Por estos días, leo con auténtico deleite un libro esencial. Se trata de "Espacio y tiempo de fiesta en Nueva España" (1665-1760).Su autora, Judith Farré Vidal es académica en varias instituciones españolas, y se interesó en el tema que materializó en su estudio, gracias al hecho de que concentró varias obras virreinales que contienen elementos donde trascienden códigos, personajes, emblemas, y todo un conjunto de circunstancias que se concentraban en aquellos documentos conocidos como “Relaciones de sucesos” o “Descripciones de fiestas”.
Allí está también lo sagrado y lo profano, el ritual de fiestas civiles, religiosas e incluso académicas, pero sobre todo una abundante interpretación de su contenido que se sustenta en verso o en prosa, respondiendo a ese complejo proceso que significó para los novohispanos el placer de la celebración en sus diversas manifestaciones. En ese conjunto amplísimo, los festejos taurinos no podían faltar.
Por tanto, entre los materiales que Farré Vidal decodifica y analiza hasta reintegrarlos en su amena y documentada investigación, se encuentra el ejercicio que aplica en Pierica narración de la plausible pompa con que entró en esta imperial y nobilísima ciudad de México el Exmo. Señor Conde de Paredes, Marqués de la Laguna (…) El día 30 de noviembre de 1680 (…).
Del mismo, nos encaminamos a ubicar entre los muchos octosílabos, escritos en quintillas los que aluden a las fiestas de toros y cañas, como leeremos a continuación. Antes de ello, adelanto que las correspondientes a las corridas de toros van de la 61 a la 70, el toreo de a pie ejecutado por los indios de la 71 a la 73 y luego de las demostraciones por parte de los nobles caballeros, de la 127 a la 130, y que pueden encontrarse entre las páginas 157-159 y 168 del libro aquí reseñado.
161.-Corriéronse toros que
a mucho amedrentaban,
con ira atemorizaban
y, estando picados de
verse corridos, bramaban.
62.-El que a pie pretendía osado
aguardar el golpe, a ver
su furia estaba cuitado,
mas el toro le hacía ser,
de encogido, desgarrado.
63.-Pero el que sin embarazos
valiente osaba esperarle,
pasaba dos mil fracasos,
pues veía que sin matarle
le hacía el toro mil pedazos.
64.-Uno salió que al llamarle
se picó con un vaquero,
al cual era bien dejarle
porque se picaba, pero
no hacían sino torearle.
65.-Otro, sin que a nadie inquiete,
cobarde al principio fue,
luego al peligro se mete
furioso, que tanto le
hacen al buey, que arremete.
66.-Unos, el vulgo alteraban
con denuedo y furia cruel,
de los vaqueros temblaban,
con que sin amor por el
rejón se desatinaban.
67.-Otros con rigor violento
de los rejones huían
y mostrando brioso aliento,
por entre el vulgo corrían
con notable rompimiento.
68.-De los silbos los zumbidos
a éstos les daban cuidados
y acudiendo a los chillidos,
siendo los más acosados,
andaban más divertidos.
69.-Uno se vio tan furioso
que, comenzando a bramar,
miraba todo lugar,
mostrándose tan rabioso
que le podían torear.
70.-Mas ningún vaquero osaba
aventurar su rejón,
que cualquiera le temblaba
aterrado, porque con
cualquiera se revolcaba.
71.-En dos voladores dando
gusto a su Excelencia, justo
había unos indios. Mas, ¡cuándo
aquestos no le dan gusto
a sus virreyes volando!
72.-En el aire, con desgaire,
diestra aquesta pobre grey
daba gusto con donaire,
que en servicio de su rey
parece andar por el aire.
73.-Destrezas hubo esforzadas.
a quien es de mano doy,
por no entender de estocadas,
y porque también no estoy
para contar montantadas.
(. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .)
En cuanto a los juegos de cañas, o evoluciones caballerescas que fueron cosas “muy de ver” esto es lo que corresponde a su descripción:
127.-Cuatro ejércitos galantes
en retaguarda se vían,
que con tiros fulminantes
salva cada instante hacían
al príncipe de los infantes.
128.-El sargento mayor guía
era, en quien se desmenuza
la nobleza y bizarría,
por tener tanta hidalguía
en su pecho que se cruza.
129.-Cuatro capitanes fueron
los que, con cariño y arte,
las escuadras condujeron
de Marte y las compusieron
con amor ex proprio Marte.
130.-Con acciones celebradas
las banderas se tendían
hermosas y arreboladas,
con que sus dueños lucían
a banderas desplegadas.
Bien vale “un potosí” todo este conjunto de datos, que de pronto, nos acercan a un pasado que ya no es remoto, gracias a estudios de esta naturaleza, por lo que se agradece la seria labor de su autora.