La bravura se mide desde el primer encuentro. Cuando un toro pisa el ruedo, su embestida no solo estremece los tendidos, sino que revela su verdadera naturaleza. El domingo pasado, en la plaza "Nuevo Progreso" de Guadalajara, la suerte de varas cobró un protagonismo inusual. Dos picadores, David Vázquez y Guillermo Cobos "El Nonito", dignificaron con su temple y precisión una de las suertes más cuestionadas e incomprendidas, pero también una de las más esenciales de la tauromaquia.
David Vázquez partió plaza vestido de la aguja, con una preciosa casaquilla verde turquesa con bordados en oro. Torero de dinastía, con más de cuarenta años de picador, no solo dio cátedra sino que reivindicó la suerte de varas.
Una corrida de Tenexac muy bien presentada, con una lámina impresionante. Aunque, en términos generales, el encierro fue débil y falto de casta, el segundo de la tarde fue uno de esos toros que pudieron haber alcanzado la inmortalidad. Un cárdeno tan claro que algunos aficionados confundieron con ensabanado, salió con mucho brío y luchó con codicia en el capote. Un toro con mala suerte, pero que nos permitió disfrutar de la maestría de David Vázquez.
Me cuentan que decía don Israel Vázquez, padre de David, que para que la suerte de varas tuviera emoción, el caballo debía ser ligero, de modo que la pelea con el toro fuera pareja. Pero para ello, se necesita un gran jinete y un mejor picador.
Desde mi barrera, me dio la impresión de que las puyas eran más pequeñas de lo habitual. Sumado a la movilidad del caballo, esto permitió disfrutar de un espectáculo de gran dimensión estética. Con gracia, David Vázquez echó la vara al encuentro del toro, citándolo con el pecho y ajustando la embestida con precisión. Se puso de pie sobre los estribos, provocó la arrancada con la voz y la mano derecha, y dejó caer el cuerpo sobre la vara sin barrenar ni rectificar. La manera en que sostuvo la vara y templó al toro fue una lección de conocimiento y sensibilidad, ensalzando el verdadero sentido de la suerte de varas
Explican Luis F. Barona y Antonio E. Cuesta López en el libro "Suerte de vara" (1999, editorial Excma), que un puyazo de ley debe colocarse en el morrillo del toro y no en la cruz o en la espalda. El morrillo, la parte más elevada del cuello, comprendida entre la nuca y la cruz, es el lugar correcto de picar porque es la sede de los músculos extensores, los responsables de los movimientos de la cabeza y, por consiguiente, del recorrido de los cuernos.
Así lo hizo Vázquez, demostrando que un buen puyazo, en la base del morrillo, descuelga la cabeza del toro y dificulta su derrote y, por eso mismo, es una suerte que resalta la belleza del toreo.
Con la suerte de varas se pretende, además de medir la bravura, preparar al animal para la faena de muleta. Una suerte a veces incomprendida y en muchas ocasiones mal ejecutada. El toro de lidia necesita sentir el efecto de la puya para que aflore la bravura que lleva impresa en su código genético, arrojo que le ayuda a superar con éxito el posible dolor y el estrés de la lidia y del ejercicio. Durante el puyazo, el toro segrega endorfinas que bloquean los receptores del dolor. También produce cortisol, hormona esteroidea que le ayuda a superar el estrés, y dopamina, que incrementa la frecuencia cardíaca y la actividad motora, mejorando así su funcionalidad para la lidia.
La suerte de varas es un arte, no un simple adorno, sino el medio para preparar al toro para la faena de muleta. Así lo hizo David Vázquez, dejando al de Tenexac listo para inscribir su nombre en los anales del toreo de Guadalajara. Pero, como dijimos antes, tuvo mala suerte en el sorteo. Eso no impidió que los tendidos corearan "¡Toro! ¡Toro!" y lo aplaudieran con fuerza en el arrastre.
Por si fuera poco, salió otro bravo toro, en este caso de Tequisquiapan, que fue regalado por Óscar Rodríguez "El Sevillano". El torero tapatío demostró no solo dominar el oficio, sino comprender desde la salida la magnitud de su antagonista. Lo galleó con chicuelinas al paso y lo dejó largo, para que los aficionados apreciáramos su galope y la emoción de ver a un toro arrancarse al caballo desde esa distancia.
Guillermo Cobos "El Nonito" lo toreó a caballo, levantó la vara con torería y lo llamó con la voz. El de Tequisquiapan acudió con un galope trepidante, engallado, desafiante, con la mirada fija y a gran velocidad. El Nonito lo prendió en todo lo alto y aguantó con técnica y valor que el toro apretara con los riñones. Un puyazo que no solo emocionó al público, sino que dejó al toro ahormado para los siguientes dos tercios que permitieron a El Sevillano cortar una oreja de peso ante sus paisanos.
En tiempos en que algunos buscan suavizar la lidia, tardes como esta nos recuerdan por qué la suerte de varas es esencial. No sólo mide la bravura del toro, sino que la exalta, mostrando su entrega absoluta y su grandeza. Quien pida suprimirla, es porque jamás ha sentido el eco de un puyazo de ley, como los del veterano David Vázquez o del joven Nonito.