El 13 de junio de 1933, doña Esperanza Díaz dio a luz por primera vez. Lloriqueaba en su regazo, con el pelito ensortijado y todavía húmedo, un niño moreno de ojos achinados y mirada vivaz. Ella y don Carlos Girón, su esposo, acordaron ponerle por nombre César Antonio. Anochecía en ese oscuro barrio obrero de Caracas, la capital del país dominado por un sanguinario dictador, el general Juan Vicente Gómez Chacón, que lo único que tenía en común con Simón Bolívar era la fecha de nacimiento: ambos vieron la luz un 24 de julio, con 74 años de diferencia: el Libertador en 1783 y el tirano en 1857. A éste le gustaban tanto los toros –hasta fundó una ganadería– que "animó" a ciertos potentados caraqueños para que costearan la construcción de un coso taurino digno de la capital venezolana. La bautizaron como "Nuevo Circo" y abrió sus puertas el 26 de enero de 1919. Seis toros de, naturalmente, el general Juan Vicente Gómez, presidente de la república, para Serafín Vigiola "Torquito" y Alejandro Sáez "Ale". Dos espadas vascuences.
César Girón
No ha habido en Venezuela ningún diestro que supere las hazañas del hijo mayor de doña Esperanza y don Carlos, cabeza de una dinastía de buenos toreros –sus hermanos Curro, Rafael y Efraín, matadores también– y por derecho propio una de las mayores figuras del Siglo de Oro del Toreo. Lo doctoró en Barcelona su ídolo Carlos Arruza (28-09-52), ha sido el único en cortar sendos rabos en Sevilla en tardes consecutivas (27 y 29 de abril de 1954) y, como su padrino de alternativa, se lo llevó por delante el toro de la carretera un mal día de octubre de 1971, en las cercanías de Maracay. Pero mientras permaneció en activo, la temporada caraqueña lo mantuvo como eje y cabeza de sus corridas de abono. Lo comprobaremos hoy al revisar el de 1955, uno de los más exitosos en la fecunda historia de un coso cerrado para siempre en 1997 por sus entonces propietarios, tan influyentes que consiguieron revertir el status de patrimonio histórico monumental decretado años atrás para el Nuevo Circo por el ayuntamiento de la capital.
4 de diciembre de 1955
Con toros mexicanos de Pastejé, cuyo propietario era entonces Carlos Arruza, se puso en marcha el abono de fin de año. El cartel lo integraban Juan Silveti, César Girón y el portugués Paco Mendes que hizo su presentación. Era difícil que alguien le tosiera, en Caracas o en cualquier plaza, a un César Girón en el apogeo de sus facultades físicas y taurinas, lleno de ímpetu e ídolo incondicional de sus coterráneos. Y que esa tarde le dio al segundo de sus toros una lidia tan completa que al final recibió por aclamación las orejas y el rabo de un Pastejé castigado con el baldón de las banderillas de fuego, que aún se usaban en Venezuela. Pero César estaba incontenible y acabó por someter y cuajar a un animal que huía de capotes y caballos y saltó varias veces al callejón.
Tarde muy torera de Juanito Silveti, artista y solvente con el lote más flojo de la vacada mexiquense, y tarde marcada también por el favorable impacto que causó en los caraqueños el debutante lusitano, buen cultivador del toreo clásico –sin llegar a las alturas de Manolo dos Santos– y al que solamente privó del triunfo grande su inseguridad con la espada, frecuente en los diestros portugueses dado que en su país los toros no se estoquean. Dio una vuelta al ruedo a la muerte del Pastejé de su presentación, y hasta dos, con petición insistente de oreja, luego de despachar al cierraplaza. Históricamente, fue Paco Mendes el cuarto portugués con alternativa de matador, después del lisboeta Diamantino Vizeu y de los primos Manuel y Antonio dos Santos, originarios de Golegá.
¡Ave, César!
El cronista del diario caraqueño El Universal Antonio Navarro da cuenta del triunfo del mayor de los Girón con el toro fogueado: " Tarde de prueba para este gran torero nuestro, que llegó a superarse en un "crescendo" de dominio absoluto, de valor, de arte, de maestría (...) Con aquel quinto toro vino a demostrar (…) que se puede obligar a embestir a un bicho cobardón, someterlo al soberano dominio de su muleta (…) y hasta confiarse y adornarse con él (…) Un toro con sus buenos kilos, pitones y hechuras (…) que de salida se declaró manso de solemnidad, que saltaba la valla con sorprendente agilidad y al que no había forma de hacerle tomar los capotes (...) Entre ruidosas protestas se le mantuvo en el ruedo hasta entrar en el “explosivo” capítulo de las banderillas de fuego (…) Entre el general descontento, Girón tomó los avíos y (…) lo que hizo fue francamente asombroso. No se puede llegar a más emoción estética e intensidad trágica (…) Sin dar cuartel al toro, que además de su mucho nervio estaba muy avisado, consiguió realizar la faena grandiosa que nadie esperaba (…) un muleteo totalmente izquierdista que quedará en los anales del Nuevo Circo como monumento perenne al arte, al valor y a la ciencia del bien torear (…) Como colofón, César se perfiló en corto, arrancó derecho como una vela y dejó el estoque en lo alto (…) Le fueron concedidas las dos orejas, el rabo y hasta hubo petición de pata, con innumerables vueltas al ruedo entre un diluvio de prendas y flores (entre) gritos de "¡Gi-rón! ¡Gi-rón!" (…) Y como final de la jornada, la salida en hombros por la puerta grande.” (El Universal, 19 de diciembre de 1955).
