Y si al que abrió plaza le plantó cara y lo sometió con autoridad, lo que no era fácil porque el de Santa Inés miraba mucho al torero y se armaba entre pase y pase y acudía desafiante a la muleta, no desaprovechó la calidad de "Cronista" desde el capote para ir construyendo una obra artística que deslumbró al público por su puesta en escena.
Luego de una bonita pirotecnia con capote azul, se subió a picar, algo que no había hecho en esta plaza, y luego cubrió el tercio de banderillas con alegría y vistosidad. A cada palmo de la lidia el toro iba a más y llegó a la muleta con una gran humillación, recorrido y transmisión, muy en el aire del toro bravo mexicano, Reyes Huerta de ascendencia, al que empezó a dibujar trazos largos, templados, ceñidos y sentidos, en los medios, dándole siempre ventajas al toro.
Cuando arrojó el ayudado a la arena, como hizo en su día delante de "Romántico", aquello fue el acabose, pues comenzó a torear por naturales tersos, desmayados, dejándole el pico de la muleta muerto con la zurda o la diestra, reponiéndose en un palmo de terreno para encontrarse nuevamente con la embestida franca de "Cronista", que no dejaba de embestir.
La emoción se desbordó por lo alto y si Ferrera tuvo arrestos de mandar callar a la banda cuando se arrancó a tocar un pasodoble, no le tembló el pulso cuando, un par de tandas más tarde, también ¡hizo callar la "Pelea de Gallos! "Manda narices", que dirían los hispanos. Pero lo cierto, en vez de que la gente se lo tomara a mal, comprendió que la música del toreo la iba a poner el extremeño con su muletita tersa, sedosa, su arrebato y su gracia, despojada de cualquier atavismo.
Ahí creció la faena y se elevó en espiral, entre luces de colores de esa psicodelia de finales de los años sesenta, cuando el mundo giraba inmerso en un constante "love and peace" que abofeteaba la ideología bélica del gobierno gringo en su infructuosa guerra de Vietnam.
Y no paraba de torear Ferrera, por ambas manos, suelto y relajado, ensimismado en sus sentimientos, en medio de una locura colectiva que derivó en la solicitud del indulto de "Cronista". Dos indultos previos en la feria, el de "Puro Oro" de Corlomé y el de "Centinela" de San Miguel de Mimiahuapam, quizá impidieron que el juez sustituto (Adrián Sánchez, en lugar, esta tarde, del matador César Pastor), no accediera a tan noble petición.
Decidido a cortarle el rabo al toro, Ferrera se fue largo y quiso tumbarlo de una estocada desde la larga distancia, y le dio las ventajas, el toro en los medios y él a costado de la puerta de toriles, pero tal vez tanta locura no era posible y señaló un pinchazo hondo, un poco desprendido, antes de despenar a tan noble toro de un certero golpe de descabello que le puso en las manos una oreja, un premio simbólico a tan desenfrenada forma de andar por el ruedo por la vida.
Sí, porque Antonio Ferrera es un atrevido, y a los artistas de este talante hay que tratar de comprenderlos y disfrutarlos. Muy a su manera, la de un hombre sincero, y un torero irrepetible en su concepto.
Sus jóvenes alternantes también tuvieron un toro bueno cada uno en sus manos, y los dos –Leo Valadez y José María Pastor– se afanaron en estar a la altura del compromiso, en sendas faenas de buen corte, con momentos templados y variados, sobre todo Leo, que se gusta con capote, banderillas y muleta, pero ya la tarde se había teñido de inspiración ferrerista y no era fácil remontar la dimensión del éxtasis que había experimentado.
De Leo cabe destacar su colocación y temple, siempre en el terreno del toro para tratar de sacarle partido; de José María, su entonada faena al sexto, un toro de infrecuente pelo flor de gamón que también embistió por derecho.
La falta de contundencia con los aceros les privó a los dos de cortar sendas orejas, y así se les escapó el triunfo al final de una tarde en la que Ferrera se mostró desde dentro, con la autenticidad de quien se siente privilegiado y es diferente. Y en eso, precisamente, consiste su valía, la de un artista sin filtros, provocador y subversivo.