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Historias: Rafael Barbabosa Arzate

Miércoles, 21 Mar 2018    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"...propietario de las ganaderías Atenco y San Diego de los Padres..."

Es bueno recordar, en esta ocasión, el 131 aniversario de la muerte de don Rafael Barbabosa Arzate, dueño, en su momento, de la hacienda de Atenco, entre otras propiedades. Los siguientes datos, provienen, una vez más, de mi trabajo, inédito, dedicado a la biografía de Ponciano Díaz, la cual contiene notas del arquitecto Jorge Barbabosa Torres, complementadas por el autor de estas líneas.

En el año de 1878 don Rafael Barbabosa y Arzate compró la finca de la familia de los Condes de Santiago de Calimaya, la Hacienda de Atenco y la ganadería brava del mismo nombre, que fue fundada en el siglo XVI, por el licenciado don Juan Gutiérrez Altamirano, primo, consejero y albacea del conquistador Hernán Cortés, en la época en que el Emperador Carlos V decidió nombrar una audiencia para gobernar la Nueva España, hacia el año de 1528.

Para este efecto, don Rafael hipotecó a favor de don Mariano Ulzarbe su Hacienda de San Diego de los Padres; esta hipoteca se renovó hasta el año de 1917, en que fue totalmente liquidada. En ese tiempo la hacienda de la Purísima Concepción de Atenco, como es originalmente su nombre y sus haciendas anexas de San Agustín, Santiaguito, Estancia de la Vaquería, Tepemajalco y Zazacuala, ya pertenecían a la “Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores” que fue formada en el año de 1887, a la muerte de don Rafael, por sus hijos don Aurelio, doña Herlinda, don Juan, don Antonio, don Rafael, doña Concepción y don Manuel, así como por su viuda doña María de la Luz Saldaña y Sánchez.

En 1899, don Aurelio se separó de la sociedad y por ese motivo se le adjudicó la Hacienda de San Agustín que como se dijo, era una de las anexas de Atenco.

La Hacienda de la Purísima Concepción de Atenco y sus anexas constituían una vasta y rica propiedad en virtud de la celosa, e incansable administración de sus propietarios, entre los que destacó por su personalidad, don de gentes y laboriosidad don Antonio Barbabosa y Saldaña, y por ello no obstante las vicisitudes y problemas en que cayó México con motivo de la Revolución de 1910, siempre mantuvo un destacado lugar entre las fincas agrícolas de la región, hasta que fue repartida a causa de la Reforma Agraria en la década de los años 30, terminando así con una fuente de producción que por muchos años fue modelo y que sirvió no sólo para que los que trabajaban en ella pudieran mantenerse, sino como un contribuyente eficaz y próspero para la economía de su estado. La extensión de la Hacienda superaba las tres mil hectáreas, y hoy día se ignora lo que abarcaba junto con sus haciendas anexas o si estas se incluían en esa superficie.

Don Rafael Barbabosa nació el 19 de junio de 1833, en el Rancho de Arzate, propiedad de sus abuelos maternos, don José Arzate y doña Vicenta Vilchis, en el Valle de Toluca. Fueron sus padres el señor don José Julio Barbabosa y Cruz Manjarrez y la señora doña María Salomé Arzate y Vilchis.

El padre de don Rafael, don José Julio, había construido hacia 1827 una casa en la calle de la Federación Nº 2, hoy Avenida Independencia casi en la esquina de lo que fue la antigua Plaza de Armas, llamada en Toluca Jardín de los Mártires, así como otra en la calle de la Victoria Nº 11, también en Toluca, ambas las sufragó con la herencia que recibió, el citado don José Julio, de su padre el licenciado don José Antonio Barbabosa y Díaz de Tagle en 1824 y en ellas habitó sucesivamente don Rafael con su familia.

Don José Julio casó en Toluca en 1828 con doña María Salomé Arzate y Vilchis y de ella tuvo a don Jesús María Barbabosa y Arzate, quien era tres años mayor que don Rafael y que nació también en el mencionado Rancho de Arzate el 1 de abril de 1830. Doña María Salomé dejó viudo a su marido y huérfanos de madre a sus hijos a los siete días del nacimiento de don Rafael.

Don Rafael Barbabosa leyó la gramática a los 12 años, desde entonces continuó viviendo con la familia en la Hacienda de Santín y se dedicó a los trabajos de la casa. Se unió en matrimonio, a las 3 de la mañana del 26 de mayo de 1857 con doña María de la Luz Saldaña y Sánchez. Aquella hora tan poco común para casarse fue debido a la persecución religiosa y a la guerra que se desató por la imposición de las Leyes de Reforma.

Don Rafael y don Jesús María formaron una compañía de bienes que tenían el año de 1872 y que en esa época era muy próspera, aunque hubo que optar por la disolución. Esto provocó disgusto en don Rafael que se vio relegado a segundo término principalmente por la circunstancia de que dejaba a su hermano la Hacienda de Santín y la ganadería brava del mismo nombre, en las que él consideraba haber puesto tanto de su trabajo y de sí mismo. El convenio de separación fue inspirado y dirigido por la autoridad que tenía su tía y madrastra doña Teresa Arzate, quien dio preeminencia y preferencia en todo a don Jesús María por ser el mayor de los hermanos cosa muy importante en esos tiempos.

