El Toreo de Cuatro Caminos había tomado el relevo cuando la Plaza México cerró sus puertas entre el 24 de febrero de 1957 y el 20 de abril del año siguiente. Y si su temporada de corridas del 58 fue un éxito completo –la ilusionada afición se volcó en el coso de Naucalpan de Juárez y toros y toreros se comportaron a la altura–, la serie novilleril que a continuación se dio arrojaría halagüeños resultados, encarnados en dos revelaciones de peso: el regiomontano Raúl García y el veracruzano –de Córdoba– Gabriel España.
Mientras el primero destacó por la muy torera y alegre enjundia que decantaba en los tres tercios, el joven de la tierra del café llamó la atención por la serenidad y finura de un estilo basado en la verticalidad y el temple, sustentados por una fuerte personalidad.
Aunque la México inició antes su temporada grande del 59, anunciando entre otras perlas la reaparición de Lorenzo Garza, la empresa de El Toreo no titubeó en dar un paso al frente; primero procuró repescar a los espadas que más habían descollado en su ruedo el año anterior –al final sólo se quedó con Calesero y Juanito Silveti, pues Capetillo, Huerta y El Ranchero se fueron con Alfonso Gaona a la México–; entonces se animó a recurrir a Carlos Arruza, que como rejoneador nunca había actuado en la capital, y, a pie, Luis Castro "El Soldado", a quien ya había hecho reaparecer el año anterior. Aquella especie de proyecto retro se completó con los luises Briones y Procuna, sin contacto desde hacía años con el público metropolitano; y como juvenil contrapeso Gabriel España, recién alternativado en Morelia (02-02-59). Sobre la marcha se reforzó ese elenco con Guillermo Carvajal y la novedad portuguesa de José Trincheira.
Como en otras ocasiones, la afición de la capital elegía entre ambos cosos de acuerdo con el interés despertado por sus respectivos carteles. Y aunque las dos plazas se llenaron simultáneamente en más de una ocasión, al final la pugna las fue erosionando, sobre todo al Toreo, obligado a limitar su temporada a siete festejos (en 1958 había dado 13).
Calesero y Procuna, sublimes
Luis llevaba casi cinco años sin comparecer en la capital. Alfonso Ramírez, con veinte de alternativa, había tenido una presencia corta pero intensa en la serie de 1958 en Cuatro Caminos. Su triunfo de orejas con "Jinete" de Cabrera (20-04-58) evidenció que se encontraba en plena madurez de su arte dando razón a la presencia de Rodolfo Gaona, que rara vez asistía a las corridas pero solía hacer una excepción cuando se anunciaba al Calesero.
No consta que el viejo Califa de León haya estado en alguno de los palcos de El Toreo cuando partieron plaza las cuadrillas de Alfonso Ramírez, Luis Procuna y Gabriel España aquel soleado 5 de abril de 1959. Sí que había un lleno total, y que el encierro de Torrecilla fue de los más arrogantes del año en cualquiera de los dos coliseos. Calesero toreó por nota al apagado primero, y si la ovación final solamente dio para un discreto saludo desde el tercio se debió a la pasividad del bicho, no al limpio torerismo de Alfonso. Permanecía entorilado uno más para el hidrocálido y con él iba a tener El Calesa uno de sus triunfos más significativos, saldado con el jubiloso tremolar del rabo de "Trianero". El primer rabo que cortaba ante la principal afición del país.
La verdad es que a los de Torrecilla les pesaron los kilos. Al siempre sorpresivo y sorprendente Procuna, en disfrute de un tercer aire de lo más sugestivo, no le ayudó nada su lote, visto lo cual decidió obsequiar un sobrero. Y fue con ese "Jarrito", del mismo hierro zacatecano, que la afición pudo gozar de una de las más arrebatadoras faenas del Berrendito de San Juan, acicateado por el éxito de Calesero pero también, seguramente, por el misterioso revulsivo que renovó en su interior los ímpetus de tres lustros atrás, cuando se colocó en figura disputándoles las palmas a señores de la talla de Armilla, Garza, Silverio, Arruza, El Soldado y Manolete.