18 de diciembre de 1955
Si en la segunda de abono –día 11– César Girón había vuelto a dar cátedra por segundo domingo consecutivo, con corte de las orejas y el rabo, en este caso del primero de La Punta (nótese la prevalencia de los hierros mexicanos en la Caracas de los años 50, costumbre que se prolongaría hasta la década del 80). Ese día tuvo un debut afortunado el murciano Manuel Cascales, que se sobrepuso a severo revolcón para desorejar al primero que le soltaron. Y estuvo valeroso, aunque sin claridad de ideas, el mexicano Miguel Ángel García; de todos modos, su impresionante aguante ante las tarascadas del áspero tercero le conquistaron ovacionada vuelta al anillo.
Con ese bagaje de triunfos a golpe cantado llegó, el domingo 18, la tercera comparecencia consecutiva del César de América, como denominaban sus panegiristas al mayor de los Girón ¿Sería capaz de mantener el nivel que él mismo se había autoimpuesto? Lo fue. Y esta vez no solamente con uno sino con sus dos oponentes, a los que banderilleó entre ovaciones, dominó con maestría y muleteó con mucho largura, temple y sabor, ese sabor suyo sustentado en el mando rotundo y la garra torera, más que en esencias clásicas y aromas sutiles. Muy criollo, muy venezolano por lo demás.
Sólo que esta vez no acertó con el estoque, lo cual le impidió continuar sumando apéndices a su estadística. En ambos dio la vuelta al ruedo. Como vuelta le hicieron dar los caraqueños al duranguense Guillermo Carvajal en reconocimiento al valor derrochado ante el quinto de El Rocío –de Manuel Buch, una ganadería mexicana más–, luego del silencio que acompañó su entrega de los trastos al mozo de espadas tras el nulo lucimiento que alcanzó con su soso primero.
Quien triunfó en grande fue Paco Mendes. Atravesaba su momento más dulce el diestro nacido en Beja (24-12-32), en el Alentejo portugués, y doctorado en Málaga (10-08-54), y le correspondió además un lote magnífico al que bordó clásicamente sin el menor tropiezo. El corresponsal del semanario español El Ruedo lo vio así:
"Paco Mendes se consagró como figura del toreo. Realizó dos grandes faenas entre música y atronadoras ovaciones (…) En su primero perdió las orejas, que el público ya pedía, por no acertar con el estoque. Dio vuelta al ruedo entre una gran ovación. En el sexto remató la enorme faena con una gran estocada. Se le concedieron las dos orejas y el rabo. Fue paseado en hombros por el redondel y así salió en triunfo por la puerta grande.". (El Ruedo, 22 de diciembre de 1955).
De César Girón, el mismo anónimo cronista expresó lo siguiente: "Toreó espléndidamente, pero no tuvo suerte a la hora de matar, por lo que perdió los trofeos (…) Muy bien al veroniquear y en los quites (…) cubrió un magnífico segundo tercio con el banderillero portugués "Badajoz", a quien Girón dio oportunidad de lucimiento en el cuarto toro (…) En sus dos faenas escuchó música y aclamaciones, sobre todo al torear por naturales (…) Mató a su primero de media, pinchazo y estocada (…) A su segundo, de estocada y tres descabellos. En ambos dio la vuelta al ruedo y saludó desde los medios. (íbid).
Luces y sombras
En entrevista posterior a su retirada, César Girón afirmaría que la que estimaba mejor faena de su vida la cuajó en el mismo "Nuevo Circo" el 24 de marzo de 1963 con el toro "Jarameño", de Piedras Negras, alternando con Pepe Cáceres y Fermín Murillo. Entre sus aportaciones a la tauromaquia hay que anotar el circular de 180 grados, insinuado anteriormente por Luis Miguel Dominguín pero dotado por César de la mayor redondez y ajuste. Su despedida, como único matador de un encierro zacatecano de Valparaíso, tuvo también caracteres de apoteosis (Caracas, 27-03-66). Como tantos otros, volvería César a enfundarse en el terno de luces… pero ya no fue lo mismo.
Cuando anunció su reaparición, en 1968, topó con una demanda judicial, levantada ante el fuero común por un aficionado caraqueño que lo denunciaba por fraude y engaño al quebrantar su promesa de no volver a torear profesionalmente. Pudo solventar la querella, pero sus paisanos, como los demás públicos de España, México y América del Sur, ante los cuales compareció en su segunda época, pudieron constatar, metafóricamente, la notoria diferencia existente entre "Los Tres Mosqueteros y Veinte años después".
La Plaza México, que había presenciado una de sus tardes más apoteósicas (26-03-61), abroncaría a todo pulmón al César Girón desaprensivo y entrado en carnes que fracasó sin atenuantes al presentarse por última vez en la plaza mayor del mundo (24-01-71).