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Un clásico: Currito de la Cruz

Viernes, 05 Abr 2019    CDMX    Quetzal Rodríguez | Foto: Archivo   
“…su situación de huérfano criado en un hospicio lo sitúa..."
La novela que está en la base del filme alcanzó el éxito desde su publicación en Editorial Pueyo en 1921. El autor Alejandro Pérez Lugín, ya era conocido como autor de folletines de gran aceptación, pues su libro "La casa de la Troya" se había hecho muy popular, sobre todo, a partir de la versión cinematográfica que el propio había realizado en 1924 con la ayuda de Manuel Noriega. 

De ahí que su adaptación cinematográfica fuese preparada con todo lujo de detalles, entre los que no faltó la base económica más que generosa para acometer una producción que así pudo estar apoyada en los mejores medios técnicos de que disponía la industria fílmica española del momento.

La investigadora Antonia de Rey menciona que en un principio, Pérez Lugín contó con la ayuda de expertos técnicos para poner en pie su ambiciosa obra. Fernando Delgado, actuó como director escénico durante los dos primeros meses del rodaje, Enrique Blanco dirigió el equipo de cuatro operadores que fotografiaron sus hermosas imágenes y los pintores sevillanos Alfonso Grosso, Santiago Martínez y Juan Lafitta prestaron su asesoramiento y ayudaron a reproducir en algunas escenas cuadros taurinos de José Villegas Cordero.

Para el escritor Manuel Vidal se trata de un texto que Pérez Lugín  cuidó de adaptar cuidadosamente para evitar que el guión resultante quedara mermado en aquellos detalles que él se había esmerado en reflejar en la novela. Esta es un folletín que, como marcan los cánones, cuenta con una complicada trama argumental en la que las peripecias que ensombrecen la vida de los personajes se enredan y acumulan de principio a fin, sin solución de continuidad. 

Por otra parte, en el filme la estructura no respeta el orden cronológico de los acontecimientos, sino que está apoyada en varios retrocesos que permiten al autor descubrir hechos que sucedieron en el pasado y siguen pesando en el presente de los protagonistas.

La simplificación de ese zigzag argumental es una de las soluciones que empleó Pérez Lugín en la adaptación cinematográfica. De tal modo que, si en el folletín literario la trama se inicia con el joven Currito a punto de lanzarse al ruedo como espontáneo para enfrentarse a un Miura, en el filme, la historia comienza convencionalmente contándonos la infancia del muchacho en el hospicio de caridad. Así se evita el flashback con el  que, en el texto escrito el novillero rememora su infancia en el hospicio.

Las diferencias principales, además de la simplificación estructural más arriba mencionada, tienen que ver con la omisión que el guión hace de detalles relativos a los personajes secundarios. Algunos de ellos tan claves para el desarrollo de la trama como el personaje  Sor María del Amor Hermoso, cuyo desliz de juventud, el nacimiento de un hijo que le es arrebatado por su aristocrática familia y el trauma consecuente que la empuja a la vida religiosa, son ajenos a un guión que debió asumir el punto de vista de la censura vigente.

Ésta con toda probabilidad, en opinión de la referida Antonia de Rey no habría permitido en una película semejantes anécdotas vinculadas a una monja, aunque ellas fueran de uso común en los folletines de quiosco. Si de principio a fin la novela está jugando con la idea de que la frustrada madre cree reconocer en el niño Currito al hijo perdido, la película, al omitir las verdaderas razones del interés y atracción que siente por el huérfano, transforma la pasión tan humana de Sor María del Amor Hermoso en ejemplar caridad cristiana.

El relato se sostiene sobre dos clases de soporte, los personajes, que enfrentan sus intereses en un juego de fuerzas que tensan el ritmo narrativo, y las pasiones, a las que ellos mismos se ven sometidos de forma incontrolable. Éstas, en sus variantes de orgullo, odio, venganza y amor, dirigen los acontecimientos e incitan los intereses aquellos disparando las conductas.  Cuatro son los protagonistas capitales, cuyas vidas se entretejen paralelas a los acontecimientos que se suceden en el marco de los ambientes taurinos. 

El arrogante personaje Manuel Carmona, torero consagrado que desprecia, ignorándolo, al joven espada Romerita. Este, humillado por esa indiferencia, encuentra fácilmente el camino de la venganza cuando, con sus dotes de donjuán, logra seducir la hija del torero. Rocío, abandonada pronto por Romerita y repudiada por su padre, será la víctima inocente que pagará caro el atrevimiento de haber osado contravenir las normas actuando por su propia voluntad al seguir al joven matador en conde la autoridad paterna.

Cobre el trío anterior se yergue la figura de Currito de la Cruz, el personaje que su nombre a la historia. Aunque su situación de huérfano criado en un hospicio lo sitúa socialmente por debajo de los anteriores y le imprime un acusado hundimiento psicológico, sus cualidades morales le dan, sin embargo, carácter de héroe. Generoso, sensible y valiente, la pulsión amorosa que lo empuja hacia Rocío le ayudará a vencer su timidez para enfrentarse por ella con el mismo Romerita.

Bibliografía

Del Rey Reguillo, Antonia. "Los rótulos o la disrupción narrativa en Currito de la Cruz". En Revista de historia del cine, número 11. Año 2000.

Pérez Luguín, Alejandro. "Currito de la Cruz". Editorial Rivadeneyra,1922.

Vidal Manuel. "Arquetipos taurinos en la novela, el teatro y el cine". En Revista de Estudios Taurinos. No. 6. Universidad de Sevilla, 1997.


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