Esa noche, en entrevista televisada y todavía caliente el rabo de "Jarrito", manifestó que acababa de cuajar la faena más emotiva de su vida. A la apoteosis de Alfonso sumó la suya y no sólo salieron en hombros de El Toreo sino que el entusiasmo empujó a la multitud que los transportaba mucho más allá, hasta las puertas de Televicentro, que transmitía simultáneamente desde las dos plazas. Esa tarde, la México se había poblado a medias para presenciar una reedición deslavada y algo anacrónica del mano a mano Garza-El Soldado, resuelta en favor del broncíneo torero de Mixcoac –le cortó la oreja a "Cupletista" de Piedras Negras– en lo que sería la última comparecencia de Lorenzo en el coso de Insurgentes.
El tercer espada en El Toreo, Gabriel España, empezó a mostrar los porqués de su reducida presencia en los carteles a lo largo de una corta y muy discreta trayectoria profesional: se le vio como a la vuelta de todo, tan soso como los bichos que le correspondieron y, desde luego, muy alejado del ímpetu esperable de un veinteañero con aspiraciones. En adelante, lo más sonado que hizo fue contraer un efímero enlace con la lindísima actriz michoacana Lilia Prado, aventura de la que saldría bastante mal librado.
Calesero, en grande
No en demérito del triunfo arrollador de Procuna, artista sin parangón, sino como deferencia al momento estelar de Alfonso Ramírez Alonso, cuyo ascenso mucho tardó en llegar y duraría más bien poco, reproduzco las letras con las que Julio Téllez García, caleserista de toda la vida, iba a rememorar, muchos tiempo después, la clamorosa victoria de su torero aquel 5 de abril del 59 en Cuatro Caminos:
"El lunes 6 nos desayunamos con esta portada del Esto: "Calesero, Procuna y El Soldado ¡Oros!", sobre una gran foto de Calesa y Procuna en hombros (…) Letras de Enrique Bohórquez en el propio Esto: "Todo lo que hizo El Calesero entró en la clasificación de lo sublime en el arte de poder con un toro y hacer con él y su embestida cuanto le venga en gana ¡Todo fue de escándalo del bueno, de grandeza, de brillantez, de deslumbramiento! (…) Yo estaba perdido, loquito. Nadie estaba bien del piso alto. El arte de don Alfonso Ramírez nos puso majaretas." (…) Pedro Ponce, en El Universal, señaló: "Calesero está en un momento de madurez taurina tan admirable, con tanto sentido de la lidia y con un corazón tan bien puesto que queriendo, y lo ha demostrado en esta lección inolvidable, le corta las orejas y el rabo a los toros que le dé la gana. Se propuso cortárselos a "Trianero"… ¡y lo logró ¡"
Pero, ¿Qué hizo El Calesero esa tarde? –se pregunta Téllez– A la distancia que dan los muchos años transcurridos y la visión de conjunto que da la obra de tan gran figura se puede llegar a conclusiones interesantes, sobre todo a partir de esta tarde en la que mostró distintas facetas de su personalidad, como tratando de trazar el camino a seguir en su ya no muy largo futuro en los toros (…) A su primer toro, "Presumido" de nombre (…) pocos muletazos por alto, algunos naturales citando de frente, uno de trinchera y punto. Parecía un ensayo para una gran faena. Había en su actitud cierto rasgo de soberbia (…) De pronto, cambia radicalmente con "Serpentino", el toro de Procuna, realizando uno de los quites más armonioso y bellos de su vida: bordó las orticinas y las remató de pie con una larga cambiada. Y fue tal la expresión de júbilo que lo obligamos a dar una vuelta al ruedo. Sí, una vuelta en un toro ajeno.
Y vino lo grande con el cuarto de la tarde, un toro quedado desde el principio, de nombre "Trianero"; bien como siempre en las verónicas, el toro remolonea con los picadores, un quitazo por chicuelinas, no pone banderillas y va a regalarnos con la muleta una de las faenas más emotivas, más breves y más bellas de cuantas haya realizado en su vida. El toro ya no tiene fuerzas, ha estado muy parado en toda la lidia. El Calesa, de rodillas, se pone a torear y da seis u ocho muletazos perfectos, rítmicos, como nadie haya toreado de rodillas. ¿Qué hizo? ¿Cómo lo hizo?
