La anunciaron como "La corrida del siglo" y nadie sintió que hubiera en ello exageración alguna. Era la mejor época de don Nacho García Aceves al frente de la plaza "El Progreso" de Guadalajara, culminaba una de esas temporadas invernales llamadas a enriquecer los anales de las corridas de toros en México, pues lo mismo en la capital que los estados se estaba viviendo una sucesión memorable de gestas taurinas, con muchos toros embistiendo de lujo y los toreros la bordaban.
Desde hacía años, Guadalajara sabía que cada 21 de marzo los papeles engomados sobre sus muros anunciarían el cartel culminante de la campaña invernal, pero esta vez el anuncio de la combinación que saludaba la llegada de la primavera superó cualquier expectativa optimista al reunir al nombre prócer de San Mateo los de las dos figuras mexicanas más en forma –Manuel Capetillo, tapatío, y Joselito Huerta, poblano– y los de los dos sevillanos que habían arrebatado a la afición con sus ímpetus juveniles y el tesoro de un arte personalísimo: Diego Puerta y Paco Camino.
Fue que se abrieran las taquillas y la gente les arrebatara las entradas a los boleteros. Aunque a la hora buena se lamentara la ausencia de Puerta, el triunfador más constante en ese su primer invierno en nuestro país, con cinco orejas en la México y victorias incontestables en León, Monterrey y la propia Guadalajara.
Pero ni siquiera frenó entusiasmos la defección del diestro de San Bernardo, imposibilitado de acudir porque el domingo anterior un toro lo volteó y le fracturó varias falanges en Bogotá; rápidamente, la empresa apalabró como reemplazante al catalán Joaquín Bernadó, de buen cartel en Guadalajara. Y santo remedio.
Fue también la primera ocasión en que las cámaras de Telesistema Mexicano se trasladaron fuera de la Ciudad de México para transmitir en directo una corrida. Naturalmente, el grueso de la prensa especializada estuvo presente, y los diarios del día siguiente darían generoso espacio al suceso.
Suele ocurrir que, en tales ocasiones, el fiasco resulte de tamaño parecido al de las desorbitadas expectativas, pero el cartel del siglo nació bendecido por los dioses y la esperanza de presenciar una gran tarde quedó rebasada en los hechos. Aún andan por ahí filmaciones de las faenas de Capetillo, Huerta, Bernadó y Camino para confirmar, con su grandeza, la que alcanzó la Fiesta de nuestras pasiones aquel jueves 21 de marzo de 1963.
San Mateo
La verdad es que la prócer vacada, pasada su época de auge, ya casi no lidiaba. Al morir don Antonio Llaguno González (1953), su hijo, Toño Llaguno García, contrajo nupcias con una hermana del matador Manolo González y pasaba largas temporadas en Sevilla, limitando a la venta de sementales su relación con la ganadería. Este viraje fue inundando de sangre Llaguno la cabaña brava nacional, un beneficio aparente que, a la larga, iba a favorecer el monoencaste que, mal manejado en general, daría lugar a la prevalencia del insulso post toro de lidia mexicano, que tanto ha contribuido a alejar a la emoción y los públicos de los cosos del país.
La corrida de Guadalajara –prácticamente la única plaza que a la sazón anunciaba sanmateos, a favor de la cercana amistad entre don Nacho García Aceves y el heredero de la divisa rosa y blanco– resultó desigual. Casos extremos fueron los lotes de Capetillo y Paco Camino, compuestos por un toro excelente y otro declaradamente manso. Los mejores salieron en tercero, cuarto y quinto lugares y fueron cabalmente aprovechados por Bernadó, Manuel y Paco; en cambio, el lote de Huerta fue el menos proclive a la entrega dentro de un encierro predominantemente huidizo. Luego de ordenarse arrastre lento para el quinto de la tarde, desorejado por Capetillo, el tapatío invitó a compartir una aclamada vuelta al anillo a sus tres alternantes y al caporal de la ganadería, el célebre "Santanero" (Gustavo Castro Cuna). Y allá iban todos, felices y contentos.
Orejas a Capetillo
El abreplaza, luego de una promisoria tanda derechista de Manuel, escapó hacia tablas y luego se dio a huir descaradamente frustrando la buena voluntad del primer espada; en su desencanto, Manuel pinchó de mala manera. Le pitaron fuerte.
