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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 14 Sep 2017    Zacatecas, Zac    Juan Antonio de Labra | Opinión   
...los testimonios de los distintos entrevistados se revelan con...
Descarnada, humana y tremendamente realista. Así es la película "El Brujo de Apizaco", de Rodrigo Lebrija, que se estrenó anoche en la Cineteca de Zacatecas, que se vio desbordada por unos 200 curiosos aficionados. Y no podía ser de otra manera, porque Rodolfo Rodríguez fue el mejor intérprete de su personaje, ese entrañable, teatral y carismático torero conocido como El Pana.

Anoche vimos la historia de un alcohólico que exorcizaba sus demonios a través del toreo. En este devenir de sensaciones, pasando de la genialidad del torero a la brutalidad del hombre, El Pana transitó por una vida repleta de inseguridades, de complejos, de falta de amor, de una infancia sin rumbo fijo y un talento desperdiciado, tal y como, por desgracia, sucede a tantos niños mexicanos que viven inmersos en la pobreza, en la incultura, en la violencia familiar, carentes de oportunidades.

De esta guisa, "El Brujo de Apizaco" contiene una fuerte carga de crítica social, la que Lebrija muestra a través de escenas taurinas en pueblos polvorientos, en destazaderos pestilentes, en habitaciones de hoteles sin estrellas, y de diversos pasajes que entrelazan esa lucha interna y terrible de Rodolfo mantuvo contra su alcoholismo.

La espontaneidad de la obra es maravillosa. Y quizá porque no hay un guión, los testimonios de los distintos entrevistados se revelan con una inquietante crudeza que genera una atractiva intensidad. De aquellas películas de super 8 filmadas por Esleban Solano a las entrevistas y reportajes televisivos de aquí y de allá, El Pana habla, cuenta y se manifiesta sin tapujos, sin cuentos.

La vulgaridad de Rodolfo es consabida y también su estupidez, que aparece a lo largo de toda la película. Pero también se refleja la impronta del genio creativo, la ilusión del artista, la fuerza de un arte, el del toreo, que contiene una grandeza capaz de encumbrar a alguien a lo más alto y de arrojarlo al fango más profundo que existe: el de la miseria humana.

La reacción de la gente en la sala "Mauricio Magdaleno" no podía ser otra sino la misma que provocaba este singular personaje: recelo, simpatía, repudio o admiración. Todo a la misma vez.

Por eso El Pana tenía tanta fuerza como artista y nunca pasó inadvertido. Estremecía. Era un lunático precioso de esos que cada día nos quedan menos y que hoy día son una muestra de que los sentimientos, esos que muchas veces guardamos en el fondo del alma, no deben estar tan escondidos. Hay que transmitir para trascender.

Es lo que ha hecho Rodrigo Lebrija con esta ópera prima, que si bien es cierto denota la limitación de recursos económicos y también muestra diversos fallos técnicos, está cargada de una gran verdad, la de un hombre que bajó a los infiernos, conquistó la gloria, e hizo de su vida lo que quiso para bien y para mal. Así era El Pana, un romántico del toreo, ingobernable y personalísimo. Hasta en la muerte.


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