Don Rafael se quedó con la Hacienda y la Ganadería de San Diego de los Padres y la casa antigua y primera de las llamadas casas Barbabosa, la del Callejón del Carmen Nº 3, en la que había vivido desde antes en 1854, don Jesús, construyó en 1872, la Casa del Jardín de los Mártires, que fue la segunda casa Barbabosa y que superó en mucho, en señorío, situación, lujo y prestancia a la primera.

Al morir don Rafael en 1887 se formó la “Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores”, haciendo cabeza de ella el mayor de los hijos don Aurelio Barbabosa y Saldaña

La ganadería de Atenco le tocó a don Manuel Barbabosa y Saldaña que falleció en 1958, heredándola a sus hijos. De ellos el arquitecto Luis Barbabosa Olascoaga vendió su parte a un toluqueño, de origen español, llamado Juan Pérez de la Fuente, quien se asoció con don Gabriel Barbabosa, hermano de don Luis, al que andando el tiempo, el señor Pérez le compró su parte, quedándose así con toda la vacada, misma que pasó a los hermanos de Pérez, cuando éste murió en 1988.

El casco de Atenco fue comprado paulatinamente por el mismo Juan Pérez. Doña Emma Barbabosa Ballesteros, le vendió la parte contigua a la iglesia, doña Antonia, le vendió el centro del casco, donde se localiza el comedor, la sala principal, la cocina y otras habitaciones, doña Refugio, el despacho, la sacristía de la iglesia y las caballerizas, el doctor Barbabosa, hermano de las antes citadas, le vendió la parte de la entrada a la derecha con el patio y dos recámaras.

Don Manuel Barbabosa López, primo hermano de los anteriores, le vendió la huerta de enfrente, la era y la tienda de raya. La mitad de la parte de atrás del casco, con sus construcciones ya en ruinas, las compró un señor Carretero, marido de la hija de doña Antonia Barbabosa Ballesteros, a don Ignacio Barbabosa Olascoaga.

Las fracciones de tierras, que habían quedado a las diferentes ramas de los hijos y nietos de don Rafael Barbabosa y Arzate, después de la repartición agraria y que sumaban poco más de cien hectáreas componiéndose de algunas milpas y potreros para el ganado, Pérez también las terminó adquiriendo, logrando así que hoy día, aun se asiente ahí la ganadería, que como antes se dijo es la más antigua de México y del mundo, porque en España no existía ninguna de ese tiempo que conserve el mismo nombre, el mismo fierro y que además permanezca en el mismo lugar de su fundación original.

Al paso de los años, la nueva composición de la “Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores” marcó el fin de la misma, terminando lo que en otros tiempos el sistema hereditario de mayorazgos y las condiciones sociales y políticas de la nación pudieron conservar, al menos en lo que toca a las Haciendas de Atenco y sus anexas, pero no obstante estos mil y un cambios, sobresaltos, reparticiones, ventas de grado y forzadas, pleitos, adjudicaciones y expropiaciones, nuevos propietarios y demás vicisitudes, aún hoy día al recorrer lo que queda de las señoriales habitaciones, patios y corredores de las que un día fueron las casas de los cascos de estas antiguas e históricas haciendas, que debían ser orgullo y patrimonio cultural de todos los mexicanos, vienen a nuestra memoria y evocan su presencia en nuestra imaginación las egregias e ilustres figuras de esos esforzados conquistadores, gobernantes y primeros pobladores que dieron forma y gloria a los inicios de nuestra patria y que de alguna manera aún viven a través de sus descendientes en estas tierras, pues la mayor parte de ellos, aquí formaron sus familias y nunca volvieron a España.

Hernán Cortés, los Velasco, los Altamirano, y otros personajes más, parece que todavía en alguna forma deambulan por esos espacios, pero sobre todo y en tiempos más recientes su entorno nos hace recordar a los inmortales ases de la tauromaquia como lo fueron en su tiempo Ponciano Díaz, Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita”, Carlos Arruza y otros más.

Finalmente, y en virtud de la efeméride que también aquí se recuerda, agrego la inserción que, como esquela, apareció publicada en "El Arte de la Lidia", año III, tercera época, Nº 22, p. 3, del 27 de marzo de 1887. Así, sumamos nuestra evocación para rememorar al que un día, se convirtió en un gran personaje de la fiesta de los toros en México:

"El lunes 21 a las ocho de la noche, falleció en esta capital después de haber sufrido una penosa enfermedad, el muy apreciable Sr. D. Rafael Barbabosa, rico hacendado del Estado de México y propietario de las acreditadas ganaderías de Atenco y San Diego de los Padres.  Honrado caballero y cumplido padre de familia, su muerte ha sido generalmente sentida.


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