Quienes llevamos años en esto solemos sorprender a los aficionados jóvenes, e incluso algunos que ya no lo son, al señalar la importancia de figuras generalmente ignoradas o tenidas por secundarias a partir de la típica desmemoria histórica, mal no sólo de los taurófilos sino generalizable a los demás ámbitos de la vida.
Me ha ocurrido más de una vez cuando menciono el nombre de Alfredo Leal, aquel espigado esteta de los ruedos al que anunciaban los carteles como "El Príncipe del Toreo". Su suntuoso estilo aunaba sello y elegancia, por más que muchos lo encontraran frío y en ocasiones renunciara a mostrar la voluntad de triunfo deseable.
Ese sambenito lo persiguió hasta que, a principios de la década del 60, ya fue innegable su condición de figura. Pero algo había de cierto en aquel aparente abandono, y al mismo Alfredo le escuché decir, pícaramente, que "nunca fue el número uno ni bajó del tres". Y eso que le tocó la época en que campaban a la cabeza del escalafón Joselito Huerta y Capetillo padre –como los más consistentes– y, con sus altibajos de artistas Alfonso Ramírez "Calesero", Luis Procuna y Juanito Silveti.
Además, alternaban con ellos diestros tan considerables como Rafael Rodríguez, Jesús Córdoba, Jorge "El Ranchero" Aguilar, Humberto Moro o Raúl García, y empezaban a hacer ruido de Manolo Martínez y Raúl Contreras "Finito" mientras velaban armas los todavía adolescentes Eloy Cavazos, Curro Rivera y Mariano Ramos. Algo habrá tenido Leal para figurar preponderantemente en medio de un tinglado tan bien surtido.
Alfredo y Sevilla
Alfredo Leal Kuri (Ciudad de México, 1930-2003) había renunciado a una alternativa sin horizontes (Plaza México, 16-11-52) cuando, al despuntar la primavera de 1953, aterrizó en España en busca del ser o no ser definitivo. Gustó en Madrid, pero fue Sevilla la plaza que lo encumbró y donde un domingo de Ramos recuperaría el doctorado (18-04-54).
La ritual ceremonia fue apadrinada por Cayetano Ordóñez, el hijo mayor del Niño de la Palma, con un toro de Prieto de la Cal llamado "Dadivoso". La modestia del cartel no consiguió borrar la emoción del momento, pero Alfredo retornaría a la patria sin haber conseguido conmover al empresariado hispano. A picar piedra nuevamente. Y a tratar de sacudirse la etiqueta de gélido y académico que le pusieron cuando que era un lidiador enterado y eficaz, artista de gran finura y estoqueador formidable, argumentos que acabarían por imponerse por la vía del convencimiento.
La madurez iba a permitirle firmar un puñado de faenas auténticamente grandes: unas lo consagraron, otras lo mantuvieron arriba, si no a la vanguardia absoluta sí confortablemente asentado en la primera fila. Ya entrado en sus cuarentas, en la Plaza México, se permitió ponerles un repaso memorable a Eloy Cavazos y Curro Rivera, jóvenes astros a los que prácticamente les doblaba la edad (25-02-73).
Fallido regreso
En 1962, su consagratoria temporada de invierno en el Toreo de Cuatro Caminos no encontró refrendo el verano español, al que volvió de la mano de Manolo Chopera: tres paseíllos isidriles sin triunfo marcaron aquel flojo retorno y todo lo demás –sumó 21 corridas– lo consumió con actuaciones discretas y éxitos menores. Un caso más del mexicano que es figura en casa y segundón allende el Atlántico. Para colmo, un aislado contrato en Tijuana –viaje relámpago que no lo fue– le costó inesperada cornada, obra de un terciado bicho de Coaxamalucan. Pese a todo, Alfredo Leal tendría su revancha.
El reencuentro
Sucedió que tras un año de desavenencias entre la torería mexicana y la española se firmó la paz y, adentrado ya el verano de 1968, se convino la organización de una corrida de la concordia a la manera de las de 1951, sólo que esta vez en la Maestranza sevillana. Se encontraba Leal en plena madurez, era Curro Romero el espejo donde los andaluces mejor se veían reflejados y se acercaba el 15 de agosto, fecha ideal para dar forma a un mano a mano entre México y España, representados por dos de sus más preclaros artistas. Les llevaron una corrida combinada de Churriana y Núñez, afable y cómoda, y cada cual se alzó con una oreja en tarde de lo más amena. Nada deslumbrante, pero los sevillanos la pasaron la mar de bien y ambos países renovaron votos de amistad revestidos de grosella y oro, tonos que, por pura coincidencia, lucieron en sus ternos Alfredo y Curro.
