En vísperas de que se efectuara la última corrida de Covadonga, uno de sus organizadores, Luis González Díaz, acreditaba en entrevista que "ya el año 1887, la Junta de Covadonga tuvo su primer ingreso por motivos taurinos: Luis Mazzantini regaló la carne de un toro que había matado en México" (El Ruedo de México, núm. 136, 8 de febrero de 1954).
El día del festejo –domingo 14-- la entrada en la Monumental fue magnífica, alentada por la reciente apoteosis de Calesero el 10 de enero; y en la de Covadonga, en terna con Pedrés y Jaime Bolaños, toros de Torrecillas, el trofeo Domecq fue para él. Aun así, no habría ni una más, ya fuese por falta de interés y afición de las nuevas generaciones hispanomexicanas, ya porque la mayor parte de sus obras mayores en la capital –sanatorio, club deportivo, etc.—estuviesen consumadas. El caso que la corrida de Covadonga se relegó al olvido, tras dos décadas de oro en El Toreo de la Condesa.
Hermosa tradición
Como la mayoría de las extraordinarias, la de Covadonga dio sus primeros pasos al reanudarse en México los festejos taurinos tras la suspensión carrancista. Nada más instaurarse, Rodolfo Gaona le cortaba el rabo a “Lamparillo”, de Veragua, alternando con Juan Silveti y los hispanos Sánchez Mejías y Juan Luis de la Rosa (13-03-21, ¡96 años justos!). A partir de entonces sólo muy esporádicamente faltó (02.04.22: Gaona, Juan Belmonte, Mejías y Silveti, que salió en hombros… y así sucesivamente). Como ocurriera con la Oreja de Oro, fue un Armillita adolescente quien en 1928 se adjudicó el capote de paseo en disputa en corrida de diez astados para cinco espadas: Silveti, Agüero, Enrique Torres, Fuentes Bejarano y Fermín, que le cortó el rabo a “Madrileño”, el 5o. de Zotoluca.
Normalmente, el cartel era de terna o mano a mano. Y vez hubo en que se contrató en exclusiva a un hispano sin participación en la temporada: fue en 1934 y Victoriano de la Serna el elegido, a instancias de don Antonio Llaguno, cuyos toros tampoco habían tenido cabida en un elenco digitado por Domingo Ortega a través de la dupla Margeli-Dominguín. Como el viaje por mar era largo, se retuvo a La Serna para tres festejos fuera de temporada, con Balderas y la alternativa del hidalguense Ricardo Torres como complemento. Los dos primeros se anunciaron como de Covadonga. Y el segoviano pudo cuajar, con “Centinela” de San Mateo, la gran faena vanamente esperada cuando, el invierno anterior, vino contratado como as de ases y resultó un soberano fiasco. Pinchó al sanmateo, pero lo había bordado con capa y muleta.
Armilla, el amo
Pronto, la eclosión de la baraja nacional, su enorme calidad y variedad artística y las pasiones que desataba determinaron que la Junta de Covadonga prescindiera de espadas iberos para su festejo anual, que ya en 1933 torearon Fermín Espinosa y Alberto Balderas, un mano a mano que puso la repleta plaza en ebullición aunque, en el ruedo, la superioridad de Armillita fuese rotunda (19-02-33: tres orejas y rabo). A partir de 1936-37 la ruptura del boicot privó de diestros iberos las temporadas mexicanas, y sin embargo, los mayores dividendos para la Junta de Covadonga corresponden precisamente a esos años, siempre con Armilla como eje y triunfador casi absoluto del más español de los festejos. Menudearon entonces sus manos a mano con Lorenzo Garza, la gran pareja de la época, equivalente en México—y no es exageración patriotera—a la de Joselito y Belmonte en España.
Así, Fermín se llevó a casa los rabos de "Cerillero" y "Carolino", par de imponentes punteños (21-03-37), el de "Gavilán", también de La Punta y de nuevo con Lorenzo como único alternante (13-03-38; Simao da Veiga rejoneó por delante dos de San Diego). Y en 1939, cuando la Junta programó ocho de Piedras Negras para Fermín y El Soldado, la grave cornada que el 2o., "Joyero", le infirió a Luis Castro, dejó al saltillense solo con toda la corrida tlaxcalteca, que tenía cuajo, edad y pitones y salió encastadísima: miel sobre hojuelas para el de Saltillo, que pasearía los rabos de "Caparrota" y el inmortalizado 7o., “Jumao”, y la oreja del cierraplaza “Limonero”, en tarde para la historia del coso de la Condesa y de la tauromaquia en general.
