El cartel de la tercera corrida de la Feria de Tlaxcala sufrió diversas modificaciones sobre la marcha, y al final terminó por convertirse en una corrida de sabor netamente tlaxcalteca, ya que la sustitución de Arturo Macías (forzada por su intempestivo retiro de los ruedos) fue ocupada por otra Macías, José Mari, que tuvo una muy interesante, y el encierro de Atlanga tuvo que ser parchado con tres toros de De Haro.
Además, habría que agregar la caída de la combinación del otro hidrocálido previamente anunciado, Héctor Gutiérrez, que no estaba convencido de torear en este escenario, esos toros, con las cámaras de la televisión presentes. Y en ese tira y afloja de los últimos días con la empresa, acabó por tomar la decisión de quitarse, no obstante que había un contrato firmado de por medio. De hecho, esta intransigencia por parte de Héctor, desembocó en el rompimiento de apoderamiento con la empresa Corona + Corona, que duró mucho menos de lo esperado. A partir de ahora será interesante observar qué pasará con la carrera del prometedor hidrocálido, que es un extraordinario torero, dicho sea de paso.
Pero dejando de lado esta circunstancia, es preciso apuntar que Jose Mari atesora claridad de ideas y un valor sereno importante, amén de un ritmo muy acompasado para torear, y si no terminó de cuajar al bravo "Esdrújulo" de De Haro, corrido en segundo lugar, sí que apuntó detalles artísticos más que significativos si se considera su escaso bagaje.
Lo más sorprendente de su actuación, fue mostrar que su toreo tiene un estilo completamente definido, como así quedó patente con ese otro buen toro de Atlanga, que se jugó en quito lugar, y al que le hizo una faena templada y muy torera, y que no pudo rubricar con los aceros, ya que tras la primera estocada, cuya punta de la espada asomó por el codillo izquierdo del toro, sin provocar ningún efecto, acabó errando infinidad de ocasiones con el descabello hasta escuchar los tres bocinazos desde el biombo de la autoridad. No obstante, el público le tributó sus palmas en son de aliento a tan magnífica demostración de sentimiento y sinceridad, con capote y muleta. Ojalá que las empresas le brinden más oportunidades, pues se las tiene bien merecidas y no hay que perderlo de vista.
El otro espada que recibía esta oportunidad como una bocanada de aire fresco, sobre todo después de sufrir pérdidas humanas muy estrechas (su tío Rafael Ortega y su abuela, doña Ofelia Blancas), era el joven Alberto Ortega, que salió decidido a conquistar el triunfo en su tercera corrida como matador de toros.
Y aunque todavía se encuentra en esa fase del cambio de ser novillero a matador, enseñó buenas cartas credenciales, sobre todo en la primera parte de una entonada faena al tercer toro, del antiguo hierro de Atlanga, que terminó aburriéndose y que a la hora de entrar a matar lo cogió dramáticamente por el pecho, partiéndole la camisa y lanzándolo por los aires. Por fortuna, el fantasma de la grave cornada en el cuello que sufrió su padre en esta plaza aquel 19 de junio de 1992, en la llamada Corrida de las Américas (también televisada a España), no fue más que un atisbo de funesta premonición que no se concretó.
Con el golpazo en el pecho, lívido, y sin poder respirar, Alberto fue atendido en la ambulancia y regresó a matar al sexto, un toro De Haro, de espectacular pelo ensabanado, que fue dócil pero le faltaba transmisión. Y delante de ese ejemplar, volvió a conectar con el público, que al final de la lidia le pidió con fuerza la oreja que le pidieron tras haber colocado una eficaz estocada que hizo doblar al toro en apenas pocos segundos, pues salió, literalmente, muerto de la mano.
El primer espada de la combinación, que estuvo anunciado desde un principio, era Gerardo Rivera, el torero de tez morena y gesto grave, que apostó fuerte desde la salida del primer toro con una larga cambiada a porta gayola, que repitió con el sobrero que vino a sustituir a ese toro que se había partido un pitón en un burladero.
Aseado, técnico e inteligente, aunque por momentos falto de chispa en esa primera faena, Rivera dijo poco al público. Consciente de que había que arrear con mayor autoridad para no pasar inadvertido, al cuarto, un toro cárdeno claro de De Haro, le buscó las vueltas en un trasteo alegre y vistoso, en el que toreó a media altura para taparle la cara a un ejemplar que pasaba más que embestía, y al que también había banderilleado con mucho entusiasmo, tal y como lo hizo con el primero, en medio de la algarabía de la gente.
De haber conseguido una estocada al primer viaje, seguramente hubiese cortado una oreja luego de ese grato afán de brindarse de cara a una afición respetuosa y entendida, frente a la que tomó la alternativa el 2 de noviembre de 2016. Pero hoy se fue de vacío, sin dejar de manifestar que es un torero válido.
Al cabo de tres horas y media que duró la corrida, la "tacita de plata" se fue vaciando poco a poco, bajo la estoica presencia del hermoso campanario del ex convento de San Francisco, que a esta plaza le otorga una fuerza visual incomparable, mientras en el ruedo, un tanto cabizbajo, José Mari Macías abandonada el coso envuelto en sentimientos encontrados en la tarde de su revelación.