"Ser famoso en Suramérica no es dejar de ser un desconocido", decía Paul Groussac burlándose de sí mismo. Un inmigrante que "veía su destino como frustrado: él hubiera querido ser un gran escritor francés, y llegó a ser un escritor, digamos célebre, aquí". Lo recordaba Borges, al final de su vida, entrevistado por Osvaldo Ferri.
Y lo hacía sin acritud. Borges lo admiraba. Escribió su obituario, le citó no pocas veces a lo largo de su obra y se preciaba de sus coincidencias. Ambos, escritores laureados, ciegos al final de su vida, directores a su turno de la Biblioteca Nacional Argentina…
Bueno, pero aquella ironía groussaquiana de hace un siglo, cuando la migración iba en contrario, ya no tiene la misma validez. Y no sólo para la literatura; para casi toda dedicación. Hoy, en la era de las redes, la selfie y el like. Cuando la vida se ha tornado una sucesión de instantáneas públicas, cualquiera, desde cualquier sitio (incluido Suramérica), puede alcanzar con cualquier ocurrencia la enorme celebridad de un influencer, que así sea fugaz, nunca fue imaginada por Groussac.
El toreo, es excepción. Se resiste. Ser figura en América, Francia o Portugal, incluso en la mayoría de las plazas españolas no es aún dejar de ser un ignorado. La bendición de Madrid sigue siendo condición de santidad.
Sin embargo, también allí, en Las Ventas, en su incierta dureza, pesa la época. El toreo que siempre ha reflejado la suya lo acusa. Tanto, que a veces ya ni siquiera es indispensable torear para ser entronizado. Sí, sin torear, perdónenme. Ya no se impone ligar la lidia total del toro-toro, oficiarla de principio a fin, bajo exigencia canónica, la faena como unidad estética y ritual, sacramento de la Fiesta. Ni hacerlo con fidelidad por años.
No. A veces basta con un pastueño, blando, corniapretadito (que ayude). Algo de pose personal en la composición de imágenes inconexas ("de pellizco"), de parón, una por aquí otra por allá, entre carrerita y carrerita. Un fierrazo cómo y por donde caiga. Un público divertido. Una presidencia condescendiente. Un ventarrón de titulares aromáticos. Unas fotos oportunas y… listo.
Es la nueva fórmula. Más perfomance que verdad. Por supuesto no sólo en el toreo. Igual o más, en las otras artes: el comercio, la política, las profesiones, y hasta la ciencia. La virtualidad, la impostura, las fake news marcan el espíritu del tiempo y el camino de la fama, clic al éxito.