Por extraña coincidencia, en medio de su temporada española del 68 Leal viajó a México para torear en Tijuana astados de Coaxamalucan y, de nuevo, uno de ellos lo hirió de cierta importancia. Pero ya era un torero y un hombre con el carácter que imprime la madurez para que tal contratiempo perturbara su marcha, y a poco retomaba su campaña peninsular sin perder el ritmo ni la prestancia: pocas corridas, buenos carteles, bastantes orejas y, para cerrar boca, la sevillana feria de San Miguel y la del Pilar en Zaragoza.
Sevilla, 28 de septiembre de 1968
La sanmiguelada constó ese año de dos festejos, anunciados para los días 28 y 29 de septiembre. En la primera iba a cortarse la coleta Manolo Vázquez, el artista de San Bernardo, con Alfredo Leal y Curro Romero de acompañantes; pero los dados los cargó la empresa en el otro cartel, compuesto por Rafael de Paula, Santiago Martín "El Viti" y el entonces irresistible Manuel Benítez "El Cordobés", toros de Samuel Flores, corrida ésta que llenó La Maestranza. En la del 28, en cambio, la entrada no pasó de mediana.
En tales condiciones partieron plaza los dos sevillanos y el mexicano, vestido de verde botella y oro. Los esperaba un corpulento encierro de Concha y Sierra, divisa clásica ya casi en desuso cuyo propietario era por entonces Martín Berrocal. Y salió bastante chunga –tanto que al tercero lo condenaron a banderillas negras–, aguándole la despedida a un Manolo Vázquez precavido y sin sitio, mientras Curro, el de Camas, se conformaba con dibujar alguna media de su incopiable marca antes de prodigar sartenazos en plena huida.
Para salvar de la tarde –y como veremos la feria– quedaba como única esperanza el segundo espada; es decir, el capitalino Alfredo Leal.
Inusitado: cinco vueltas al ruedo
No es cosa de todos los días el espectáculo de la Real Maestranza rendida al arte de un torero. Ese 28 de septiembre, sábado por más señas, lo protagonizó Alfredo Leal. ¿Qué noticias del fausto suceso llegaron hasta nosotros?
"Leal toreó colosalmente con el capote escuchando en los dos fuertes ovaciones. Al primero le hizo preciosa faena en la que intercaló largos y templados redondos con los de pecho, naturales, ayudados y adornos. Mató de pinchazo y estocada. Petición y vuelta. Con su segundo instrumentó soberbia faena en la que sobresalieron los ayudados por alto, redondos y tres tandas de naturales. Mató de estocada. Oreja, petición de otra y cinco vueltas al ruedo mientras se abroncaba al presidente por no conceder la segunda oreja". (AP, agencia. 28 de septiembre de 1968).
"Pocas veces –dice mi informante– se han visto seis toros más mansos... Ni colocándose el picador en terrenos de toriles, ni acosándolos y acorralándolos iban al caballo. Manolo Vázquez mucho hizo con quitárselos de enfrente y Curro Romero, a su segundo, aprovechando las pocas embestidas que tuvo el cornudo, le cuajó muletazos de extraordinaria calidad. Alfredo Leal estuvo muy bien con su primero, siendo ovacionado y dando la vuelta a ese ruedo de oro, como dice mi corresponsal. Su segundo fue el menos malo de la tarde y le hizo Leal una faena excelente, de mucha clase, que coronó con magnífica estocada. Blanquearon muchos pañuelos y la autoridad concedió una oreja. Los sevillanos querían que se otorgara la otra, el presidente de la corrida se mantuvo firme, Leal tiró la oreja que le habían entregado y dio cinco vueltas al ruedo. Al día siguiente se lidiaron toros de Samuel Flores, bravos con los picadores pero que, por exceso de castigo, se aplomaron. Bichos grandes y de difíciles condiciones para la lidia con los que El Viti estuvo en plan de maestro. El Cordobés dando brinquitos y de torear, nada. Rafael de Paula, medroso, acabó por dar un mitin con su segundo, al que le tomó un pánico como para ganarse una medalla de oro en una olimpiada del miedo. (Esto, 2 de octubre de 1968. Juan de Marchena, columna "Con la puntilla… del lapicero").
