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San Isidro: La rebelión de los ninguneados (II)

Lunes, 17 Jun 2024    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
Repaso a la actuación de los toreros que actuaron en Madrid
Ningunear, escribió Octavio Paz, es "hacer de alguien, ninguno"; es decir, negar la existencia de ese alguien, decretar su invisibilidad desde posiciones de poder o persuasión maliciosa. Y la gran nota de la de otra manera descolorida isidrada reciente la dieron, a última hora, dos toreros que hasta hace muy poco sobrevivían sin contratos ni porvenir aparente: Borja Jiménez y Fernando Adrián.

La puerta de Madrid que ambos abrieron por ley de su torerismo y entrega le garantiza menos al segundo que al primero, aupado Borja en un carisma personal, entre cordobesista y julista, de indudable atractivo para la masa. Dicho sea sin menospreciar las ¡22! Salidas en hombros consecutivas que marcan la incontestable trayectoria de Fernando Adrián. Y sin dejar de considerar que ambos aún tienen mucho camino por andar y bastantes cosas que corregir, como es natural.

Una historia que no es nueva, por lo mismo pasaron antes Daniel Luque, Emilio de Justo o Juan Ortega, por mencionar ejemplos recientes. Como antes y por años Curro Díaz, Morenito de Aranda o el mismo Diego Urdiales. Huérfanos del apoyo de las grandes casas, su compromiso vocacional con la profesión no conocía más salida que esporádicas corridas en cosos de tercera con hierros duros y la burla de eventuales promesas de algo mejor, nunca materializadas. 

Y si ese ha sido el destino de numerosos diestros españoles de valía, no hace falta mucha imaginación para entender lo que pasan los que proceden de fuera, por lo menos de 1936 a la fecha. Las excepciones corresponden a los poquísimos que consiguieron romper el cerco del ninguneo –solamente Carlos Arruza, los Césares Girón y Rincón, orgullos de la Venezuela y la Colombia taurinas, Sebastián Castella y últimamente Andrés Roca Rey: seis en un siglo–, gracias a que tomaron por sorpresa a los celosos guardianes de todos conocidos. Guardianes que no sólo operan en los ámbitos del poder empresarial, porque la burbuja al mando incluye a la élite de las figuras y sus apoderados, y a una publicrónica acomodaticia y mediatizada.

Más datos para la reflexión: la alternativa de Fernando Adrián data de 2012 y Borja Jiménez la tomó tres años después. Y pese al tiempo transcurrido, ninguno de los dos lleva toreadas ni medio centenar de corridas. Que eran mucho menos el año pasado, cuando se les ocurrió trasponer aupados por primera vez la puerta grande de Las Ventas. 

La doble gesta

Tras desorejar al estupendo "Experto" de El Torero y pasar aceite ante los victorinos –el segundo, insuficientemente picado, lo desbordó en todos los frentes, y al último aniquilaron en varas –, Borja Jiménez fue a encontrarse con el toro de esta y de muchas ferias, "Dulce" de Victoriano del Río. Y le bordó un faenón basado en un aguante sin fisuras y largas tandas de toreo fundamental ejecutado con mando, temple y profundidad intachables. Un juez torpemente miope le negó la segunda oreja, sólo para ceder blandamente ante la petición que siguió a la muerte de su segundo, un noble y frágil sobrero rojizo de Torrealta con el que estuvo igual de entregado y torero.

A Fernando Adrián –dos salidas en hombros el año pasado– la empresa lo borró de San Isidro de manera incomprensible. Rescatado por la Diputación para su corrida de Beneficencia, ésta quedó en mano a mano entre Sebastián Castella y el madrileño tras la deserción de Morante. Para abrir boca, Adrián resucitó el auténtico saludo por faroles de rodillas –cinco o seis, perfectamente ligados– tomando por sorpresa al tendido. El de Garcigrande, primero suyo, respondió bien, pero aunque no lo hubiera hecho la impresión es que la propuesta del hombre aquel de blanco y plata habría sido la misma: aguantar, mandar y ligar sin ceder pasos y pasándose los pitones a centímetros. Así conquistó la oreja de ese primero suyo y una más del excelente cierraplaza  –"Bromista", cuya vibrante calidad no fue ninguna broma–; es posible que, con más rodaje, su aprovechamiento de tan magnífico ejemplar hubiese sido mayor, pero la salida en hombros –tercera suya en Madrid en apenas tres actuaciones– no hay quien la discuta, pese al sablazo en la paletilla –culpa de involuntario tropezón– que precedió a una estocada fulminante.