Escisión, recuperación y gris final
De pronto, estalló el conflicto que partiría en dos a la torería azteca: los del Pacto de Texmelucan por un lado (Armilla, Balderas, Solórzano y Silverio) y Garza, San Mateo y seguidores por otro. Éstos se quedaron con la temporada 1939-40, y cuando el pleito se solucionó, la Covadonga tardó en recuperarse, lo que ocurriría en 1942, ocasión en que El Soldado se desquitó de Fermín dejando sin rabo a “Veracruzano”, un sanmateo al que pasó repetidamente en estatuarios ayudados por alto con un cojín como pedestal. Siguieron dándose carteles mexicanos –a los ases de los 30 se habían unido los nombres de Arruza, Briones, Procuna, y cuando se firmó el primer convenio y regresaron los españoles, tocó a Gitanillo de Triana II reanudar la participación hispana en la tradicional corrida, aunque, otra vez, fuera Armilla quien le puso el cascabel al gato (13-03-45). La última en el Toreo la torearon Fermín Rivera y Silverio con el fino madrileño Manolo Escudero, y el potosino desorejó al 1o. de La Punta (10-03-46).
En la Plaza México ya no fue lo mismo. La Junta guardó silencio durante varios años, luego se dejó embaucar por los taurinos y programó un cartel que había tenido demanda años atrás pero ya no la tenía –23.03.52: Silverio, Velázquez y Rafael Rodríguez; los de Zotoluca salieron bravísimos y el Volcán cobró tres orejas y el rabo de “Cordobés”… ante una plaza semivacía. Fue el golpe de muerte, aunque aún habría una más, la última, al año siguiente.
Cruz Roja
Otra extraordinaria que, con intermitencias, cobró durante décadas legítimo esplendor. Las corridas a beneficio de la Cruz Roja se inician en El Toreo con Armilla, Solórzano, Curro Caro y toros de San Diego de los Padres (16-12-34) y no concluirán hasta 1995, en la Plaza México, con una falsa confrontación entre Miguel Espinosa y Manolo Mejía, claro vencedor, y ganado de De Santiago (20-08-95). Pero este festejo, fuera de temporada, fue ya algo excepcional, pues la tradición llevaba muchos años agotada. Tantos que en La México solamente se recuerdan la del primer año (Silverio, Arruza y el peruano Alejandro Montani en tarde singularmente ventosa, 05-02-48), el mano a mano Huerta-Martínez, también con mucho viento y toros con edad y complicaciones de José Julián Llaguno (16-04-72) y la de 1979. Hubo en el ínterin una corrida de seis espadas en Cuatro Caminos (11-05-58, la medalla al triunfador la ganó Juan Silveti). Y nada más.
Pero en la Condesa fue otra cosa. Allí sí, el festejo organizado por el Comité de la Cruz Roja Mexicana se hizo tradición. Con triunfos memorables como el que encumbró a Silverio en su primer año grande (28-04-40: faena a “Gitano” de Rancho Seco) o supuso una recuperación sorpresiva de El Soldado (28.02.43: faena de rabo con “Polvo de Oro”, un berrendo en castaño de San Diego), una victoria sangrienta de David Liceaga (12-03-44: el rabo y dos cornadas de “Cirquero”, de Torrecilla); dio, por último, la mayor recaudación en la historia de El Toreo, 360 mil pesos de entonces, con Armilla, Silverio y Manolete en el cartel, ganado español de Vallejo-Murube y triunfos del saltillense y el cordobés.
Corridas Guadalupanas
A beneficio de la basílica y, éstas sí, muy de La México. Su mayor esplendor corresponde a los años 50, y normalmente eran de seis o más matadores. No la primera, en la que Manolo dos Santos arrasó con corte de cuatro orejas y dos rabos –algo inédito y que no ha vuelto a suceder: 29-01-50, con pastejés, El Soldado y Silverio--; luego, ya con seis espadas, Arruza se erigiría triunfador máximo en 1952 (faena de rabo a “Tanguero”) y 1953 (fue su despedida definitiva, con las orejas de “Peregrino” por prenda; también Dos Santos cortó oreja). Rafael Rodríguez pasearía dos de “Soldado” de Zotoluca (07-03-54), Fermín Rivera otras tantas de “Toronjito” de Rancho Seco (17-04-55), El Callao las de “Primoroso” de Mimiahuápam (10-05-59) y José Huerta una sola, luego de pinchar su faenón izquierdista a “Rosalito” de Tequisquiapan (29.03.64), dos años antes de que Capetillo, mano a mano con El Pireo, bordara y desorejara a “Heraldo”, de la misma divisa queretana, con el que prodigó y dejó instituida su capetillina (06-03-66).
Benéficas
Como decía, la fiesta brava fue siempre un medio seguro para recaudar fondos ante cualquier emergencia. Obras gubernamentales aparte –expropiación petrolera, Bomberos, DIF, todas ellas con evidente respaldo popular--, el terremoto de 1973 y, más aún, el catastrófico de septiembre del 85, darían lugar a festejos benéficos a plaza llena.
Hacer conciencia
Pero estas dos Tauromaquias últimas no debieran verse como un mero ejercicio nostálgico –la nostalgia, en sí misma, es inútil y a menudo morbosa--, sino como pintura al fresco del devenir histórico de los toros en nuestro país, y llamado a la conciencia del medio taurino en momentos en que se ciernen sobre la Fiesta graves amenazas. Qué mejor sería, para irlas disipando, que demostrarle a todo México que altruismo y arte de torear nunca estuvieron reñidos. La gente del toro tiene la palabra.