Presenciar una corrida en la plaza de Acho tiene un sabor muy especial. Se trata de una plaza de toros con una mística única, no sólo por su apabullante antigüedad de más de 250 años, sino todo el sabor colonial de su construcción, desde cuya parte alta se dominan los aledaños del barrio del Rímac, uno de los más viejos de Lima.
Pero Acho es el coso más elitista del Perú, y nada tiene qué ver con la Fiesta que se vive en otras muchas regiones de un país donde el toro es la clave de una tradición cargada de sincretismo, dotada de un talante netamente popular e indivisible de las festividades religiosas marcadas por el calendario litúrgico a lo largo de todo el año.
El Perú taurino sigue siendo un misterio sin revelar, y salvo sus plazas de provincia más representativas hacia el exterior, como Chota o Cutervo, que mantienen ferias de gran relevancia en plazas con grandes aforos, hasta en los pueblos más recónditos de la serranía andina, los toros tienen una enorme importancia social por el espíritu con el que los festejos están organizados.
Muchas veces, el aficionado que no ha viajado a otros países taurinos suele despreciar lo que desconoce. Se trata de una reacción sintomática derivada de la ignorancia, y resulta interesante detenerse a pensar que la forma de disfrutar la tauromaquia tiene sus matices particulares y entraña un sinfín de emociones vinculadas a la idiosincrasia de cada lugar.
Porque cada plaza tiene un sello propio y aunque, por razones obvias, es necesario que exista una jerarquización de lo que debe de ser el espectáculo en su aspecto más ortodoxo para conservar su esencia, este hecho no invalida, de ninguna manera, la experiencia que representa el ritual sacrificial de la Fiesta en cualquier plaza de toros. La forma puede ser distinta, pero el fondo siempre será el mismo.
En esos benditos pueblos donde el hombre ha aprendido del cotidiano trato con los animales, no tiene cabida el antitaurinismo. El mundo rural en el que se han desarrollado les permite contextualizar el cometido de la existencia de los animales. Su convivencia con ellos está alejada de la artificialidad de lo acontecido en las ciudades más pobladas, con sociedades regidas por la cultura del mascotismo.
Es esa corriente de pensamiento perversa que pretende humanizar al animal, mayoritariamente a perros y gatos, que son las mascotas más frecuentes en la vida diaria de las sociedades urbanitas, alrededor de la que gravita un negocio multimillonario interesado en que se legisle en contra de lo que ellos denominan la "barbarie" taurina.
Y mientras la fiesta de los toros de la provincia peruana siga su curso, apegada a sus costumbres, será ese gran sostén que, de aquí a unos años, y visto lo que está ocurriendo en otros países de la Sudamérica taurina, el gran bastión de defensa de la Fiesta con su maravilloso ejemplo, el de seguir siendo una tradición de hondas raíces culturales, que conforman una tradición ancestral.