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Desde el barrio: Una temporada más, o menos

Martes, 28 Feb 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...Con una elite de figuras repetidas hasta el hastío y aferradas...
Ya está aquí marzo y, con él, el verdadero arranque de la temporada taurina española. Por aquello del vaso medio lleno o medio vacío, ya saben, bien puede ser esta de 2017 una temporada más, como también una menos, tal y como están las cosas en esta sociedad radicalizada hacia la estupidez general. Pero, precisamente por eso, lo que no debería ser, de ninguna de las maneras, es una temporada desaprovechada.

Porque más que al futuro incierto al que se enfrenta la tauromaquia tendríamos que temer a la falta de certezas y de criterios en que se debate un sistema taurino dividido y desnortado, en el que los especialistas en desguaces y desescombros van poco a poco imponiéndose a los constructores y fabricantes de ilusiones.

El verdadero problema está dentro. Y es por ahí, por la falta de soluciones y no por los ataques del demencial animalismo urbanita, por donde la duda se extiende, por donde las expectativas se hunden, por donde se filtra la desgana. La desatada guerra de intereses cortoplacistas entre unos trust empresariales en franca decadencia no hace sino remarcar un panorama rutinario e inmovilista en el que no hay lugar a grandes esperanzas de cambio.

El viejo sistema de castas y las propias administraciones públicas –véase si no el mal ejemplo de la Diputación de Málaga y la estúpida solicitud de cartas compromiso con los toreros que ha decidido el concurso de La Malagueta– hace años que tienen cerrado el paso a los nuevos promotores, esos que pueden aportar, si es que no se aburren antes, el trabajo y las ideas frescas que el toreo necesita para salir de una vez del mortal letargo de la crisis que nos hemos empeñado en prolongar.

Y es así como, a la vista de los carteles ya publicados de las primeras ferias, y a la espera de un San Isidro del que tampoco cabe esperar grandes variaciones, arranca una temporada más, pero en su sentido más monótono: en el de "más de lo mismo", por mucho que se nos envuelva con el colorido papel de la renovación del escalafón y de una nueva generación de toreros que ya ha nacido domesticada. 

Con una elite de figuras repetidas hasta el hastío y aferradas década a década a un cada vez más reducido Olimpo taurino, junto a una segunda fila previsible y funcionarial en su recurrente papel de relleno vistoso de las combinaciones, apenas hay sobresaltos de imaginación en cada nueva feria que sale a la luz, ni siquiera tirando de esos nuevos nombres que en muy poco tiempo se han hecho también rutinarios a costa de su sobreexplotación.

Mientras la endogamia periodística sigue jugando a la euforia prefabricada que a nadie engaña, mientras se cifran y alientan ficticias esperanzas en proyectos abocados a la inevitable decepción, mientras se cantan como epopeyas las que no pasan de ser vulgares puestas en escena, el espectáculo se va desangrando en el desolladero de la ilusión y de las emociones.

Con el piloto automático pero sin luces de emergencia, así seguimos circulando camino de la vía muerta, dejando pasar, desapercibidos, derrochados, despreciados, toros de calidad que no se cuajan como merecen –aún resuenan sus pisadas en Vistalegre– o gestos de muy serios aspirantes a la gloria –qué auténtico valor el de Martín Escudero en Valdemorillo– que no han tenido la ¿suerte? de entrar en el redil de los mayoristas de lo gris o en el juego de las recomendaciones catetas. 

En tal estado de cosas, mientras seguimos admirando el bello traje del rey que va desnudo, hasta las reapariciones por un día de viejas glorias nos parecen acontecimientos. Y, para salir de la modorra moral, la única solución que siempre se nos pasa por la cabeza, en estos tiempos de trajes de luces en las barras de bar y de smoking en la arena, es que José Tomás vuelva a echarse todo el toreo a las espaldas para a hacer un nuevo milagro que otros volverán a desperdiciar. Un año más, o menos, el que nos espera.


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