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Historias: José Machio

Miércoles, 25 Ene 2017    Ciudad de México    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"... apenas consiguió posicionarse en ciertos lugares..."

José Machío (Sevilla, 1842-1891), no fue precisamente un torero colmado de virtudes. Con una estatura más allá de los estándares, apenas consiguió posicionarse en ciertos lugares justo en una época en la que quienes dominaban en ruedos hispanos eran ni más ni menos que Lagartijo y Frascuelo, lo que seguramente obligó al sevillano a hacer un viaje a América, donde su llegada a México ocurrió alrededor de la fecha que hoy nos ocupa.

Sin embargo, la participación que él tuvo, junto a otros toreros españoles, como Francisco Gómez "El Chiclanero" o Francisco Jiménez "Rebujina" fue haberse convertido en vanguardia de aquella otra generación que arribó a nuestro país en 1887. En todo ese proceso ocurrió el episodio que he denominado como la "reconquista vestida de luces".

Tal "reconquista" debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que dicha expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España.

El grupo de diestros españoles que tiene aquí protagonismo central, aparece desde 1882, aunque los personajes centrales sean José Machío, Luis Mazzantini, Ramón López o Saturnino Frutos "Ojitos", cuya llegada se va a dar entre 1882, 1885 y luego en 1887. Esa fue suma de esfuerzos que determinó una nueva ruta, afín a la que se intensificaba en España, por lo que era conveniente acelerar las acciones efectuadas en nuestro país, hasta lograr tener el mejor común denominador. Los toreros mexicanos –en tanto- no solo tuvieron que aceptar, sino adecuarse a esos mandatos para no verse desplazados, pero como resultaron tan inconsistentes, poco a poco se fueron perdiendo en el panorama. Pocos quedaron, es cierto, pero cada vez con menores oportunidades.

Y Ponciano Díaz, que vino a convertirse en el último reducto de todas aquellas manifestaciones, aunque aceptó aquellos principios, no los cumplió del todo, e incluso se rebeló. Y es curioso todo el vuelco que sufrió el atenqueño, porque después de su viaje a España, a donde fue a doctorarse el 17 de octubre de 1889 tal circunstancia provocó un profundo conflicto, pues creyó que su regreso sería triunfal.

Pero ello no fue así. Los aficionados maduraron rápidamente en aquel aprendizaje impulsado por la prensa, y se dieron cuenta por lo tanto que Ponciano ya no era una pieza determinante en aquel cambio radical que dio como consecuencia la instauración del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna.

Por otro lado, en alguna entrega anterior, mencioné a la sociedad taurina "Espada Pedro Romero", consecuencia de estos cambios en el proceder de la tauromaquia en el México de finales del siglo antepasado.

Tal "centro taurino" quedó consolidado hacia los últimos diez años del siglo XIX, gracias a la integración de varios de los más representativos elementos de aquella generación emanada de las tribunas periodísticas, y en las que no fungieron con ese oficio, puesto que se trataba –en todo caso- de aficionados que se formaron gracias a las lecturas de obras fundamentales como el Diccionario Taurómaco, de José Sánchez de Neira, o los Anales del toreo de Leopoldo Vázquez y Rodríguez.

Me refiero a personajes de la talla de Eduardo Noriega, Carlos Cuesta Baquero, Pedro Pablo Rangel, Rafael Medina y Antonio Hoffmann, quienes, en aquel cenáculo sumaron esfuerzos y proyectaron toda la enseñanza taurina de la época. Su función esencial fue orientar a los aficionados indicándoles lo necesario que era el nuevo amanecer que se presentaba con la profesionalización del toreo de a pie, el cual desplazó cualquier vestigio o evidencia del toreo a la "mexicana", reiterándoles esa necesidad a partir de los principios técnicos y estéticos que emanaban vigorosos de aquel nuevo capítulo, mismo que en pocos años se consolidó, siendo en consecuencia la estructura con la cual arribó el siglo XX en nuestro país.

Para terminar, considero que esa etapa, la que comprende los años de 1882 y hasta 1905, supuso el periodo de transición que colocó a la tauromaquia practicada en México en condiciones de elevar su nivel de importancia a la mayor escala, esa en la que ya Rodolfo Gaona, convertido en partícipe notable alcanzó lo que José Alameda calificó como la "universalización del toreo".


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