Una actuación rabiosa, dotada de un valor espartano, y de gran comunicación el público, que hizo una buena entrada, elevó a Andrés Roca Rey al olimpo de los privilegiados, ya que "se entretuvo" –como decían los revisteros antaño– cortando cuatro orejas y un rabo y le puso nombre a la Feria de Aniversario.
Desde luego que habría que anotar la buena suerte del torero peruano, que se llevó un gran lote compuesto por dos toros distintos, pero igualmente válidos, a diferencia de lo que ocurrió con los espadas mexicanos del cartel, Joselito Adame y Arturo Gilio, que no tuvieron las mismas opciones.
Pero, claro, a esa suerte, cuando viene a manos llenas, hay que aprovecharla y tener la claridad de ideas para triunfar, amén de un acertado uso del acero y una voluntad tremenda para demostrar porqué se manda en el toreo.
Y esa fue la impresión que causó Roca Rey en dos faenas de diferente corte, más dramático la primera, por la casta boyante de "Gamucita", número 108, cárdeno claro, bien puesto, al que le plantó cara con gallardía porque el de Xajay hizo una lidia muy seria prácticamente desde que apareció por toriles.
El toreo de capote de Andrés fue acorde a lo que pedía "Gamucita", que desde ese primer instante le avisó que no le iba a regalar ninguna embestida, y después del magnífico puyazo de Sergio Molina, el toro dio batalla en banderillas en un tercio que Ángel González y Cristhian Sánchez cubrieron como los grandes y fueron ovacionados.
Roca Rey se plantó de rodillas, en los medios, y el toro se arrancó de largo, rebosándose en los cambiados por la espalda, con un tranco de bravo que ahí queda. Y la faena fue discurriendo con mando, sobre todo por la mano derecha, aunque no siempre tuvo limpieza, pues "Gamucita" solía puntear la muleta cuando el trazo del limeño carecía de temple.
Por la mano izquierda el toro también demostró que, cuando se le hacían las cosas con precisión respondía, y el arrebato de Andrés, siempre en la línea de fuego, fue unificando los criterios del público, que acabó rendido a su entrega en las bernadinas finales, previas a la excelente estocada que tiró sin puntilla a "Gamucita".
Dos orejas de ley llegaron a las manos del torero, que con ello conquistaba ya su quinta puerta grande en este escenario, pero no conforme, decidió ir a recibir al quinto de rodillas, a porta gayola, en un gesto de figura del toreo que terminó por convencer hasta el más escéptico.
Saltó a la arena "Jefe Aranda", número 50, cárdeno, con 514 kilos, y no acostumbro a realizar con frecuencia la suerte, Andrés se tiró un clavado a la izquierda para no ser arrollado. Otro tanto ocurrió después, al intentar dar una larga a la vera de las tablas.
Con la emoción del triunfo todavía palpitando en sus sienes, Roca Rey buscó hacer una faena de estilo distinto a la anterior, y comenzó a torear con unos mayestáticos estatuarios que remató con un luminoso desdén.
El toro se sintió un poco ahogado en las series iniciales, pues Roca Rey comenzó a apretarlo mucho, y a pesar de dicha exigencia, nunca dejó de embestir con entrega y calidad, lo que aprovechó el torero para torear de manera arrebatada, improvisando detalles con la seguridad de quien se siente dueño de la situación.
A estas alturas de la tarde, el público ya estaba delirando con una actuación de entrega absoluta que concluyó con unas dosantinas que antecedieron a los largos pases de pecho con los que abrochó las series. Y si es cierto que a veces no hubo la suavidad necesaria, porque Roca Rey torea apasionadamente, sí que hubo esa conexión especial con la gente, que no dudó en pedir el rabo de "Jefe Aranda" tras la estocada trasera y desprendida con la que terminó su labor, la del guerrero que en 2025 deberá afrontar duras batallas, tanto dentro como fuera de la plaza.
Joselito Adame enfrentó, en primer lugar, a un toro de capa negra que fue manso de libro, pues además de estar un poco descoordinado, se rajó pronto en la puerta de toriles y aunque el hidrocálido hizo el intento de someterlo, aquello era imposible. Una estocada habilidosa, en la que se pasó hasta el rabo, le ayudó a resolver la difícil papeleta con decoro.
Pero los problemas vinieron más tarde, delante del cuarto, un toro con cara, vareado de carnes, que salió a examinarlo. ¿Por qué no tiró la moneda al aire? Faltó ambición a José, que hizo una faena entre algunas dudas, con movimiento de pinreles en los remates, que el público no le perdonó. Mal y de malas, tampoco acertó a estar fino con la espada y le cayeron encima. Tarde aciaga para un torero pundonoroso que hoy salió vapuleado por un peruano al que le había costado trabajo ganarle la partida en esta plaza.
Gilio enfrentó en primer lugar a un toro manejable pero que decía poco. El lagunero lo intentó sin apenas eco en el tendido. El sexto fue un ejemplar deslucido que pasaba con la cara alta, y aunque de salida le dio unas arriesgadas gaoneras que le fueron celebradas, luego no hubo manera de obligarlo a humillar y terminó muy deslucido, antes de que se diera a pinchar en una tarde para el olvido.
Al final, Roca Rey salió a hombros e invitó al ganadero Xavier Sordo a compartir este momento, el de un triunfo rotundo y de mucho valor que, seguramente, le aportará la moral suficiente para afrontar un año decisivo en su carrera, ahora que está más solo que nunca en la cumbre del toreo. Porque guste o no su tauromaquia, lo que es innegable es que Andrés se ha fraguado en la dureza de España y hoy día es el que corta el bacalao sin que nadie le haya regalado nada.