Cada tanto, la Feria de abril y la de San Marcos coinciden en el calendario. Inútil establecer comparaciones. En el mundo de los toros, cada cosa es lo que es y significa lo que significa. Si a resultados vamos, este año, a ambos lados del Atlántico, han sido demasiadas las corridas, mediana la expectación –traducida en boletos vendidos– y bastante medidos los triunfos. Por culpa del ganado primordialmente, lo cual tampoco encierra ninguna novedad.
Curiosamente, ambas ferias, antes de crecer exponencialmente en número de festejos, constaban apenas de unos cuantos –nunca más de cuatro, cinco–. Y estamos hablando de las épocas doradas del toreo, aquí y allá. ¿Les restaría eso importancia, categoría? Por supuesto que no.
Se dice, incluso, que en Serba la Bari se concedía mayor relieve a la feria de San Miguel que a la de abril. Hasta que Joselito y Belmonte voltearon al tortilla. Y en Aguascalientes, la añeja plaza San Marcos desbordaba de pasiones locales entre caleseristas y rafaelistas –Alfonso Ramírez y Rafael Rodríguez–, mientras el resto del país asistía muy de lejos a la pugna, reducida a dos o tres corridas, puntualmente organizadas por el hermano de El Calesa. Claro que hablar de La Punta o San Mateo, de lo que tan señeras divisas mandaban, era cosa muy seria. Hoy es diferente. Y el avasallamiento de la cantidad sobre la calidad, patente.
San Marcos 2017
Con la expansión de los aires festivos y el mal ejemplo de La México, el público de la Monumental de Aguascalientes ha derivado hacia un triunfalismo francamente ramplón, que muchas veces oculta, tras una insulsa cortina de éxitos apócrifos, aquello que tiene verdadera valía. Algo de esto hubo en la sanmarqueñada última, con los hermanos Adame a la cabeza –muy puesto y comprometido José, y entregadísimo, pero siempre en torero, Luis David–, Diego Silveti cambiando triunfo por cornada –lo del indulto de "Don Julio" puede discutirse, pero no la clase del de Jaral de Peñas--, Macías dando lecciones de pundonor –salió a torear con una cornada sufrida la víspera en una ganadería– y un Payo enrabietado y dispuesto, sin que hayan desmerecido el siempre sobrio y clásico Fermín Rivera, ni un entonado Fabián Barba, ni un asolerado Nacho Garibay ni un Fermín IV algo menos gélido y hasta más ceñido de lo que suele.
Hubo, como es ya normal en Aguas, media docena de nombres foráneos, e incluso un cartel de un solo mexicano y dos españoles, Urdiales y Ureña. De todos los importados, el único que cortó dos orejas a un mismo toro fue Roca Rey, exactamente como en Sevilla. Una se llevaron Perera, Urdiales y Castella –éste en reñido mano a mano con Joselito Adame, que paseó tres, alguna protestada–; los demás, bien, gracias.
Habla la Maestranza
Si sus silencios son famosos, sus decires no lo son menos, reforzada su sabrosa expresividad por aquellos. Y si en la feria mexicana de más fuste y recorrido predominó el toro fofo –con todo e indulto y alharacas, aunque esta vez haya habido más justeza para otorgar trofeos–, en Sevilla, que alguna vez fue generosa con los apéndices, la nota viene siendo la contención, si acaso olvidada cuando se trata de Manzanares, el consentido.
Fue José María el único que, en su segunda tarde, cobró una oreja de cada juanpedro, flojitos ellos; pero el que le cortó las dos de un toro se llama Andrés Roca Rey y pronto tendría que ser el más cotizado de todos. Aunque quién sabe, dada la rabiosa oposición de algunos revisteros influyentes, habituados a reflejar fielmente el sentir de ciertas figuras. Roca Rey, El Juli y Talavante –éstos dos con una oreja a espuerta– llevan taurinamente mano en el balance del ciclo, aunque la faena más emocionante, seguida con verdadera angustia, con un interés literalmente mortal, la hizo Antonio Ferrera el sábado 29.
