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Un siglo con Gaona

Sábado, 12 Abr 2025    CDMX    Antonio Casanueva | Foto: Archivo   
"...Permanece en cada gesto noble, en cada olé..."
El 12 de abril de 1925, en la plaza de toros "El Toreo", Rodolfo Gaona se cortó la coleta. Han pasado cien años y su figura no se apaga: se proyecta, se ramifica, se expande. Como toda obra maestra, no se clausura: se vuelve canon.

Esa tarde, el público abarrotó el coso de La Condesa, envuelto en una mezcla de esperanza y estupor. El toro de su despedida fue "Veguero", de San Diego de los Padres, aunque pidió uno más: "Azucarero", con el que bordó una faena larga y pausada, plena de armonía y temple. Falló con la espada. No hubo petición de oreja, pero sí pañuelos blancos ondeando como despedida. Lo quisieron sacar en hombros; se hizo a un lado. 

Salió solo, por la puerta de cuadrillas, entre lágrimas y silencio. Fue una despedida melancólica, casi íntima. No buscó el triunfo. Buscó la fidelidad a su estilo: elegancia sobria, verticalidad ética, gesto contenido. Su adiós no fue un clamor: fue una elegía.

Un siglo después, Gaona sigue presente en la sociedad mexicana. Lo invocan los críticos, los historiadores, los taurinos. Lo veneran los aficionados y hasta la cocina del barrio: una taquería capitalina lleva su nombre y sirve, como especialidad, la "gaonera". La prestigiosa Guía Michelin la premió el año pasado. Esa anécdota basta para entender que Gaona ha trascendido la plaza: está en el lenguaje, en la memoria, en la cultura popular.

Una figura que sigue provocando palabras

No es casual que en este centenario hayan coincidido múltiples homenajes: la historiadora María del Carmen Vázquez Mantecón acaba de publicar el libro "Rodolfo Gaona. La tauromaquia y sus imaginarios, 1905-1925". El intelectual Xavier González-Fisher le ha dedicado cinco entregas magistrales en La Aldea de Tauro. Horacio Reiba, por su parte, nos ha regalado un texto emocionado y erudito sobre aquella última tarde. Y el historiador Francisco Coello Ugalde ha escrito un texto epistolar conmovedor, en el que Gaona, desde la eternidad, reflexiona sobre la situación actual de la tauromaquia con una mezcla de firmeza, ironía y lucidez crítica digna de su temple.

Con tanto escrito, ¿queda algo por decir?

Sí. Porque la grandeza no se agota. Solo se reinterpreta.


Gaona como forma de cultura

José Alameda sostuvo que Gaona fue el primero en "andarle a los toros" con naturalidad y armonía. No solo por su colocación, sino por su ética. Gaona no buscaba solo torear bien, sino con decoro, con templanza, con carácter.

Esa idea conecta con una visión más profunda de la elegancia, no como superficialidad estética, sino como virtud intelectual y moral, como la entendía Ortega y Gasset: expresión del dominio de sí, de la proporción, de la gracia interior que se vuelve forma externa. Gaona era así. No fue solo un torero: fue un ideal encarnado.

En él convivían el artista y el caballero. El innovador —capaz de reinventarse ante Joselito y Belmonte— y el leal —fiel a Ojitos, a su estilo, a su pueblo. Su elegancia no era el adorno: era la firma.


El Gaona que vive en nosotros

Yo crecí con Gaona. No como un personaje del pasado, sino como una presencia viva. En mi casa y en mi oficina tengo una copia de la fotografía que ilustra este artículo: Rodolfo Gaona, flanqueado por mi abuelo y mi bisabuelo. Es una imagen que no solo documenta un encuentro; teje una genealogía. La del arte, la del carácter, la de la tradición.

Mi padre, aficionado apasionado, lo citaba con reverencia. En casa se hablaba de él como se habla de los grandes del espíritu. Teníamos su libro, "Mis veinte años de torero", como quien guarda un misal.

Gaona es el hilo conductor de la historia de mi familia, como lo es de muchas otras en México. Familias que nos reconocemos en una herencia compartida: la lengua española, la fe católica y la pasión por la tauromaquia.

Por eso lo seguimos recordando: porque en un país que a veces olvida, Gaona sigue siendo memoria viva, elegancia activa, carácter ejemplar. Porque en una época que celebra lo instantáneo, él representa la hondura. Porque en una sociedad fragmentada, su figura nos recuerda que el arte puede ser también una forma de integridad.

En sus primeras actuaciones como novillero en Guanajuato, Rodolfo causó tal impacto que el cronista Joaquín González "El Quino" escribió en el periódico local "El Barretero" una frase que se volvería célebre: "Las campanas de León tocan a gloria."

Por eso, hoy, cien años después de su despedida, cuando evocamos su arte, su carácter, su legado, las campanas de León, su tierra natal, siguen tocando a gloria. Porque Gaona no se ha ido: permanece en cada gesto noble, en cada olé que rompe el silencio con verdad, en cada tarde en que el arte —como él— se resiste al olvido.


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