Mientras la banda de la Nuevo Progreso tocaba "Las Golondrinas" para Enrique Ponce en el frenesí de su faena al cuarto de la tarde del domingo, no solo recordé las veces que el torero de Chiva me había emocionado, sino también las muchas corridas que viví en esa plaza como aficionado avecindado en la Perla Tapatía. Me volví hacia Paloma, mi esposa, y le dije que sentía que esas golondrinas tocaban también para nosotros.
Octavio Paz escribió en "El arco y la lira" que "desprenderse de una realidad es aceptar otra". Hoy, entre cajas de mudanza, siento el peso de esa verdad. La nostalgia de dejar Guadalajara se mezcla con la ilusión de una nueva etapa.
En mi trabajo profesional me han asignado nuevas responsabilidades y, como sucede en muchos corporativos de este país, la promoción implica mudarse a la capital.
Recuerdo la primera vez que fui a la "Nuevo Progreso", hace casi trece años. Me impresionó por la seriedad del toro y la exigencia de los aficionados. Era muy distinto a lo que se veía en la Plaza México, Puebla o, incluso, Tlaxcala. Los toros tenían trapío, y se notaba que los toreros pasaban apuros, a diferencia de otras plazas del país, donde el público era más festivo y condescendiente.
Comprobaba lo que el regiomontano Tito Osuna decía en "Por los senderos taurinos": "Cuando chirrillan las bisagras de la puerta de toriles para dar paso al toro bravo, la gente de los tendidos estudia de inmediato al bruto. No quiere juzgar al torero sin antes analizar al toro. Por eso pesa tanto Guadalajara".
Siendo sinceros, la afición actual ya no mantiene la seriedad descrita por Tito Osuna, quien escribió en tiempos de don Ignacio García Aceves. Yo mismo, ya con la confianza de sentirme de Guadalajara, he criticado porque se aplaude en el arrastre a toros descastados, se ovaciona al picador cuando no pica, se solicita música sin importar los méritos de la faena y el tendido se ha vuelto más ruidoso y agresivo, entre cánticos y gritos de "¡Arriba el Atlas!"
La región se caracteriza por ser de reses bravas. En estos años de vivir en Guadalajara he tenido la oportunidad de visitar varias ganaderías y de aprender de toros chanelando con ganaderos. De hecho, este proyecto nació en San Constantino. Ahí conocí a Juan Antonio de Labra, quien me invitó a colaborar en Al Toro México.
Aprovecho para agradecer a todos aquellos que me abrieron su casa y me permitieron ver la bravura de cerca. En especial a Octavio Casillas, con quien he podido debatir muchos aspectos sobre la bravura y su vínculo con la condición humana, y a don Ignacio García Villaseñor quien me ha permitido descubrir como la vocación se puede vincular al rigor de mantera viva una de las estirpes más importantes de la ganadería mundial.
Gracias a estos años en Jalisco, tuve la oportunidad de convivir con chavales de la Academia Municipal Taurina de Guadalajara, algunos de los cuales aún aspiran a ser figuras del toreo, y descubrir que sus maestros mantienen el espíritu y la filosofía de Saturnino Frutos "Ojitos". Tuve la fortuna de participar en uno de los proyectos más ambiciosos que he visto en la tauromaquia reciente: el Centro de Alto Rendimiento Taurino (CART). No me cansaré de agradecer a Pablo Moreno por dejarme aportar mi visión académica, ni de animarlo a que repita el proyecto para cumplir con la promesa que le hizo a don Pedro de contribuir a que vuelva a surgir una figura del toreo mexicana.
Aún me quedan pendientes, como volver para la corrida del 23 de febrero, donde se presenta Óscar Rodríguez "El Sevillano". Ojalá no pique de más a los toros de Tenexac, para que podamos ver su maestría y que salir a hombros en la "Nuevo Progreso" le permita abrir otras plazas y confirmar en las monumentales de México y Madrid.
Regresaré a Guadalajara, a sus corridas y a su gente. Lo que esta ciudad me ha dado en afición y aprendizaje no cabe en una mudanza. Al final, uno es de donde se siente taurino. ¡Que Dios reparta suerte!