Una vez más los toreros de Aguascalientes dieron la talla, pues tanto Arturo Macías como Juan Pablo Sánchez, cortaron sendas orejas y demostraron que ambos atraviesan por un bueno momento, mientras que el madrileño Fernando Robleño, que debutaba en esta plaza, terminó por demostrar su valía al final de un cartel atractivo que provocó una entrada un poco más numerosa que el día anterior.
Y es que el horario, y también el día -el segundo sábado de la Feria de San Marcos- favorecía un hecho que se vio compensado con la actitud de los toreros, cuyos distintos estilos terminaron por complementarse y aportar esa cuota extra de interés.
Fiel a su indómito carácter, Arturo Macías no quiso dejar pasar en blanco su primera comparecencia de las dos que tiene contratadas en la feria de casa, y de no haber sido por el fuerte viento que molestó en todo momento, quizá hubiera podido atemperar más su ímpetu delante del segundo toro de la corrida, un ejemplar de pelo berrendo en cárdeno, que embistió con alegría y transmisión.
Variado y versátil, Macías se afanó en agradar al público en todo momento y en sus dos intervenciones hizo gala de variedad con el capote y la muleta, aderezando con toreo de rodillas, de corte tremendista, que consiguió su primordial objetivo: calentar el cotarro delante del berrendo que iba y venía con fuerza en las embestidas en una faena que culminó con muletazos de pecho rodilla en tierra, encadenados en un palmo de terreno y la explosión de júbilo en el tendido.
Aunque el toro tardó mucho en permitirle a Arturo colocarlo para entrar a matar, en cuanto se paró el de De la Mora, el torero se fue detrás de la espada y colocó una estocada entera, en el sitio, que le valió para cortar una primera oreja, aquella que le descorría parcialmente la Puerta Grande.
Y por eso en el quinto Macías volvió a apretar el acelerador a fondo, fiel a aquella misma convicción que lo llevó a recibir la alternativa en este ruedo por allá de mayo de 2005, cuando ya dejaba entrever que lo suyo iba en serio y que estaría dispuesto a sacrificar cualquier cosa con tal de escalar peldaños.
Después de un espectacular recibo capotero, que incluyó "ojalás" y otros adornos, hizo una faena en medio de la algarabía popular, pero que no tuvo la recompensa de una oreja porque, a la hora de matar, la punta del espada asomó por el costillar izquierdo del toro. De cualquier manera, el mensaje tuvo destinatario: todo ese público que sigue a Arturo y confía en su desmedida entrega y su reconocido carisma.
Juan Pablo Sánchez hizo una faena recia y muy torera al tercero, un toro de armoniosas hechuras, al que plantó cara sin miramientos, enceló con inteligencia y terminó por darle pases templados, profundos, abriendo el compás y jugando la cintura con soltura.
En medio de la admiración de la gente, el otro hidrocálido del cartel le pisó el terreno al toro hasta sacarle muletazos mandones, de esos que provocan un sonoro olé en el tendido, y así fue construyendo una faena maciza.
En el instante de entrar a matar, sufrió un fuerte pitonazo a la altura del vientre, y parecía que estaba calado. Sin embargo, una vez retirado del ruedo por las asistencias, regresó con más determinación a la línea de fuego y de dicha manera concluyó su entonado trasteo en el que terminó por imponer su ley tras una estocada certera, que le granjeó la concesión de una meritoria oreja.
El quinto se paró demasiado pronto y no hubo manera de hacerlo embestir, así que Sánchez abrevió y eso se lo agradeció la gente, que ya estaba deseosa de ver el toro de regalo anunciado por Fernando Robleño, que había hecho una primera faena aseada, en la que estuvo mal con los aceros, y otra, la del noble cuarto, en la que pudo mostrar su bien aprendido oficio y un estilo clásico que gustó al público.
Y es que con el toro que abrió plaza estuvo aseado y breve ante un ejemplar que acudía con la cara a media altura y sin proyectar demasiada emoción al tendido, antes de que vinieran esos fallos a espadas que le habían puesto la tarde muy cuesta arriba.
Pero ya en el cuarto se reivindicó con una faena de excelente factura, en la que procuró citar con verdad y pasarse carca las nobles embestidas del cárdeno que había sido protestado de salida por carecer de un trapío más parecido al de otros de sus hermanos de camada.
Otra vez la espada le jugó a Robleño una mala pasada y al concluir la lidia fue llamado al tercio a saludar una cariñosa ovación que vino a reconocer la calidad de sus procedimientos. Este hecho contribuyó a que se animara a regalar un toro, que perteneció a la ganadería de San Constantino, con el que estuvo centrado y torero.
El brindis fue sumamente sentido, ya que le dedicó la muerte del toro al sensible José María Napoleón, que, como todos los espectadores, atendió con mucha atención una faena que no pudo hacerse en los medios porque el viento no dejaba de soplar.
A pesar de este inconveniente, Robleño aprovechó la nobleza del toro para realizas otra faena de corte clásico en la que destacó su colocación y buenas maneras, en una presentación que ahí quedará en su historial torero como algo que tenía que vivir y sin que esto representase una prueba de esas tan complicadas que cada año, en las plazas de Europa, sale a solventar sin ningún reparo y acusado oficio.
El ambiente de la Feria de San Marcos se quedó calientito de cara al fin de semana, ahora que Andrés Roca Rey, recién desempacado de España, y triunfador de Sevilla, acometerá el primero de los dos compromisos que tiene en el Serial Taurino que avanza por buen camino.