Desde fechas tempranas, el espectáculo de las corridas de toros se ha convertido en hecho inseparable del cartel que lo anuncia. En los comienzos, el aviso de este acontecimiento, correspondía al pregonero, quien a viva voz, daba cuenta de la organización de este tipo de festejo y el motivo de lo que producía, dictando asimismo, las normas que habían de observarse durante el desarrollo de la fiesta.
Con el paso del tiempo y, en ciudades de relativa importancia, el anuncio que realizara el vocero, es recogido por los tipos de imprenta, trasladándose a papel, el mensaje que, a modo de bando, quiere darse a conocer al público. Estos primeros carteles se reducen a mera tipografía, siendo el texto el principal elemento visual que, en todo caso, queda resaltado mediante una orla o cenefa en la que se incluye una cierta intención decorativa.
En cuanto al orbe taurino, desde fechas tempranas circulaban impresos en papel y en tela de raso referentes a fiestas reales, como las celebradas en Sevilla en 1738 y 1740 con motivo de bodas dinásticas, en las que, además de cañas y otros juegos caballerescos, se corrieron toros con el concurso de varilargueros y estoqueadores. Precedentes del cartel taurino que, sin embargo, atañen a celebraciones extraordinarias y denotan más el propósito de conmemorar el suceso que de anunciar un espectáculo popular para estímulo de la concurrencia.
Sistematización del aviso impreso taurino que corre pareja de la codificación estable de la lidia y de la creciente regularización de los toros como el gran espectáculo nacional. El cartel cortesano andaluz se atiene puntualmente al sobrio arquetipo madrileño: pliegos horizontales de unos 30 por 40 centímetros, con orlas más o menos elaboradas que encuadran textos de tipografías jerarquizadas en las que se resaltan la autoridad o institución que auspicia el festejo
En el primer tercio del XIX el cartel taurino, se muestra ya completo, con todos los elementos y detalles pertinentes del festejo. Para fines de la década de 1830, en un proceso que no es ajeno a los cambios sociopolíticos (disolución del Antiguo Régimen, extinción de los privilegios corporativos en la organización de corridas…), las innovaciones técnicas (papel industrial, grabados en madera y galvanizados, litografía…) y la evolución de la tauromaquia (primacía de los matadores…), el encorsetado aviso cortesano deja paso a un modelo de anuncio que refina su lenguaje y recursos propagandísticos, hasta consolidar un género de la publicidad y las artes gráficas con plena personalidad.
Se modifican igualmente el contenido y gradación de los textos; sobre un fondo de apretada escritura con toda la información del espectáculo (cuadrillas, horarios, avisos, tarifas, "Habrá trenes especiales…"), en lugar de los formalismos oficiales se resalta ahora en grandes rótulos "Plaza de toros de…", "Famosa corrida…", "Toros de muerte…", "Novillos…", las fechas, las ganaderías, y, con titulares protagonistas, los diestros, los matadores, reflejando su encumbramiento en la jerarquía del toreo.
Entre la gran variedad de soluciones gráficas y utilidades que asumen los impresos de las corridas (programas de mano, anuncios de diferentes dimensiones y composición para un mismo espectáculo, carteles de recuerdo tirados en seda…), por estas fechas sobresalen los de formato "banderilla" (de mano, muy estrechos y verticales) y, en especial, los grandes carteles murales, que sustancian el que se ha designado como “cartel integral”: el anuncio no es ya resultado de la yuxtaposición más o menos estudiada de orlas, viñetas, letreros y textos, sino que funde en una composición unitaria un amplio campo de imagen multicolor con elaborados rótulos y otros elementos textuales.
Imágenes variadas que van de los lances en el ruedo, las más de las veces, y cuadros de aire costumbrista dentro o en el entorno de la plaza, a escenas camperas de toros y muchas otras composiciones. Bajo esta orientación, el cartel taurino adquiere un fuste artístico cada vez mayor y sale del anonimato de la mano de ilustradores, dibujantes y pintores reconocidos, desde los precursores Daniel Perea y Marcelino de Unceta a los prolíficos Ruano Llopis, Julián Alcaraz o Roberto Domingo, que llevan a la cúspide este género, contándose entre los artistas andaluces que también firman carteles de toros Rico Cejudo, J. Lafita, Dubois, M. Viñó, A. Gherssi, M. A. Moyano y un largo etcétera.
Bibliografía:
Cabrera Bonet, Rafael. "Orígenes y evolución del cartel taurino en España". Junta de Andalucía, Sevilla, 2010.
Preguezuelos Rodríguez, Maribel. "El cartel taurino. Arte y pasión". Universitat Politécnica de Valencia. 2006.
Zaldivar, Rafael. "El cartel taurino". Espasa Calpe. Colección La Tauromaquia No. 26. Madrid. 1990.