Uno de los argumentos más reiterativos del movimiento antitaurino que pretende prohibir la Fiesta Brava es, sin duda, el del sufrimiento del toro, en el marco de la actual acción de equiparar al animal con el ser humano, tendencia que termina "animalizando al hombre", como llegó a expresar atinadamente el filósofo Fernando Savater.
Y es que en la actualidad existe una disposición a pensar que el animal siente o sufre exactamente igual que el ser humano, y más aún que puede dotar de una entidad a lo que ocurre en su entorno.
Aunque existen estudios probados científicamente acerca que el dolor en el toro durante su lidia es prácticamente nulo, nos hemos dado a la tarea de investigar sobre el dolor animal y ofrecemos a continuación algunos fragmentos muy bien fundamentados (que quizá el intelecto de los antitaurinos, que se dedican a repetir machaconamente frases hechas, ni siquiera logre entender) extraídos de un ensayo del reconocido escritor y filósofo británico C.S. Lewis:
"Supongamos tres sensaciones sucesivas A, B y C. Quien las sienta experimentará la secuencia AB-C. Pero reparemos en lo que ello implica. Ante todo, que hay en él algo exterior a A y a B que le permite percibir cómo pasa A, y cómo surge B y empieza a ocupar el espacio dejado por A. Pero, sobre todo, le concede la posibilidad de reconocerse a sí mismo como un ser idéntico a través de los cambios de A a B y de B a C. Puede decir, pues, «yo he tenido la experiencia A-B-C».
"Llamo conciencia o alma a ese algo en cuestión, y el procedo recién descrito es una prueba de que el alma, aunque siente el tiempo, no es en sí misma completamente «temporal». La vivencia más sencilla de A-B-C, aquella que la percibe como una sucesión, exige la existencia de un alma que no sea ella misma una sucesión de estados, sino un cauce permanente por el que discurren las diferentes partes del torrente de sensaciones, capaz de reconocerse invariablemente como idéntico en todas ellas.
"Es casi seguro que el sistema nervioso de los animales superiores posee la capacidad de experimentar sensaciones sucesivas; pero de esto no se desprende que tengan «alma», algo que se perciba a sí misma como una realidad que ha experimentado A, que ahora experimenta B y distingue cómo se escurre B para hacer sitio a C. Si no existe un alma semejante, no tendrán lugar jamás experiencias como la que hemos llamado A-B-C. Tan sólo habrá, por decirlo con lenguaje filosófico, una sucesión de percepciones; es decir, las sensaciones se sucederán efectivamente en el orden indicado, y Dios sabe que está sucediendo así, pero el animal no. No hay percepción de la sucesión.
"Eso significa que si diéramos dos latigazos a un animal, habría realmente dos dolores, pero no habría un único yo capaz de conocer que es el sujeto invariable que «ha experimentado dos dolores». Ni siquiera cuando padece un único color hay un «yo» capaz de decir «tengo dolor». Si el animal pudiera distinguirse a sí mismo como distinto de la sensación, si fuera capaz de distinguir el cauce del torrente, si pudiera decir «yo tengo dolor», sería capaz de conectar las dos sensaciones y hacer de ellas una experiencia suya.
"La descripción correcta debería ser en «en este animal está teniendo lugar un dolor», no «este animal siente dolor», como decimos habitualmente, pues las palabras «éste» y «siente» introducen de contrabando la idea de que hay un «yo», un «alma» o una «conciencia» por encima de las sensaciones y capaz de organizarías como nosotros hasta formar una «experiencia». A mi juicio, no hay modo de imaginarse una sensibilidad así sin conciencia; y no porque nosotros nunca la experimentemos, sino porque, cuando ocurre, la describimos como una forma «inconsciente» de sensibilidad; es una certera descripción.
"Las reacciones del animal al dolor son muy semejantes a las nuestras, desde luego, pero eso no constituye, como es natural, prueba alguna de que sean conscientes, pues nosotros podemos reaccionar también del mismo modo cuando nos hallamos bajo los efectos de la anestesia e, incluso, responder preguntas durante el sueño. No quiero hacer conjeturas acerca de hasta dónde se puede extender en la escala animal la sensibilidad inconsciente.
"Es difícil imaginar, ciertamente, que el mono, el elefante y los animales domésticos superiores no tengan de algún modo un «yo» o un alma capaz de conectar las experiencias y dar origen a una rudimentaria individualidad; pero aun así, buena parte del aparente sufrimiento animal no se debe considerar como tal en ningún sentido real. Posiblemente hayamos sido nosotros los inventores del animal «doliente» mediante la «falacia patética» de atribuir a las bestias un «yo» del que no hay la menor evidencia real".
En el mismo tenor lo afirma recientemente el Dr. Pedro Pablo Amenábar en ARS MÉDICA, Revista de Estudios Médico Humanísticos de la Universidad Católica de Chile:
“Sin conciencia no existe sufrimiento, ya que es la condición de verse a uno mismo, reflexionar sobre la propia condición, el verse desamparado, débil, dependiente y vulnerable, lo que determina la sensación de sufrimiento. Y es por esto que los animales, carentes de conciencia, son incapaces de sufrir y sólo perciben dolor físico. El sufrimiento se constituye, por tanto, en una condición exclusiva del hombre”.