No hay quien la discuta aunque, claro, con el cerrado sistema empresarial nunca se sabe.

Otros postergados dicen presente

Víctimas de los tejemanejes de despacho, Román Collado y Manuel Escribano salieron a jugarse el todo por el todo a una sola carta. El valenciano (11-05), con un astado asequible de Fuente Ymbro y otro tremendamente encastado y en medio de un vendaval, pudo inclusive abrir la puerta grande, porque a la oreja del primero debió sumarse otra aún más meritoria, negada por su espada (oreja y vuelta fue su balance). Fiel a su sino, al día siguiente caía herido en la plaza francesa de Vic-Fesenzac, la de los torazos cuyo armamento apenas cabe en el pasillo de toriles. 

A Escribano, en posesión de su vena ardorosa y entregada de siempre y en lucha contra los elementos que el día de los Adolfos se acumularon –viento, lluvia torrencial, morlacos ásperos o flojísimos –, el presidente le robó una oreja solicitada con unanimidad (06-06). Ninguneo por duplicado, dado lo injusto de relegarlos a ambos, Escribano y Román, a una aislada aparición isidril.

El infortunio del moreliano Isaac Fonseca, condenado asimismo a una sola corrida, no asomó hasta el sexto toro, cuando pugnaba por la soñada segunda oreja después de la que a ley le tumbó a "Liriquillo", el único aprovechable del enorme encierro de Pedraza de Yeltes (02-06): "Pensativo", sobrero de Torrestrella, al que había metido ya en la muleta, le tiró un derrote seco abajo de la chaquetilla y le infligió grave cornada en el costado izquierdo enviándolo a la enfermería entre la consternación general. Magro consuelo: el premio a la mejor estocada de una feria en que abundaron los buenos volapiés.

Galván rinde honor al arte

Ahora bien, desde el punto de vista estético, la faena de la feria la cuajó el gaditano David Galván con "Embeodado" de El Torero (22-05: oreja por aclamación). Aquel desborde de imaginación, frescura y sello propio duró apenas seis minutos y resultó excesivo para cierta prensa –"faltó toreo fundamental", adujeron algunos– pero no para un público que no salía de su asombro ni para la taimada empresa, que a los pocos días lo llamó a sustituir a Manzanares, ausente por enfermedad; esa tarde (30-05), David dio la única vuelta al ruedo.

¿Le servirá el doble golpe isidril para salir del ostracismo y el ninguneo? Hasta el momento la respuesta es no, habida cuenta de la mañosa costumbre empresarial de programar sus ferias con meses de anticipación a fin de evitar subidas de cotización súbitas y fuera de cálculo. Como fuera de todo cálculo estaba la revelación de este singular artista de la isla de San Fernando.

En esta feria de tan pocos trofeos, tan generalizada mansedumbre y no pocos dislates de presidencias y reventadores, también Tomás Rufo se llevó un apéndice en la primera de sus dos comparecencias, oreja que no agrega glorias a su historial, pero le permite mantener una regularidad basada en su probada suficiencia técnica y el hada madrina que envía al sorteo los mediodías de corrida.    

Vueltas al ruedo

Si los cortes de oreja están a la baja, la vuelta al ruedo se torna en algo más que un premio de consolación. No dejemos, pues, de mencionar a quienes la merecieron, contadas las referidas de Román, Galván y Escribano.

Vaya por delante un magistral Miguel Ángel Perera –cuatro lidias impecables sin material a modo– y con él Emilio de Justo, que pinchó excelente faena izquierdista luego de sufrir un volteretón (ambos, Perera y Emilio, la tarde de los toros de La Quinta, 17-05), Diego Urdiales, que con su toreo asolerado y suave casi cuaja a un toro de Alcurrucén humillador que duró poco (10-05) y Paco Ureña, muy dispuesto aunque embarullado con los duros victorinos que pusieron en jaque a Borja (05-06), ampliamente redimido después.

Pendientes

Como San isidro da para todo esto y más, y debido a que, inevitablemente, quedan aún bastantes cosas en el tintero, permítame el lector ponerle puntos suspensivos a estas breves impresiones, con la promesa de concluirlas en la columna de la semana entrante. 


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