Pero con "Granatillo" cambió el panorama; Capetillo supo retener en su muleta a un animal que salía suelto pero tenía clase y terminó ligándole un faenón preferentemente derechista, a base de esos muletazos largos y sabrosos que tanta fama le dieron. No faltaron naturales de templado trazo y hasta una apretada arrucina en el momento culminante de un trasteo que arrancó del tendido ovaciones, dianas y prendas, y que pese al pinchazo previo a la estocada se premió con las dos orejas del alegre burel sanmateíno.
Huerta: voluntad inquebrantable
Ya le había cortado la oreja a su primero, "Vencedor", pero donde el indio de Tetela se manifestó en plenitud fue con el segundo de su lote, que se llevó una puya enhebrada convirtiendo el tercio de varas en un caos y acabó sus días suelto, bronco y duro de doblegar. Pero no iba el poblano a dejar que se le fueran por delante sus alternantes y a fuerza de aguante y poderío lo fue sometiendo hasta quedarse con él y ligar una faena de gran mérito. Un par de pinchazos redujeron a la vuelta al ruedo su recompensa, pero el gran cartel de que gozaba en Guadalajara había sido refrendado con creces.
Gran faena de Bernadó
Lejos de desmerecer de sus colegas, el catalán obsequió a la corrida del siglo con una de sus actuaciones más completas en México al bordar de cabo a rabo a "Cubetero", primero suyo y el de más dulce estilo del dispar encierro. Desde su salida, este burel –bizco de encornadura– dio muestras de clase y repetitividad, y Joaquín, que lanceó con gran finura, le bordó un precioso quite por chicuelinas citando de frente. Y su faena fue redonda, completísima. La inició con varios muletazos sentado en el estribo y continuada con tandas suaves y templadas con la derecha para culminarla con precisos naturales frontales y ajustadas bernadinas. La estocada quedó en lo alto, desmintiendo el eterno talón de Aquiles del artista catalán, y las dos orejas estaban cantadas. Después iba a deshacerse con brevedad de su segundo, un manso declarado que en realidad no tuvo un pase.
Apoteosis caminista
La gran temporada de 1962-63 de Paco Camino en ruedos mexicanos iba a culminar con lo que he llamado su decena mágica. Y es que fueron diez días culminantes para su carrera –y no sólo en México– iniciados precisamente esta tarde tapatía en que el camero se encontró con un nobilísimo cárdeno nevado en primer lugar y le bordó un faenón imponente de temple, clase privilegiada e inspiración total. La cerró de antológico volapié y paseó las orejas y el rabo ante un gentío enloquecido.
Pero si la anterior había sido obra digna de una figura de época, Camino rebasó los límites de lo asombroso ante el veleto y descastado "Pajarito", el sanmateíno destinado a cerrar plaza. Y a abrir las compuestas del asombro total, ante la maestría con que el entonces apodado Niño Sabio de Camas lo fue metiendo en su muleta –"Pajarito" acometía a oleadas y sólo buscaba escapar: el primer tercio había sido un herradero– para terminar ligándole un faenón por naturales que se antojaba imposible.
Dominando y templando la fuerte embestida, el sevillano acabó elevando la apoteosis de ese día venturoso hasta lo inconcebible, como si no hubiera ya sobre la arena hazañas bastantes que legar a la historia. La historia del añoso coso tapatío, por supuesto, pero también la historia grande la Fiesta, que ese 21 de marzo de 1963 vivió una de tarde de recuerdo imperecedero.
Y, cosas de la vida, a poco de esto el enorme artista sevillano iba a ver cortado todo contacto con la afición mexicana por motivos personales. Y para mayor ironía, Guadalajara no volvería a verle cortar un solo apéndice en sus posteriores participaciones. A saber las dimensiones que habría alcanzado este genio del toreo de haberlo acompañado asiduamente el hambre de triunfo que lo animó y lo proyectó hasta la cumbre aquella tarde, preludio de su recordado faenón a “Catrín” de Pastejé la noche de la Oreja de Oro (27.03.63) y de su encuentro inmortal con los berrendos "Gladiador" y "Traguito" de Santo Domingo (31-03-63) en El Toreo de Cuatro Caminos. La famosa decena mágica a la que en otras ocasiones me he referido.