El primer día de la batalla legal a favor de los toros ha comenzado. El sector taurino está decidido a dar la pelea en los tribunales y el banderazo de salida para esta carrera jurídica será un interesante reto para los abogados que harán un frente común, unidos por una misma causa legal que deberá contener una argumentación sólida, con visos de ser irrefutable. Eso es lo que la afición espera de ellos, ya que estamos en sus manos.
Porque ahora seremos nosotros, los taurinos, quienes vamos a ejercer nuestro derecho de ampararnos ante un acto de autoridad, encabezado por la Jefa de Gobierno Clara Brugada, que pretende prohibir la tauromaquia de manera encubierta, a través de una absurda y demagógica invención denominada "corrida de toros sin violencia".
El nombre de este exabrupto no es otra cosa que uno más de los eufemismos que suele acuñar la perversa ideología animalista, que, en la preparación de un hot dog, por ejemplo, emplea un "embutido vegetal" y no la tradicional salchicha. Así que el dichoso hot dog no es tal cosa, sino un sucedáneo de hot dog hecho de un alimento que tampoco es un embutido, sino una aberración culinaria. Tan sencillo de entender como eso.
Y con los toros es lo mismo. De tal manera que una "corrida sin violencia" no es una corrida, porque la corrida, desde hace más de tres siglos, está concebida con sus tres tercios: el de varas, donde se pica al toro y se le estimula con la puya y se dispare el mecanismo neuro hormonal que le inmuniza el dolor; el de banderillas, donde se le hace correr para que se oxigene y vaya estabilizando su capacidad hormonal, y el tercio de muerte, cuando se le torea con la muleta y se le mata con un estoque, de manera frontal, sin hipocresía, con la ceremonia y dignidad que ningún otro animal de consumo en el mundo.
De esta sencilla explicación se colige que el invento de Clara Brugada no es una corrida de toros, sino otro tipo de espectáculo, que exige un trato contra natura a la esencia genética del toro y busca aleccionar a los ganaderos de lidia, que son los principales animalistas del país, pues crían un animal en las mejores condiciones de bienestar imaginables, algo que los antitaurinos y animalistas no se atreven siquiera a considerar para dejar en paz a la Fiesta Brava.
En su discurso, el gobierno, tanto federal como local, incluidos los diputados del congreso, han aceptado conceptos como "cultura" y "trabajo", mismos que ahora estarán sobre la arena jurídica y se pueden aprovechar a nuestro favor. Es preciso que se reconozca el derecho de los taurinos a la cultura y al trabajo, en el caso de quienes nos dedicamos a esta actividad, y ello es un buen comienzo para la argumentación de la defensa de la corrida íntegra, la tradicional, la de siempre.
Así que los distintos amparos que se van a interponer ante el atropello de esta prohibición encubierta (hay que insistir en desenmascararlo con dicha acepción), deberán contener todos los elementos posibles para que cualquier juez de distrito no dude en conceder una suspensión definitiva del acto reclamado (pretender organizar "corridas sin violencia") y que, mientras no se resuelva el fondo del asunto, la Plaza México pueda abrir sus puertas y dar toros con las garantías de ofrecer el espectáculo tal y como lo conocemos.
El tiempo es un factor que corre a la contra, ya que en un par de meses deberán aprobarse las leyes secundarias de la reforma constitucional sobre la Ley de Bienestar Animal, y es preciso actuar sin dilación y de manera paralela, con la mente puesta en esa otra batalla a nivel federal.
Entretanto, los profesionales taurinos ya estudiarán los procesos para hacer las modificaciones pertinentes a la lidia, y al propio espectáculo, pero desde el respeto al toro de lidia y a los ganaderos, así como a los millones de mexicanos en todo el país para quienes las corridas son sinónimo de cultura y libertad, además de que nos confiere un profundo rasgo de identidad.