No es cualquier cosa ver toros que, como ése cuarto de Victorino Martín, salgan tan resueltos a vender cara su vida. La fiereza con la que “Platino” rebañaba en busca del torero remite a otros tiempos de la tauromaquia, cuyos valores eternos supo representar con fidelidad conmovedora la entereza alerta y firmísima de Ferrera, cuya cabeza y corazón toreros terminaron por domeñar la endemoniada casta del entrepelado para cortarle la oreja más cara del año. Lo que hizo nada tuvo bonito. Fue heroico.
La corrida más completa fue la del 5 de mayo. Y lo fue gracias a dos extranjeros, el francés Castella y el peruano Roca Rey, pues Manzanares no estuvo en su tarde. El limeño se topó con un sobrero girón y engatillado con mucho que torear, pan comido para un joven tan goloso: se enredó con él, le ganó la batalla a puro aguante y temple y férreo mando, y le tumbó ambos auriculares; iba por la oreja del sexto, pero la Puerta del Príncipe se la cerró la espada.
A Sebastián le correspondió el toro de la feria –"Derramado", el 4o. de Victorino del Río, a cuyo cadáver se le dio la vuelta al ruedo--, y el galo lo hubiera desorejado si no alarga tanto su muy buena faena, para fallar al final con el verduguillo. Hubo otro ejemplar de premio, "Bellito", tercero de El Pilar el sábado 6, aunque lo arrastraran sin mayor prosopopeya porque López Simón había puesto al gentío al borde de la soñolencia.
Imposible olvidar a Morante, que siempre se las arregla para dejar mil detalles en el recuerdo, aunque esta vez, en cuatro comparecencias, sólo le alcanzaran para una vuelta al ruedo y tal o cual petición desoída por el palco. Pero, de tan distinto y tan artista, interesa y seguirá interesando. Mucho más, desde luego, que los hermanos Rivera Ordóñez, que alzaron un apéndice por coleta. Padilla, fiel a sí mismo, entregado siempre, mantuvo su cartel. Como incluso El Fandi, a cambio de una herida no grave.
Realidad cruda y dura
Ahora bien, mientras Aguascalientes acogía con fechas y ganado de su gusto y elección al contingente foráneo –los cinco iberos, el francés y dos peruanos–, la empresa sevillana solamente a un mexicano contrató, para alojarlo en un cartel aislado, lejos del relumbrón de los farolillos. En tales condiciones no es de extrañar que, a la hora del balance de una feria que no ha sido especialmente brillante, la oreja que Joselito Adame le cortó el 23 de abril a "Vivaracho" de Fuente Ymbro apenas haya sido tomada en cuenta por la cátedra.
Y en cambio, encontraran buen trato y generoso acceso a la cartelería maestrante un montón de segundones, por el simple hecho de haber nacido en la península. España para los españoles... con algún colado inevitable, como Castella o Roca Rey.
Podría argumentase que nada de esto es nuevo, y también que no existen hoy en México toreros capaces de mejorar la programación de las ferias hispanas de prosapia, entre las cuales Sevilla es reina. Y tendrán cierta razón quienes tan cómoda postura adopten. Pero si nos atuviésemos a méritos estrictamente artísticos, yo pondría por delante de varios de los que partieron plaza en la Maestranza a dos o tres compatriotas, empezando por Sergio Flores y Luis David Adame.
Qué decir, en cambio, de la administración del coso hidrocálido, que recurre compulsivamente a elementos de fuera, en desprecio no ya de una reciprocidad elemental, sino inclusive de sus propios intereses. Porque ni modo que soslaye evidencias tan contundentes como la gran entrada que hicieron Fermín Rivera, El Payo y Joselito Adame –tercia de mexicanos, con toros de Fernando de la Mora (domingo 30)– o la del día de los de Jaral de Peñas para Saldívar, Silveti y Roca Rey, una terna enteramente americana. En contraste con esas tardes de aforos ralos ante los cuales partieron plaza la mayoría de los diestros de importación, incluso cuando hacían mayoría al lado de un único alternante nacional.
Lo cual es el colmo del malinchismo, porque a ver cuándo –en qué siglo, en qué galaxia– se le ocurre a la empresa andaluza anunciar a dos mexicanos al lado de un único espada local.