...Y si estuviéramos realmente organizados, y el poco dinero que...
Ahora que se ha puesto de moda ese raro concepto que se ha dado en llamar la "posverdad", el hecho de que las emociones o las opiniones personales sean menos decisivas que los hechos objetivos a la hora de crear estado de opinión, la tauromaquia debe replantearse radicalmente los mensajes que emite de cara a la sociedad.
La posverdad que sufre el toreo es la de la sensiblería barata, el estúpido animalismo y el buenismo irreflexivo que se han extendido entre una población urbanita en la que cada año que pasa encontramos más enemigos, más antitaurinos que se suman a la corriente que nos lleva hacia el más absoluto vacío mental.
Hace ya tiempo que los aficionados y los profesionales del toro vemos como nuestras mejores iniciativas, hasta la clásica solidaridad de los festejos benéficos, son ninguneadas e incluso despreciadas por esa posverdad que nos ha ido condenando al ostracismo social hasta convertirnos poco menos que en una secta de parias o apestados, gentes de bajos instintos e impropias de convivir en este mundo paralelo de lo políticamente correcto.
Y quizá sea por ahí, más allá de las acciones legales y el debate en las redes sociales que hace tiempo que tenemos perdido, por donde haya que encauzar la lucha en busca de nuestro futuro, que pasa, aparte de por el saneamiento del propio espectáculo, por intentar revertir esa letal situación a base de difundir sin descanso imágenes y mensajes positivos.
Porque de eso, de valores humanos y sociales, está plagado el toreo, el de hoy y el de siempre, como reflejo exacto de lo que es: una hermosa metáfora de los contrastes de la propia condición humana, una escuela de vida en la que se han educado decenas de generaciones y millones de personas allí donde se celebra el rito para generar cultura y belleza, nunca la violencia creciente que provocan los deportes de masas.
Sin mentes claras que las seleccionen ni emisores que extiendan al mundo esa imagen favorable que contrarreste la dominante posverdad antitaurina es como vamos dejando pasar las grandes oportunidades que el discurrir de la tauromaquia nos proporciona cada año, negándonos así a nosotros mismos la posibilidad de reivindicarnos.
Es cierto que las redacciones de los grandes medios son hoy por hoy el cortijo de los antis, el filtro perfecto de esa perniciosa posverdad abolicionista, y que cualquiera de esos hechos positivos del toreo es vetado o manipulado antes de salir a la luz para adaptarlo a la dictadura del pensamiento único. Pero, precisamente por eso, es hora ya de decidirse a romper la barreras que nos van recluyendo en un gueto mediático donde, por intereses bastardos, tampoco funciona el sentimiento de grupo.
Si así fuera, esa reciente imagen de un valiente salvando a una trastornada antitaurina de las astas ardientes del Toro Júbilo hubiera tenido más impacto, el que realmente merecía, que la tópica, cansina y sufragada protesta animalista de todos los años en Medinaceli.
O, aprovechando la querencia deportiva de las televisiones, tal vez El Chano, aquel banderillero que se quedó parapléjico hace un lustro en la plaza de Ávila, hubiera disfrutado de los suficientes minutos en los informativos para informar de su segundo puesto en la maratón de Nueva York en la modalidad de handbike, en la que dado un gran ejemplo de superación.
Y si estuviéramos realmente organizados, y el poco dinero que invertimos en defender lo nuestro se usara para algo mejor que para subir obviedades para convencidos a las redes sociales, personajes como Luis Francisco Esplá o Cristina Sánchez, entre otros, serían los mejores apóstoles a la hora de difundir ese mensaje positivo de la tauromaquia.
La elocuencia de ambos, la profunda cultura del alicantino entre tanta estupidez mediática, cultural y política, y el incomparable ejemplo de coraje de la madrileña ante la pretendida igualdad de género, deberían ser habituales en esos programas, foros y tertulias donde imperan los totalitarios conceptos de la posverdad globalizada.
Cuentan ahora que la Fundación del Toro de Lidia, para aumentar su financiación, pretende lo que ya hace tiempo consiguió el Observatorio de las Culturas Taurinas en esa Francia mejor organizada, que no es sino devengar una pequeña cantidad de dinero de cada entrada de toros vendida en taquilla.
No habría nada que objetar por ello, aunque sea a costa del bolsillo del aficionado, porque seguro que lo aceptaría de buen grado sabiendo que su dinero se empleará, sobre todo, con criterios más acertados y efectivos y para adquirir las mejores armas y pagar a los mejores soldados en esta guerra de verdades a medias y mentiras enteras.