En medios españoles
Era "El Ruedo" la revista de toros que, cada semana, marcaba la pauta del acontecer taurino. La feria sevillana de San Miguel marcaba, con la del Pilar, el cierre de la temporada, y sus dos corridas del 68 fueron reseñadas por Don Celes para el popular semanario. Era cronista de abolengo, y sobre la actuación del mexicano Leal escribió lo siguiente:
"Alfredo Leal fue el triunfador de la tarde. Y de la feria, pues no sólo lucró la única oreja que se ha cortado, sino logró la adhesión del respetable, que le hizo dar dos vueltas al ruedo en su primero y un sinnúmero de ellas en su segundo, en parte como represalia a la sobriedad presidencial, reacia prodigar los apéndices ¡Estábamos en Sevilla! Pero por lo demás, como si no estuviéramos, a juzgar por la mediocridad de todo lo demás. Leal muleteó muy bien a sus dos toros, y en su segundo clavó majamente la espada hasta la empuñadura en estocada perfecta. Las dos faenas fueron abundantes, muy finas, valerosas y ambidextras". ("El Ruedo", 1 de octubre de 1968).
Más extensa es la crónica de Don Fabricio II, otro escritor ampliamente acreditado, publicada en la edición andaluza del diario ABC. Desde el encabezado ("Una faena excelente y una gran estocada") enfatiza la gran tarde del diestro capitalino. Lean si no.
"El triunfador único y legítimo de la tarde ha sido Alfredo Leal. Su primer toro frenaba ante el capote y punteaba sin pasar. No quería ver al caballo, pero consiguieron picarlo a favor de la querencia de chiqueros. Pero llegó aprovechable al último tercio, y Alfredo Leal, que es lidiador veterano y conoce el oficio, lo muleteo con arte, serenidad y prestancia, y después de señalar bien lo mató de estocada en lo alto. Hubo petición de oreja y paseo circular. El éxito redondo vino con el quinto, al que recogió hábilmente con el capote. Tomó el animal tres varas, con bríos la primera y doliéndose las otras dos. Después se dejó torear. El mejicano (sic) compuso una faena muy meritoria, enjundiosa y justa en la que brillaron el dominio y la calidad, lo mismo en los redondos que en los naturales y de pecho, largos y templados. Y como final una gran estocada hasta las cintas y en los rubios, entrando a ley, despacio y recto, y saliendo de la suerte limpiamente. Como premio, una oreja de las dos que pidió el respetable insistentemente. Después de aceptar el trofeo, Alfredo Leal renunció a él y, obligado por el entusiasmo multitudinario, dio cuatro o cinco vueltas al ruedo. La presidencia oyó fuertes protestas, que se recrudecieron al final. (ABC, edición de Andalucía. Domingo 29 de septiembre de 1968).
En su ficha de la corrida, Don Indalecio II consignó datos sobre los dos toros con los que triunfó el mexicano: "Ratonero", cárdeno listón de 465 kilos, y "Ubricano", negro listón, bragado, meano, de 499, que fue el de la oreja y las cinco clamorosas vueltas al anillo.
Campaña redonda
Entre que no duró más que dos meses y medio y se interpuso el percance de Tijuana, Alfredo Leal sólo alcanzó a sumar en 1968 once corridas en plazas españolas; le reportaron en total 15 orejas y el rabo de un toro de Atanasio Fernández al que cuajó inspiradamente en Zaragoza, para rubricar su último contrato del año (13-10-68).
A Sevilla volvería para actuar dos veces en la feria de abril del 69, corridas en las que mantuvo el tono sin logros mayores. Luego se enroló en la guerrilla urdida por El Cordobés en franca rebeldía contra las casas empresariales. Sumó así otras 18 fechas con abundante cosecha de orejas, aunque fueron triunfos de importancia menor, obtenidos ante públicos complacientes y en cosos menores, incluso portátiles en algunas ocasiones.