"Todavía no lo sé (...) Como Bohórquez del Esto, perdimos la noción de lo que pasaba. He tratado de reconstruir la faena leyendo crónicas de la época y nadie se pone de acuerdo (…) Un milagro de enajenación colectiva (...) Fueron muletazos de rodillas templadísimos, siempre mandando sobre el toro. Ya de pie, algún natural, uno de trinchera primoroso y mandón, que aún recuerdo, y como el toro no pasaba por el derecho al Calesa le dio por pelear; medio encorvado pero con un ritmo y una estética sublimes toreó de pitón a pitón, y vino luego aquel desplante maravilloso de rodillas dándole la espalda al toro. Cobra un estoconazo que mata sin puntilla: Locura total. Llorando, el Calesero da tres vueltas al ruedo presumiendo el primer rabo que había cortado en esa plaza." (Téllez García, Julio y otros. Alfonso Ramírez "El Calesero" El Poeta del Toreo. Edit. Gobierno del Estado de Aguascalientes. 2004. pp 98-102).
Pareja de moda
Calesero y Procuna, mano a mano, iban a provocar otro lleno el 26 de abril, cierre de la temporada del Toreo. Fue la vez que Alfonso se montó en el caballo para picar al toro que había regalado –de Peñuelas, como los otros seis– ya que su cuadrilla, ante la perspectiva de trabajar de más, le exigió el pago por adelantado de sus emolumentos, a lo que el de Aguascalientes se negó. Corrida dura y también trágica ya que el quinto, "Barqueño", cogió en su quite al sobresaliente Pancho Pavón y los médicos no lograron salvarlo de la peritonitis que se lo llevó al cabo de dilatada agonía. Antes, Procuna había bordado tal clase de faena que cortó la oreja de "Pinturero" a pesar de que pinchó dos veces. De esa temporada, él y El Calesero salieron catapultados como los ases de moda, y como tales recorrieron en triunfo el país durante el resto del año.
Sevilla, caleserista
El 9 de febrero de 1980, con muchos años de retiro a sus espaldas, Alfonso Ramírez participa en un festival organizado por la vinícola Domecq en el Rancho del Charro de la capital de la república. Varios críticos hispanos han viajado acompañando a Manolo Vázquez y Curro Romero, que están en el cartel con El Calesero, Alfredo Leal, Chucho Solórzano y Miguel Espinosa. Arte a raudales por donde se le mire. Pero el más admirable lo derrocha el Calesa. Tanto así que el escritor Filiberto Mira, que tiene en sus manos la organización del festival que la cadena SER dará ese otoño en Sevilla, busca con desesperación a Alfonso –la anécdota dice que alcanzó al auto del Calesa en un semáforo– y le propone su participación como figura eje de dicho festival.
Así se fraguó el famoso homenaje a Alfonso Ramírez "El Calesero" del 18 de octubre de 1980 en la Maestranza sevillana, con la participación de los rejoneadores Fermín Bohórquez Escribano y Álvaro Domecq Romero y, a pie, el homenajeado espada hidrocálido, Manolo Vázquez, Curro Romero, Manzanares padre, Tomás Campuzano y el novillero Manolo Tirado, con utreros de Juan Pedro Domecq.
De la crónica del suceso que para el semanario Aplausos firmó Salvador Pascual son las líneas siguientes: "Gran expectación había en Sevilla por ver a El Calesero, y Sevilla no quedó defraudada. Desde que se inició el paseíllo vimos que este mejicano (sic) de 65 años es un torero de los pies a la cabeza. La enorme sensibilidad de la afición sevillana quedó prendida de este torero de pellizco, que alcanzó su sueño de volver a pisar la Maestranza tras 34 años de ausencia. Al dar la vuelta al ruedo, un aficionado que estaba a mi lado comentó: "indudablemente, vale pagar la entrada sólo por verle andar por la plaza derrochando torería". (Mira, Filiberto. Medio siglo de toreo en la Maestranza. 1939-1989. Edit. Biblioteca Guadalquivir. Sevilla. 1990. páginas. 341–342).