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Tauromaquia: Rodolfo Gaona en abril

Lunes, 25 Abr 2016    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna en La Jornada de Oriente
El 20 de mayo de 1975, cuando falleció, la vida de Rodolfo Gaona había transitado ya por 87 abriles, nacido que fue un 22 de enero de 1888 en el corazón del bajío mexicano, la industriosa y todavía pequeña, provinciana, ciudad de León. En aquel su último día debe haber cruzado como un relámpago por la mente de Gaona, cansada pero todavía lúcida, el enjuto rostro de Ojitos, Saturnino Frutos, su mentor, banderillero de Frascuelo traído a nuestro país por Ponciano Díaz, aquel bigotudo eslabón entre el toreo campirano a la mexicana, herencia del jaripeo y la charrería, y el que tímidamente paseó Bernardo Gaviño por los cosos a medio hacer de un México oscilante entre el despotismo atrabiliario y atroz de Antonio López de Santa Anna, y la dictadura presuntamente ilustrada de Porfirio Díaz. 

Cuando, años más tarde, un joven Gaona le hizo un malhadado brindis en El Toreo a Victoriano Huerta, conocido como El Chacal, que había asesinado al presidente Madero y sus colaboradores cercanos para instaurar un fugaz y sangriento gobierno de facto, empezó a tomar forma la suspensión de las corridas decretada en 1916 por Venustiano Carranza, presidente constitucionalista y cabeza de la revolución triunfante. Tío abuelo, por cierto, de un tal Manuel Martínez Ancira, más conocido como Manolo Martínez.

Martínez sería el último torero que el viejo Gaona, instalado en su leyenda de primera gran figura mexicana, admiró públicamente ("Mirando a éste todos los demás nos parecen feos", se le oyó decir durante la cena en que le entregó a Manolo el Azteca de Bronce al triunfador de la feria de verano de 1967 en El Toreo de Cuatro Caminos). Poco sociable por naturaleza, el antiguo Califa de León siempre midió mucho sus palabras cuando de opinar sobre diestros posteriores a su tiempo se trataba; que se sepa, únicamente llegaron a impresionarle Lorenzo Garza, identificado por él como el narizón, y el cara de vaca de Silverio. 
Se sabe que admiró también el arte de El Calesero. Y cuando Paco Camino le brindó un toro de regalo –el célebre "Novato" de Mariano Ramírez—en una de las poquísimas corridas a que se dignara asistir (27-01-63), enfatizó que “es imposible torear mejor”. En cambio, su paso como empresario de El Toreo de la Condesa quedó empañado por la precipitación con que le firmó la alternativa a Carmelo Pérez, en 1929, guiado, según los corrillos de la época, por el perverso afán de enfrentar con toros ya cuajados al novillero sensación, señalado por muchos a opacar su leyenda. "Michín" terminaría por robustecer esa versión, alejando para siempre a Gaona del negocio taurino.

Pero muchas cosas ocurrieron antes con Rodolfo Gaona. Y vinculadas al mes de abril algunas de las más importantes.

La faena de Sevilla


El propio Gaona, en sus memorias, redactadas por Carlos Quirós "Monosabio" (Mis veinte años de torero, 1925), consideraría como su “faena ideal” la que le hizo a “Desesperado”, de Gregorio Campos, tercero de la tarde del 21 de abril de 1912, en Sevilla. Más interesante que la mera referencia es el vívido relato del torero, altamente ilustrativo por cuanto revela acerca de la faena de muleta considerada como “clásica” desde la perspectiva decimonónica que Ojitos transmitió a Rodolfo, quien nos proporciona así, veladamente, su versión idealizada del paradigma de la lidia típico de finales del siglo XIX y principios del XX, en plena evolución hacia unos usos de mayor ajuste y armonía que ya anticipaban el estilo y la estética del leonés:

"Esa tarde del 21 de abril realicé la mejor faena de mi vida. Fue en mi primer toro, que era bravísimo...lo cambié de rodillas, lo toreé por verónicas y gaoneras de modo superior. Le hice tres o cuatro quites distintos, porque el toro peleó magníficamente en varas. Y tomé las banderillas y le colgué cuatro pares en las péndolas. Todo dentro de una constante ovación. La faena de muleta fue breve y artística: quince muletazos magistrales, solo, derecho y toreando con los brazos, y lo tiré patas arriba de una estocada sin puntilla (...) fue una brega redonda: todo me salió de maravilla (...) nos juntamos los dos elementos: el toro y el torero, sin cuya reunión no puede hacerse nada perfecto (...) Aquella fue una faena seria. Sin arrodillamientos. Sin molinetes, ni cogerse de los pitones. Nada: toreo clásico, del que yo sabía y del que yo sólo ejecutaba por entonces, porque Fuentes ya apenas toreaba. Los pases fueron ligados todos, en el terreno que yo quise y haciendo del toro lo que me dio la gana" (Mis veinte años... pp 151-153).

Aquella corrida era la cuarta y última de la feria de abril de 1912 y existen testimonios posteriores, tanto de cronistas como de buenos aficionados sevillanos, presentes esa tarde en La Maestranza, que acreditan la grandeza de la faena del leonés, para la que llegó a pedirse la oreja, trofeo cuyo otorgamiento prohibía expresamente el reglamento local. Componían el cartel Enrique Vargas “Minuto”, Rafael Gómez “El Gallo” y Rodolfo Gaona con toros de Gregorio Campos.

La despedida


El capítulo final de la carrera en los ruedos de Rodolfo Gaona llegó también en abril, el domingo 12 de 1925. Con ella se cerraba uno de los capítulos más apasionantes de la tauromaquia en nuestro país. Mientras en León, las campanas tocaban a rebato, Rodolfo Gaona Jiménez, el hombre que, según José Alameda, universalizó lo que los españoles habían considerado hasta entonces su fiesta nacional, mató en El Toreo de la capital mexicana, el desaparecido coso de la colonia Condesa, el último toro de su vida, un berrendo alto de agujas y de afilada cornamenta procedente de San Diego de los Padres, que se llamó "Azucarero" y realmente lo fue, dada su dulzura de estilo. Alternando con el español Rafael Rubio "Rodalito", el diestro nacido en el corazón del bajío mexicano un 22 de enero de 1888 había lidiado sin demasiado lucimiento tres poco propicios astados de Piedras Negras, lo que lo movió a anunciar ese sobrero que, al honrar su toluqueña divisa, iba a permitirle a Gaona marcharse de los ruedos en un clima de apoteosis, a tono con la trascendencia de su figura y de su carrera.

La filmación de aquella faena, así como los prolegómenos de la corrida, con el torero vistiéndose de luces y otras escenas de la lidia, recorrió los cines de la república, mostrando el arte del leonés a multitudes que acaso nunca habían presenciado una corrida. Es lástima que lo que actualmente se conserva –puede localizarse en youtube-- sea una versión recortada de Gaona con "Azucarero", aun así suficientemente explícita de los tres tercios de la lidia y de la extraordinaria maestría y personalidad del legendario artista. Subraya, además, uno de los poquísimos adioses definitivos de la historia, pues sabido es que los toreros, figuras o no, son muy dados a reaparecer al cabo de cierto tiempo.

Gaona, jamás.


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