros y contras de la precocidad
Marco Pérez es un chico salmantino que, tutelado por Juan Bautista, el matador francés, transitó en poco tiempo de la condición de novillero sin caballos a la categoría de matador de toros con todos los honores (Nimes, 05-06-25). Desde sus primeros pasos dio la impresión de llevar el toreo dentro, con un entendimiento claro y avispado al servicio de un físico liviano y menudo.
Sus mentores eligieron para su despedida novilleril una encerrona en San Isidro sin que antes hubiera pisado Las Ventas. Y la arriesgada apuesta terminó en división de pareceres entre los que piensan que aún no está para empresas mayores y quienes le dieron el visto bueno tras una tarde de esfuerzo sin desmayo –la utrerada de Fuente Ymbro y El Freixo, tres y tres, mansurrona y de desigual presentación, dio pocas facilidades–.
La culminación llegó para Marco con el quinto de una tarde hasta entonces adversa. Le planteó una faena a todo o nada y el encastado animal lo revolcó dos veces sin arredrar sus ánimos ni desviarlo de la idea de perseguir el triunfo que tanta falta le estaba haciendo para justificar la inminente alternativa. Faena de buen corte torero y valor a toda prueba, algo atropellada al chocar las ganas del salmantino con la inquieta cabeza del de Fuente Ymbro.
A merced del bicho en ocasiones, enredada en los pitones una muleta demasiado grande para la breve anatomía del joven espada, su casta lo sacó adelante y si no cortó oreja se debe a que es un estoqueador demasiado irregular. Le hicieron dar la vuelta al ruedo en recompensa a sus arrestos, pero dejó en muchos la duda de si no lo estarán precipitando al hacerlo matador a tan temprana edad y con tan corta experiencia en los ruedos.
Alternativa en Nimes
Para completar la muy significativa semana que Marco Pérez vivió digamos que el jueves 5 de junio tomó la alternativa en el coliseo romano de la ciudad francesa donde se han hecho matadores tantas figuras internacionales últimamente. El toro de la ceremonia se llamó "Alumno", un castaño del hierro de Garcigrande que abrió plaza a un encierro demasiado terciado.
Al final, cobraría las dos orejas del sexto tras emotivo muleteo para salir en hombros en compañía de Talavante, que había desorejado a los dos suyos por faenas de más a menos. Y aunque ya suene a pleonasmo, habrá que aclarar que lo mejor de la tarde, envuelto en suavísimo temple de principio a fin, lo hizo el padrino de la ceremonia, Morante de la Puebla, pese a que para él no hubo apéndices ni vueltas al ruedo. Sí ese respeto inmanente a lo que habita otra dimensión del arte de torear, y que en José Antonio Morante Camacho se cumple y compendia admirablemente.